Guardiana (Bolivia), fotos David Flores, Ahmed Ríos y Jorge Ibáñez
Miércoles 10 de marzo de 2021.- Cuando Covid-19 empezó a apoderarse de China en 2020, ese país parecía muy, pero muy lejos de Bolivia. El mundo se volvió un dominó y los países comenzaron a caer uno tras otro. Bolivia no fue la excepción. Cayó el 10 de marzo de 2020.
Ese día fueron anunciados en Bolivia los primeros dos casos registrados: uno en Santa Cruz y otro en Oruro. El nuevo virus había llegado en avión desde Italia. Sus primeras víctimas eran una mujer de 65 años y otra de 60.
El 29 de marzo de 2020, el entonces ministro de Salud, Aníbal Cruz, informó que una mujer de 78 años había sido la primera víctima mortal del coronavirus. Ella vivía en la ciudad de Santa Cruz y se contagió de una familiar que había llegado del exterior del país. Perdió la vida por un distrés respiratorio severo (afección que impide la llegada de suficiente oxígeno a los pulmones y a la sangre), neumonía típica y coronavirus positivo.
La primera víctima mortal fue diagnosticada el 26 marzo de 2020. Había permanecido estable y en aislamiento hasta el sábado 28, pero su estado de salud se deterioró y pereció a las 6:30 del día siguiente.
Desde entonces las cifras se multiplicaron y lo que hoy sabe el mundo del coronavirus es mucho más de lo que sabía hace 365 días; pero no lo suficiente; aunque en ese tiempo más de un país y más de un científico tuvieron la capacidad para desarrollar vacunas que el mundo no ha terminado de suministrar.
Ha pasado un año... Este 9 de marzo de 2021, el Ministerio de Salud confirmó que hasta ese día fueron registrados 255.621 contagios, de los cuales 43.921 continuaban activos, y los pacientes recuperados ya sumaban 200.684. Murieron 11.871 personas en Bolivia desde que empezó la pandemia aquel 10 de marzo de 2020.
¿Cómo miró cada habitante del mundo la pandemia?, ¿cómo la miraron las y los niños, los adultos mayores?, ¿cómo la miraron las personas con enfermedades de base? La respuesta está en la mente de cada persona, sobre todo en los recuerdos que anidan y los grandes dolores de quienes vieron partir a familiares mayores, pero también a jóvenes. Por el 18 de julio de 2020, en el pico de la primera ola de la pandemia en Bolivia, las redes sociales se llenaron de necrológicos, despedidas y pedidos clamorosos de plasma y medicamentos cuyo precio trepó por los cielos.
Mientras la mayoría vivía en confinamiento, había gente que trabajaba, tal el caso de médicos, enfermeras y otros. De estos, se dijo bastante. Sin embargo, poco se habló de quienes con cámara en mano seguían retratando el mundo para mostrárselo a quienes no podían salir de casa. Guardiana quiso hablar con tres de estas personas también conocidas como fotoperiodistas.
A David Flores le cambió su forma de vida
Cuando gran parte de la población estaba encerrada en sus casas durante un duro confinamiento que empezó el 22 de marzo de 2020, se podía ver en las redes sociales las fotos de David Flores Saavedra.
David es fotoperiodista desde hace 11 años y cuatro de ellos trabaja como “freelancer” en la Agencia de Prensa Gráfica (APG). Confiesa que su experiencia en las calles en este tiempo de la pandemia hizo que cambiara su rutina de vida.
Hoy cuida más de su salud y su alimentación porque está convencido de que así, con ayuda de las medicinas de uso tradicional que su familia suele consumir, puede reforzar las defensas de su organismo para eludir los riesgos de un posible contagio.
No se hizo una prueba de laboratorio para saber si el coronavirus ingresó en algún momento a su organismo. Él cree que no, pero hubo días en que estaba desganado, deprimido; aunque después de un descanso regresaba a las calles de Cochabamba con su cámara y su bicicleta.
En la cobertura regular de noticias policiales, estaba más o menos acostumbrado a ver cadáveres, pero no cuerpos liquidados por un virus. Dice que cuando veía noticias provenientes de Ecuador, donde también se recogía cuerpos abatidos por la Covid-19, creía que esa situación extrema no se presentaría en Bolivia en general y en Cochabamba en particular donde él vive. Sus cálculos fallaron.
David es egresado de la Carrera de Sociología de la Universidad y con esos ojos describe lo que pudo ver y sentir.
VENDER, EN LO QUE SEA: Allá por abril de 2020, productoras lecheras de la zona La Maica se dieron modos para vender leche y queso. Una vieja carreta jalada por un pequeño tractor servía a estas mujeres para recorrer las calles de la ciudad de Cochabamba para encontrar clientes. La crisis obligó a las y los ciudadanos a buscar soluciones creativas para llevar el sustento a sus familias. Una de ellas fue conseguir carros de todo tipo para trasladar sus productos y ofrecerlos a domicilio a quienes vivían encerrados.
LA NECESIDAD DE RODILLAS: El 8 de abril de 2020, David vio a un hombre de rodillas pidiendo ayuda a las personas que pasaban indiferentes por la calle Lanza, en Cochabamba. Los migrantes, sobre todo aquellos llegados de Venezuela, no tenían opciones económicas para sobrevivir junto a sus familias, algunos con hijos pequeños, en un país en el que por efecto de la cuarentena muchas fuentes de trabajo desaparecieron.
EL PEQUEÑO HELADERO: Saúl, un pequeño vendedor de helados, salía a las calles para vender sus productos, a fin de colaborar económicamente a su familia. Cerca del barrio de K'ara K'ara, nombre que cobró fama por los bloqueos al botadero de basura, el niño de 12 años se hizo amigo de algunos fotoperiodistas (uno de ellos fue David Flores) en mayo de 2020 y a ellos les decía que quiere ser periodista. En ocasiones, Saúl tuvo que salir huyendo del lugar de bloqueo junto con sus nuevos amigos.
PROTEGIENDO LA SALUD POR UN BOLIVIANO: David fotografió en abril de 2020 a dos mecánicos que habían sido despedidos de sus fuentes de trabajo y se las ingeniaron para reunir monedas que les ayuden a llevar el sustento a casa. Entre los puestos de venta de La Cancha en Cochabamba se los podía ver con sus trajes de bioseguridad y tanques con un preparado para desinfectar objetos con ayuda de una manguera. “Protegemos tu salud a cambio de tu voluntad”, se podía leer en uno de los tanques utilizados en esa faena. ¿Cuánto les pagaban? Un boliviano.
BOLSAS PARA BASURA COMO BOTAS DE BIOSEGURIDAD: Funcionarios especializados se preparan para levantar los restos de un vendedor ambulante en una de las calles de Cerro San Miguel, en la zona sur de Cochabamba. Eran los últimos días de julio de 2020 en los que se podía ver al personal encargado de esa labor protegiéndose incluso con bolsas negras de plástico los zapatos. Algunos cubrían todo su cuerpo con esas bolsas. El hombre al parecer murió con Covid-19 y su cuerpo quedó tendido en la calle.
Ahmed Ríos Abad no se libró de Covid-19
En junio de este 2019, Ahmed Ríos Abad comenzó a trajinar en el mundo del fotoperiodismo de la mano de la agencia fotográfica Marka Registrada, creada en 2015.
Describe a la fotografía como su pasión y un viaje hermoso. Estudió la Carrera de Turismo en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. Se inició como aficionado y cree haber heredado de su abuelo y su madre esa inclinación por las fotos.
Recuerda que al principio no se tomaba en serio a la pandemia, pero después de mes y medio ya se percibía miedo y tensión, y esto lo vio reflejado en la reacción de un vecino que se molestó al verlo a él y a un amigo en una calle de la ciudad de La Paz, donde él trabaja.
La cuarentena rígida fue muriendo de facto, dice Ahmed. Los vecinos que antes salían a la calle con traje de bioseguridad, barbijo y máscara facial, de pronto aparecían solo con barbijo: las medidas de bioseguridad se habían relajado.
Comenta que hoy prácticamente se baña en alcohol para desinfectarse antes de ingresar a casa después de una jornada de trabajo. Así evita riesgos de contagio.
Su madre es médico general y se enfermó de Covid-19, pero pudo vencer al coronavirus. Ahmed también fue contagiado, sin embargo se recuperó y regresó a las calles. A ella –cuenta el fotoperiodista– tuvieron que alejarla del teléfono celular porque le llovían mensajes con malas noticias.
EL BARBIJO EN PAREJA: Esta escena fue capturada allá por el 11 de mayo de 2020 en la zona de Senkata, ciudad de El Alto. Un hombre intenta colocar el barbijo a su pareja, pero este insumo de protección al parecer no estaba en buenas condiciones. Se vivían momentos de tensión, después de finalizada la cuarentena rígida impuesta por el Gobierno de Jeanine Áñez para evitar la propagación del virus.
SIN LIBERTAD PARA TRANSITAR: Militares desplegados en mayo de 2020 en zonas de El Alto exigen la presentación de la cédula de identidad a las personas en las calles. Fue una de las medidas adoptadas por las autoridades de entonces. La gente mayor de 18 años y menor de 65 podía salir de casa para hacer compras, de acuerdo con el número final de su carnet y en días determinados.
BIOSEGURIDAD EN TRANSPORTE PÚBLICO: Un conductor de autobús del Sindicato Villa Victoria levanta el pulgar de su mano derecha en señal de aprobación, cuando se realizaba una inspección de las medidas de bioseguridad implementadas en el vehículo de transporte público, sector que pedía volver a trabajar.
LAS VACUNAS DE LA ESPERANZA: Entre finales de enero y febrero llegaron las vacunas contra la Covid-19. Estos hechos tienen un significado particular para Ahmed Ríos. Recuerda que cuando llegaban las vacunas quería llorar de emoción, porque su madre –que practica medicina general– cayó enferma, pero consiguió vencer al coronavirus. Él tuvo la misma suerte.
Jorge Ibáñez Parada, aislado 52 días
Jorge Ibáñez Parada es fotoperiodista del diario cruceño El Deber desde hace un año y ocho meses. Estudió en la Escuela Superior de Comunicación Audiovisual DIAKONIA - UCB.
Tuvo que pasar 52 días en aislamiento en casa en Santa Cruz de la Sierra, a mediados del año pasado. Desde su vivienda siguió trabajando, incluso dice que hizo un reportaje precisamente sobre su autoencierro.
Nadie estaba preparado. La adaptación y el aprendizaje fueron claves para los reporteros gráficos. Probar barbijos, usar máscaras y ponchillos, trajes y lentes de bioseguridad.
Comenta que en los conflictos, los fotoperiodistas saben cómo moverse para llegar a determinados lugares y cómo protegerse, pero el virus es invisible, no se sabe dónde está y esto causa estrés.
52 DÍAS AISLADO: Jorge Ibáñez Parada pasó 52 días en confinamiento en casa, a mediados del 2020. En la imagen se ve al fotoperiodista que se toma un autorretrato de su encierro voluntario. Cuenta que podía considerarse un asintomático, pero entendió que su aislamiento debía ser obligatorio hasta que las pruebas de laboratorio arrojen un resultado negativo.
COTIDIANA MUERTE: La cobertura noticiosa se trasladó no solo a los hospitales, sino también a los cementerios donde se veía personas que cargaban ataúdes usando solo barbijos, pero otras vestían trajes de bioseguridad, incluso botas de goma y lentes, por temor a ser contagiadas.
TRISTE MUERTE: Los familiares de alguna persona fallecida con Covid-19 no podían acompañarla hasta su última morada en los camposantos. En la fotografía, una mujer capta imágenes de una triste ceremonia de despedida. Ella llevaba barbijo y máscara facial para protegerse.
SOBREVIVIENDO: Trabajadoras y trabajadores encargados de la limpieza de las calles, comerciantes y otros dedicados a las entregas a domicilio luchaban por su sobrevivencia frente a la crisis económica. No eran los únicos en ese afán. La cámara de Ibáñez llegó a una casa de trabajadoras sexuales y allí se enteró de que las mujeres se habían unido para vender naranjas temporalmente.
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