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Desde la posición de aquellos y aquellas que dedican su vida y conciencia a la protección, promoción, difusión y lucha por los derechos humanos, es muy difícil abstraerse de lo que desde hace tanto tiempo viene ocurriendo en el acontecer político y social de nuestro país, y que ha mostrado diversos picos muy fuertes, como en octubre y noviembre de 2019 o como los acontecidos en los últimos días con la detención y procesamiento de exautoridades civiles y militares.

El panorama deviene tan sombrío que realmente saber o por lo menos tratar de encontrar una luz al final de túnel parecería que se hace cada vez más difícil. Las posiciones de venganza y odio se profundizan, en una espiral funesta sin vistos de finalizar.

Quizá una gran parte de la ciudadanía, golpeada por la pandemia y por la crisis económica, vio con esperanza que llegaba un nuevo gobierno con un discurso de conciliación, de construcción de paz y equilibrio, por lo menos expuesto de manera más clara por el segundo mandatario y su cóndor de ala izquierda y derecha, que tanto llamó la atención.

Muchos/as sentimos que esas palabras se volverían verbo y comenzaríamos un momento de reconstrucción de todo el entramado social que está roto desde hace varios años. Pensamos que por fin se ocuparía la energía y tiempo en tantas necesidades, transformaciones, rectificaciones, construcciones económicas, sociales, políticas, sanitarias que necesitamos todos y todas.

Pero no, solo fue una quimera. Al parecer la agenda político-partidaria está primero y eso hace que dado el actual escenario, tratar de entender qué quieren los actores políticos resulte realmente complejo. Hay tantas hipótesis y algunas de ellas tan terroríficas, tan cargadas de maldad y mala fe que realmente ponen a meditar a muchos y muchas, fundamentalmente jóvenes, sobre si vale la pena quedarse en su patria mirando la degradación de la democracia y del Estado de Derecho, mirando que las oportunidades se van achicando, que pronto -demasiado pronto- la crisis golpeará más fuerte; observando a los políticos haciendo discursos con odio, rencor y venganza sinfín.

Creer que ciertas acciones buscan justicia es realmente inocente. Para las facciones todo pasa por lo político-partidario, con el único fin de tomar el poder o mantener su cuota en el juego del mismo.

¿Hasta donde se jalará la pita? ¿Realmente las facciones piensan que alguien ganará? Somos una sociedad casi dividida por la mitad, se dice casi porque hay por supuesto una porción que no está ni con Dios ni con el Diablo, y más bien es bastante pragmática y saca provecho de los vientos según se vayan presentando, ahí tenemos un claro ejemplo en algunos miembros del Ministerio Publico y el Órgano Judicial. Cual veleta se moverán según quien sople más fuerte.

Al parecer solo ganará quien destruya al otro, y eso solamente se logra a través de una dictadura, echando abajo todo el entramado democrático que se recuperó el año 1982. ¿Será ese el objetivo? Nuestros políticos serán tan ruines para llevarnos por esa ruta, que en nuestra región observamos en varios países muy cercanos y otros del orbe que sufren hasta hoy bajo la persecución, vigilancia, desapariciones, anulación de las libertades fundamentales, ejecuciones extrajudiciales, y todo un régimen de terror que afectan la dignidad y la libertad de la persona, colocando al Estado y la ideología por encima de la gente.

Así pensaron regímenes que, en el siglo pasado, llevaron a la humanidad a las confrontaciones bélicas más cruentas de la historia humana y en los que sorprendentemente muchos y muchas siguen creyendo y propugnando. Ambos lados por igual son culpables. En ningún lado hay solo ángeles o solo demonios, los extremos de por si califican para actuar en el segundo papel.

En tanto el ser humano no sea la prioridad ni el motivo de todo el accionar del Estado, no podremos avanzar, mientras no se piense en términos de derechos humanos, de equilibrio, de principios humanistas, de libertad, nuestra historia como humanidad y país, se mantendrá tan oscura como la vemos estos días.

La ciudadanía solo quiere paz, quiere justicia, obviamente una verdadera; armonía para trabajar, crecer, recuperarse de la pandemia y la crisis en la que estamos nosotros y el mundo entero. ¿Sera tan difícil de entender?

Las y los bolivianos queremos que la tormenta pase; tener la seguridad de que no tocará salir a proteger los derechos humanos contra aquellas fuerzas que desean su destrucción, porque no creen en ellos, porque les incomodan, que evidentemente son los mismos que no creen en la democracia que, a pesar de sus fallas y muchas contradicciones, nos permite desarrollarnos como sociedad e individuos.

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