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Para la conmemoración del 8M (Día Internacional de la Mujer), las instituciones y colectivos que trabajan en la promoción y defensa de los derechos de las mujeres se organizan en todas partes del mundo para llevar adelante acciones que les permitan, por una parte, mostrar los avances, retrocesos y desafíos en este ámbito y, por otra, generar sensibilidad y compromiso en los gobiernos y en la población en general para alcanzar el ejercicio pleno de los mismos.

Dependiendo del contexto de cada país, las organizaciones identifican un tema o una problemática que oriente el desarrollo de estas iniciativas. Cada año que pasa nos sorprenden la creatividad, compromiso y responsabilidad con los que se llevan adelante.

En nuestro país, en estas últimas décadas, la problemática en la que la mayor parte de estas articulaciones se ha concentrado, para aportar en la reivindicación de los derechos de las mujeres, es la violencia. Han trabajado arduamente para contar con un marco normativo que garantice a las mujeres una vida sin violencia; han desarrollado procesos de capacitación para que conozcan sus derechos y de esa manera exijan su respeto; han  impulsado la conformación de instancias que prestan servicios legales, de salud o de apoyo psicológico para víctimas de violencia; han realizado grandes esfuerzos para promover liderazgos comprometidos y responsables con el enfoque de igualdad de género; y finalmente, han incursionado en el desarrollo de otro tipo de acciones que promueven relaciones de respeto, armónicas y de paz. Todos estos esfuerzos son sin duda valiosos porque permiten visibilizar cuánto hemos avanzado o retrocedido en este camino y ratificar que los progresos son resultado de procesos coherentes y sostenidos de mediano y largo plazo.

El pasado 8M, en todos los departamentos del país, a través de distintos medios y con distintos formatos, se desarrollaron diversas actividades para conmemorar esta fecha. Talleres, coloquios, conversatorios, presentación de investigaciones, manifestaciones artísticas, proyección de películas, exposición de pinturas, reportajes, entrevistas, movilizaciones, marchas y muchas otras más. Todas estas acciones tienen el propósito fundamental de sensibilizar a la sociedad en su conjunto sobre la necesidad imperiosa de seguir trabajando en la disminución y eliminación de toda forma de violencia contra la mujer.

En estas actividades encontramos a personas que han asumido un compromiso con la promoción y defensa de los derechos de las mujeres, entre ellas vemos a amigos y familiares de mujeres que han vivido violencia o de quienes perdieron la vida en circunstancias violentas y que por su propia experiencia, sobre todo de injusticia e impunidad, han asumido este compromiso de lucha. No podemos negar que su participación otorga a estas iniciativas un sentido profundo de legitimidad, empatía y solidaridad. Tampoco podemos negar que las personas se suman a estos espacios motivadas por un cúmulo de emociones y sentimientos (negativos y positivos) generados por su propia experiencia: dolor, indignación, resentimiento, frustración, venganza y, porque no, amor, esperanza, ilusión, tolerancia, paciencia o resignación. Es este conjunto de emociones y sentimientos que nos toca entender y respetar, pero a la vez, guiar para que se canalicen de la mejor manera posible con la finalidad de que no se desvirtúe la naturaleza de estos movimientos y manifestaciones.

El mismo día o al día siguiente de la conmemoración del 8M la mayor parte de los medios de comunicación mostraban como noticia los daños ocasionados por las personas movilizadas en torno a esta fecha, en inmuebles públicos y privados y calles de distintas ciudades del país. En algunos de esos lugares, el sentido profundo de las acciones desarrolladas se diluyó, se quedó en segundo plano. Los mensajes y expresiones de odio, rabia, indignación, desconfianza y frustración fueron más contundentes y, por lo tanto, los que impactaron más a la población, ya sea con su aprobación o rechazo.

Estos hechos nos hacen reflexionar sobre la importancia de ser coherentes en el discurso y en la acción, promoviendo el rechazo consciente de todo tipo de violencia, para que las expresiones o reclamos aporten de manera concreta y contribuyan a la construcción de una cultura de paz en nuestro país.     

Personalmente lo que más me conmovió y a la vez me cuestionó fue un cartel pegado en un muro que decía “es tu pared, pero era mi niña”, sin duda la persona que escribió esta frase lleva por dentro un inmenso dolor y una impotencia innegable. ¿Será que la pared es de la casa donde vive la persona que le arrebató la vida a su niña, del funcionario o autoridad que permite impunidad o de la entidad que niega justicia?  ¿Será posible canalizar esos sentimientos de manera sanadora?

Las personas que han vivido violencia o que han perdido a un ser querido de forma violenta, necesitan procesar todo lo que les ha generado esa trágica experiencia. Es necesario ayudarlas a iniciar procesos de resiliencia, apoyarlas para que superen esos traumas, sanen sus heridas, reconstruyan sus relaciones, transformen y canalicen sus emociones en acciones positivas y constructivas y, finalmente se liberen de esa carga.  

Con empatía y respeto, podemos promover que compartan su experiencia para que otras personas no vivan o pasen por lo mismo.

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