Correr detrás de los sueños, no flaquear, soportar, caer, pero levantarse, superar, aspirar, inspirar, tomar aliento y esforzarse, continuar, proseguir, reanudar, renovarse.
Echar para adelante. Ver en el horizonte la meta, tomar el camino y no cejar, vencer escollos, franquear los vados, sortear estorbos y pantanos, saltar las trampas, empecinarse en llegar.
Trasponer los muros, atravesar desiertos, trastornar paredes y cercados, escalar las cuestas y penetrar las selvas, cruzar desfiladeros y despeñaderos con la frente en alto.
Recorrer las distancias y el tiempo, aguardar, ser paciente, pero también insistir, ser persistente, seguir una luz, no desviarse, no extraviarse, aunque tal vez un poco, pero volver al cauce que nos corresponde, para llegar al destino de lo mejor de nosotros.
Al derrumbarse todo, reconstruir cada pieza y cada esperanza. Al destruirse todo, oponerle la fe que todo lo construye y todo lo reconstruye. Al desvanecerse todo, al olvidarse, al negarse, oponerles la fuerza del que lleva en los ojos un sueño, un finalmente, una conquista del alma propia.
Conquistar, alcanzar, sobrellevar, merecer, lograr, agenciarse. Lo que está para uno, nadie nos lo quita. Pero no parar: no estancarse, no frenarse, no embargarse. Tal vez la vida está llena de obstáculos que, como remolinos, “vuelven polvorientos todos los caminos”, y nos dejan a la deriva, como decía el gran Aníbal. Pero estos remolinos deben abrirse a nuestros caminos libres, por donde debemos pasar para llegar al lugar, al estado, la persona, la realización, el mundo que nos espera.
Sólo aquellos que pueden sobreponerse a las caídas y a los golpes, que provocan ellos mismos o que provienen de otros, sólo aquellos que así lo forjan, podrán ver desde más allá de los remolinos. Podrán remontar el vuelo gracias a los remolinos, montados en ellos. Ascender. Todos pueden lograrlo, pero pocos lo quieren hacer. Depende de cada quien encumbrarse, alzarse, elevarse de los miedos, y allá en lo alto, quién sabe, saborear la felicidad.
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