Entre los estudiosos de la ciencia política muchas veces se afirma que los partidos políticos no son democráticos por naturaleza, ya que muchas veces la democracia interna de la agrupación político-partidaria está vinculada a su misma ideología (si es que la tiene) o a sus prácticas internas y/o a la visión del manejo del poder que tengan sus cúpulas y liderazgos. De ahí que nuestro país siempre haya tenido problemas con la democracia interna de los partidos políticos, y siempre se haya manejado por liderazgos caudillistas, estructuras oligárquicas, familiares, religiosas o hasta empresariales.
Para respaldar lo anterior basta un repaso a la historia boliviana solamente del Siglo XX y parte del que vivimos y observar quiénes guiaron fuerzas políticas como el MNR, FSB, POR, ADN, UCS y Condepa, entre otros, y más recientemente a los mandamases de UN, CC, Creemos, el MAS y otros para preguntarnos si realmente en los partidos históricos y actuales se practicó alguna vez la democracia bajo los principios que la regulan.
Como sabemos, la democracia incluye reglas fundamentales para la disputa del poder y posteriormente su administración, y los partidos políticos, y en nuestro caso las agrupaciones ciudadanas, se convierten en vehículos para tal fin, convirtiéndose en elementos indispensables para su desarrollo, ejercicio y crecimiento.
Esto convoca a que los partidos y agrupaciones sean cada vez más democráticos internamente, algo que desde hace mucho en Bolivia y quizá en la misma región se sigue extrañando. Será por eso que la sociedad es cada vez menos afecta a la actividad política militante y desconfía completamente de los partidos y agrupaciones. Se ha olvidado la lucha ideológica , que es un elemento influyente en el grado de democracia interna. Las prácticas en los procesos internos dependen de los valores más preciados por los líderes. Las identidades ideológicas subsisten y se notan en los asuntos internos más elementales, como en el trabajo proselitista de activistas y militantes en general. No dejemos de lado que en la ideología del partido se encuentra la noción de la relación individuo-sociedad y de esta con el Estado, por lo tanto, si no se tiene una noción desde un ámbito democrático y de derechos humanos, esta se desentiende y se trasmuta a la práctica del uso del poder. En términos simples: si el partido no es democrático, difícilmente gobernará bajo valores democráticos.
Es evidente que el predominio de liderazgos individuales (caudillismo) opaca una ideología colectivista que por ejemplo dentro de un partido trasluciría en una dirección colegiada o asambleística, mucho más consensuada y horizontal. Pero, si el partido insiste en una dirección unipersonal o hasta de cierta manera oligárquica (rosca), se pensará equivocadamente que quienes detentan la autoridad son los más capaces para tomar decisiones, por lo que estas deben ser acatadas sin mayor discusión. Los líderes son poco cuestionados; la lucha por el poder es menos abierta, menos estridente y más controlada, no hay espacio para el disenso, la crítica, la propuesta, el pluralismo y, por lo tanto, el discurso democrático que pueda darse por fuera del partido, de cara a la sociedad, se anula completamente.
Asimismo, el mantener una línea vertical, omitiendo a los sujetos participativos, autogestionarios, solidarios, igualitarios, plurales y democráticos, hace que existan más obstáculos para el partido o agrupación, por ejemplo, los intereses y prácticas particulares de sus propios militantes o líderes intermedios que chocan con los de la cúpula en la búsqueda de mayores espacios de participación; comienzan a mostrarse los intereses y corrientes particulares; saltan las pugnas generacionales; se ahondan las pugnas entre líderes nacionales y locales, entre algunos problemas que la falta de democracia interna provoca, lo que también se refleja en el exterior considerando la posición del partido como gobierno u oposición. En todo caso, ningún partido sobrevive sin consentir en cierto grado los deseos de los diferentes grupos o, por lo menos, considerar a los liderazgos más pequeños; aunque esto solo sea moneda de cambio y no democracia verdadera.
Como observamos, se hace imprescindible que se cumpla el artículo 210 I. de la Constitución que señala: “La organización y funcionamiento de las organizaciones de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, las agrupaciones ciudadanas y los partidos políticos deben ser democráticos".
Si bien el individuo dispone para luchar por sus intereses de organizaciones sociales, entidades de la sociedad civil, asociaciones, medios para formarse, informarse y difundir su posición política, se necesita de los partidos y agrupaciones para formar gobiernos, para integrar asambleas legislativas, para formular políticas públicas y para regular la vida de las sociedades, en las cuales prevalecen desigualdades sociales y conflictos políticos. Es en todo esto que los partidos cobran relevancia y es el motivo por el que el Estado debe inmiscuirse mucho más en la vida orgánica de los partidos para exigirles que se comporten de manera más democrática, con alternancia, igualdad de oportunidades, descentralización del poder; limitar las ansias del manejo de poder por un conjunto limitado de miembros, también contraria a aquella organización en la que predomina un líder con ascendiente indiscutible, supuestamente atento al sentir de los afiliados, presto en sus acciones y dizque sabio en sus decisiones. Eso, señores, no es democracia.
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