En el último cuatrimestre de 2020, la Fundación Friedrich Ebert Stiftung (FES) presentó en sus informes Delphy “Escenarios (pos)electorales en Bolivia”. Sus resultados marcaron una constante y omnipresente ingobernabilidad con miras al 2021.
Estamos terminando el primer trimestre de 2021 y nuestra gobernabilidad como país pende de hilos muy delgados, así como nuestra viabilidad como Estado, en sus diferentes niveles de gobierno. Estamos en un punto de inflexión y si el bipolarismo se sigue alentando de manera consciente y premeditada, no estamos lejos de saltar hacia el precipicio, todos. Esta es una advertencia: no podemos ser indiferentes ante esta (in)viabilidad como país.
Así, vivimos en situación de tensión permanente. Los eventos sociopolíticos en Bolivia se producen más rápido que los análisis: los conflictos latentes afloran a nivel manifiesto con gran posibilidad de escalada, con agregación de demandas y actores; con posiciones enfrentadas y el reforzamiento de narrativas que elevan la voz dicotómica afirmando que en Bolivia se produjo fraude electoral o golpe de Estado.
En este contexto, la polarización campea, se refuerza y genera tensiones altisonantes, inflamando la palabra, cada uno con sus argumentos, eventos y muertos (sí, esto último duele profundamente), y así los imaginarios entorno a justicia vs venganza cobran rostro y alzan banderas de guerra que alientan a eliminar al que consideran enemigo. Los discursos del odio posicionan a las partes enfrentadas negando cualquier posibilidad de lograr conexiones que visibilicen mínimos comunes del reencuentro, ese oasis cada vez más lejano en el árido desierto de la polarización.
Y es que los hechos producidos a partir de la crisis sociopolítica en torno a las elecciones fallidas de octubre de 2019, tensionada al extremis por la también fallida gestión gubernamental 2020, han dejado heridas que ni siquiera se asoman a cicatrizar: 37 muertos, 37 familias anuladas que peregrinan por justicia en Montero (Santa Cruz), Betanzos (Potosí), Ovejuyo y Senkata (La Paz), Huayllani (Sacaba-Cochabamba), entre los hechos más deleznables, así como un país que apunta a ingresar en una espiral de violencias que puede dar lugar a una fragilidad de Estado con seria tendencia a afectar el débil equilibro en la región.
Josep Retorna, maestro de la conflictividad y el poder, señala que en situaciones de alta polaridad el análisis y abordaje del conflicto no debe partir del típico PIN: posiciones, interés y necesidades. Sino todo lo contrario, se debe comenzar por identificar con claridad las necesidades comunes, partamos por las fundamentales: bienestar, justicia, libertad e identidad.
En este marco, necesitamos generar condiciones para el debido proceso (no sólo en este caso, en todos) y la reparación a las víctimas y sus familias; necesitamos aferrarnos a la brújula de los derechos humanos para que guíe nuestro ser y hacer individuales y colectivos; necesitamos gestar grandes acuerdos básicos (mínimos comunes en salud, educación, justicia y medioambiente), a través de un diálogo auténtico, transparente, plural y generativo para que imaginemos y construyamos la Bolivia posible para todas y todos.
Necesitamos también empoderarnos cada una de nosotras y nosotros como sujetos de paz, no con impostura, sino con la convicción de no alentar discursos y acciones violentos, ergo no reproducir mensajes que utilizan el adjetivo negativo, cruel que anula a quien piensa diferente. Comencemos por el poder de la palabra.
Mientras escribo mi columna retumba en mi cabeza la voz de la Negra Sosa interpretando la canción de Fito Paez: "Ofrezco mi corazón"..., para lograr abrir mi mente y esforzarme por trascender las posiciones para profundizar en esas necesidades comunes que me unen con quien no piensa como yo. Sé que esta opción es procesual y a largo plazo.
Pero también estoy consciente de que hay intereses multipolares, que se tejen --incluso más allá de lo evidente o probable-- ... mas, "quién dijo que todo está perdido... yo vengo a ofrecer mi corazón... No será tan fácil, no será tan simple", toca sumar esa energía social que generan las tensiones y conflictos para estar a la altura del desafío como individuos y como un colectivo/país.
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