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Hay quienes creen que hablar de los accidentes laborales es un asunto meramente económico. No es así. Hay que considerar una serie de efectos negativos que cual dominó caen tanto sobre quien se accidentó como sobre la empresa en la que esta persona trabaja. Y aún van más allá porque también repercuten en el entorno familiar del accidentado y en el equipo de trabajo. Seguramente si para empresas y trabajadores la seguridad (prevención) fuera una prioridad, la o las historias fueran otras.

De manera resumida, se puede decir que en el caso de las y los trabajadores, quien se accidenta debe enfrentar desde dolores físicos y todo lo que ello significa hasta otros de carácter psicológico, mientras que para la empresa el accidente implicará la pérdida de uno de sus recursos humanos durante un tiempo y el riesgo de contratar a otra persona con menor experiencia.

Con respecto a los efectos de orden económico, quien sufrió el accidente puede perder parte del salario o el total de este. En el caso de la empresa, se tendrá efectos directos e indirectos. En el primer caso estarán los gastos en salarios, las primas por seguro, los gastos médicos, el costo de "no productividad" y la formación y adaptación del sustituto. Y entre los efectos indirectos estarán el costo de la investigación del accidente, la pérdida de productividad, el costo por daños producidos en máquinas e instalaciones y la pérdida por los tiempos jurídicos empleados que deben ser pagados.

En resumidas cuentas, un accidente cuesta a ambos: al trabajador y a la empresa. Por esta misma razón, prevenirlos debe ser un punto crucial y si ocurren, debieran servir como aprendizaje para que no vuelvan, en lo posible, a suceder.

A fin de entender más la importancia de todo esto quisiera compartir con ustedes dos casos:

CASO 1

Un trabajador de 20 a 22 años fue contratado en un proyecto. No contaba con seguro; aunque sí con una póliza contra accidentes. Un día sufrió un accidente de tipo eléctrico. Quería adelantar un trabajo para "ganar tiempo", lo que terminó originándole quemaduras de segundo y tercer grado en cuello, rostro, pecho y manos. Investigadas las causas, el hombre realizó una operación sin autorización y empleó de manera inadecuada herramientas, vehículos y equipos. A ello contribuyó el incumplimiento de las instrucciones de seguridad, exponiéndose de ese modo e innecesariamente al peligro, todo motivado por una presión para cumplir más rápido el trabajo. Fue internado en una clínica privada. Su situación de salud era extremadamente delicada. Estuvo en terapia intensiva bastante tiempo. Al no estar "asegurado" (una realidad en el rubro de la construcción), la cuenta del centro médico fue tan elevada que la póliza contra accidentes quedó pequeña. Una vez recuperado, el accidentado quedó con una incapacidad parcial que le impediría volver a trabajar en lo mismo. En el caso de la empresa, esta vio por conveniente apartarlo del proyecto, pero ni eso le fue suficiente porque al tener que asumir la cuenta elevada del centro médico, terminó quedándose sin ganancias porque el costo superó incluso las mismas. Una pérdida total. El joven, sin trabajo, sin seguro y lastimado e impedido de trabajar en lo que sabía y conocía, tenía un futuro incierto.

¿A quién le costó más ese accidente?

CASO 2

La mano de un hombre, cuya edad oscilaba entre los 35 y 40 años, operador titular de máquina, sindicalizado y afiliado al EGS, fue atrapada por una máquina en movimiento que le produjo heridas cortantes, además de fracturarle la palma y los dedos. Investigado lo ocurrido, el trabajador había introducido su mano en un equipo porque "siempre lo había hecho así y nunca había pasado nada", lo que significa que se había roto una serie de barreras de seguridad que le costó que su mano fuera atrapada, lo que luego dio lugar a una cirugía reconstructiva que lo tendría fuera del trabajo durante meses. Se determinó que entre las causas estaba un resguardo inadecuado; una operación de la máquina sin autorización y un intento de ajuste de dicho aparato estando en movimiento. A ello contribuyó el incumplimiento de las instrucciones de seguridad y la exposición innecesaria al peligro.

En este caso, el trabajador estaba afiliado a una caja, con todas las prestaciones cubiertas. Sin embargo, faltando tiempo todavía para que pueda reincorporarse, solicitó a la empresa que lo ayude a que pueda renunciar a su baja médica (situación ilegal). Cuando se le preguntó el motivo de tal solicitud, su respuesta fue: “Desde que no trabajo los 7 días de la semana, yo solo recibo mi salario básico. He perdido mis horas extras, mis dominicales y mi salario ha reducido considerablemente. El primer mes estaba bien, pero ahora estoy peleando con mi esposa porque dice que necesita el dinero… Necesito volver a trabajar”.

¿A quien le costó más este accidente?

Analizando los dos casos explicados, si bien en el primero el trabajador no contaba con un seguro y en el segundo, sí, lo cierto es que en ambas situaciones los dos trabajadores perdieron mucho y también las empresas. Sin embargo, el que siempre se lleva la peor parte es el trabajador. ¿Por qué?

Simplemente porque aparte de los costos económicos asociados a no percibir parcial o totalmente el salario, no hay que perder de vista que los accidentes graves pueden dejar a una persona incapacitada de poder trabajar de por vida. Y si la persona queda inválida requerirá asistencia y aunque tenga una familia, su situación siempre dará lugar a una serie de consecuencias que van más allá del dolor físico.

Por tanto, más allá de la ley, de las ganancias, de la economía, de los efectos, de los dolores, una o un trabajador es una persona y el precio que debe pagar cuando está enferma es muy alto.

Por todo lo explicado, si usted es empresario o empresaria, sería bueno que se haga las siguientes preguntas:

  • ¿Qué pasaría si entre las o los trabajadores que son parte de su empresa se encontrara una o un hijo suyo, hermano, padre, madre o alguien que usted quiera mucho, qué trato le gustaría que recibiera?
  • ¿Usted estaría contento/a con el trato que usted da a sus trabajadores si estuviera en sus zapatos?
  • ¿Cuánto vale usted en precio? ¿El precio que usted vale es igual al precio que valen para usted sus trabajadores?
  • Y si usted es un trabajador o trabajadora: ¿Cuánto vale su vida para usted? ¿Cuánto vale su vida para su familia?
  • Si a usted le pasa algo, ¿qué pasaría con quienes usted más quiere?

Les aseguro que son preguntas difíciles de responder, porque nadie podría decir: “Yo valgo 10.000 dólares si me muero" (precio referencial de una póliza de accidentes convencional).

Es en este punto cuando empresa y trabajadores debemos hacer una pausa justa y necesaria para reflexionar:

  • ¿La empresa cumple las condiciones mínimas y necesarias de seguridad a sus empleados?
  • ¿La empresa se ha asegurado de informar, formar y dotar de herramientas a sus empleados para que puedan desarrollar su trabajo de forma segura?
  • ¿El trabajador ha asistido a todas las actividades que le asignan para que pueda cuidarse? ¿Utiliza todos los elementos de seguridad que la empresa le proporciona? ¿Cumple a cabalidad con las enseñanzas que le dan para que pueda desarrollar su  trabajo de forma segura?

En ambos lados siempre encontraremos excusas para justificar el porqué no; sin embargo, muchas cosas cambian cuando ya ocurre el accidente, cuando ya muere la persona, cuando ya falta alguien en casa.

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