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Por Guiomara Calle para Guardiana (Bolivia)

Miércoles 15 de diciembre de 2021.- Trabajos temporales, con bajos salarios y sin derechos laborales, esas son las características de los empleos a los que accede el 98% de los jóvenes bolivianos, según un estudio del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral Agrario (Cedla), el cual afirma que la precariedad laboral en el país tiene rostro joven. Aunque no existen datos oficiales del impacto de la pandemia en este grupo poblacional, la tendencia es a empeorar.

Los últimos tres meses no han sido fáciles para Tania, una joven de 25 años que no busca un empleo para solventar sus estudios y los gastos de alimentación y vivienda. La venta de cosméticos por catálogo y una pequeña ayuda económica de sus padres es lo único que la sostiene actualmente. Ella dejó su natal Sorata, en el departamento de La Paz, hace siete años en busca de mejores oportunidades de vida.

“Vine a la ciudad a los 18 años, al cumplir la mayoría de edad. Mi primer trabajo fue como ayudante de cocina, ganaba 450 bolivianos (al mes) por tiempo completo, pero me alcanzaba solo para mis gastos personales. Después encontré otro trabajo en una pensión, donde yo cocinaba y atendía las mesas los fines de semana y me pagaban 130 bolivianos por esos días. Trato de ganarme la vida para pagar mis estudios”.

Tania, estudiante de 25 años oriunda de Sorata, en el departamento de La Paz.

Ella cursa el cuarto año de la carrera de Ciencias del Desarrollo, de la Universidad Pública de El Alto. Es oriunda de Sorata, donde viven sus papás y sus hermanos menores. El deseo de superación la empujó a salir de su casa y dejar a su familia; aunque las escasas oportunidades de trabajo y los bajos salarios muchas veces le hicieron replantearse sus planes. Pasaron siete años desde entonces y ella no se da por vencida.

Al igual que Tania, muchos jóvenes buscan empleos que les permitan pagar estudios y el sustento diario, pero el mercado laboral no es muy alentador para ellos, pues solo el dos por ciento de los jóvenes ocupados, comprendidos entre los 18 y 29 años, accede a un empleo con beneficios sociales, seguro de salud y otros derechos laborales, explica Bruno Rojas, investigador laboral que realizó este año un estudio sobre el empleo y desempleo de los jóvenes bolivianos antes de la pandemia de la Covid-19 para el Cedla.

“Desde que los jóvenes inician la búsqueda de empleo son vulnerables a varias condiciones desfavorables propias del mercado laboral boliviano. A muchos, la pobreza y la urgencia de contar con recursos económicos los obliga a iniciar temprano su vida laboral y siendo todavía estudiantes de colegio, en calidad de trabajadores dependientes y en condiciones precarias extremas e incluso, en situación de trabajo gratuito”.

Bruno Rojas, investigador laboral

Agrega que, en el caso de las mujeres, la situación parece ser más complicada porque desde temprana edad pesan sobre ellas responsabilidades mayores como las domésticas y generalmente su inserción laboral se realiza en condiciones de mayor precariedad en comparación con las de sus pares masculinos. “Para ellas, aspirar a tener mayores ingresos que el promedio de los jóvenes supone trabajar extensas jornadas, algunas veces en horario nocturno”.

LA PRECARIEDAD LABORAL

Rojas aclara que la precariedad laboral se refiere al deterioro de las características de un trabajo en condiciones adecuadas y la precariedad laboral extrema, a empleos sin estabilidad laboral, sin ingresos adecuados, ni seguridad social (seguro de salud, aporte para la jubilación y otros). “En El Alto hay jóvenes que perciben 800 bolivianos de salario mensual, pese a que el salario mínimo nacional es 2.164 bolivianos”.

La situación es peor aún en jóvenes independientes, aquellos que trabajan por cuenta propia en un negocio en la calle, comercio u otros. Rojas asegura que ellos no tienen derechos laborales y que sus ingresos están lejos del mínimo nacional. Una encuesta del Cedla revela que seis de cada 10 jóvenes ocupados en el mercado informal no llegan a ganar un equivalente al salario mínimo nacional al mes.

“Los datos son contundentes. El 98 por ciento de los jóvenes ocupados tiene empleo con algún grado de precariedad y cerca del 60 por ciento tienen empleos precarios extremos, es decir, están en los peores empleos. La precariedad sigue marcando el destino de muchos jóvenes en el país. En este contexto, los jóvenes estarían lejos de aspirar a un ‘empleo digno’ tal como establece la Constitución Política del Estado”.

Bruno Rojas, investigador laboral
LAS CAUSAS DEL DESEMPLEO, SEGÚN LOS JÓVENES

Marcos, un joven de 22 años con estudios en Contabilidad (técnico superior), señala que la falta de experiencia fue su mayor obstáculo para conseguir un empleo. “Experiencia laboral es lo que exigen o mayor capacitación académica. No conseguía empleo porque siempre me pedían mayor experiencia laboral, pero tengo recién 22 años y no me dan la oportunidad de adquirirla. Exigen demasiado, se quieren aprovechar al ofrecer salarios demasiado bajos, pese a tener estudios”.

Desde la visión de los jóvenes consultados por el Cedla, hay varias causas para el desempleo y una de ellas está referida a que muchos jóvenes incursionan a temprana edad sin contar con la formación ni la experiencia laboral requeridas por los empleadores, lo que provocaría que sean rechazados o contratados en puestos de trabajo de menor calificación laboral y con baja remuneración.

Otra de las causas apunta a que no existen las facilidades para acomodar y engranar los horarios de estudio con los del trabajo. Por esta razón, algunos deciden culminar sus estudios antes de seguir buscando un empleo que pueda adecuarse a sus horas libres.

Trabajar más horas como asalariado no implica ganar más y eso desmotiva a los jóvenes al momento de acceder a un empleo. Estas razones y otras vinculadas a las condiciones laborales desfavorables, empujan a los jóvenes al trabajo informal y al subempleo, situación última que parece haberse extendido en esta población. En efecto, el Cedla afirma que en 2019, antes de la pandemia, cinco de cada 10 jóvenes estaban subempleados por contar con “ocupaciones” con horarios iguales o inferiores a las 36 horas semanales.

Mónica, una joven alteña de 22 años que vive en la zona Villa Cooperativa, menciona que daba clases presenciales a un niño de colegio y que ello le permitía cubrir algunos gastos. Ella estuvo desocupada unos seis meses. “Creo que hay desempleo porque faltan oportunidades para los jóvenes, no hay en las empresas, no nos dan esa oportunidad para poder trabajar. En El Alto hay empleo, pero en cosas pequeñas, ya sea en tiendas o en atención al cliente en algunos lugares, pero las empresas no te dan con facilidad. Yo creo que es por la experiencia, porque al ser jóvenes nos falta experiencia, más que todo el currículum que uno tiene, en eso nos ganan los adultos”.

IMPACTOS LABORALES DE LA PANDEMIA

Aunque no existen datos oficiales, el Cedla realizó un análisis de la situación y con esa base estima que las y los jóvenes, particularmente aquellos de hogares pobres, de familias rurales o con padres ocupados en el sector informal, figuran entre las poblaciones más afectadas por la paralización de las actividades económicas y la crisis económica provocada por la pandemia y las medidas de distanciamiento social que se adoptaron para evitar la propagación del virus.

En los meses críticos de la pandemia (picos altos de las tres primeras olas), muchos otros jóvenes quedaron desempleados como efecto de la cuarentena estricta y al buscar otro empleo enfrentaron un entorno laboral limitado por la baja demanda de nuevos puestos de trabajo. “Sintieron fuertemente los efectos en sus ingresos y en los de su hogar, poniendo en riesgo la subsistencia familiar”, señala el estudio.

En los casos de jóvenes que continuaron trabajando durante la pandemia, se vieron afectados en sus condiciones laborales por las decisiones unilaterales de los empleadores, como el pago incompleto o fraccionado de los sueldos. En los casos de mujeres jóvenes, los efectos adversos parecen haber sido mayores, especialmente en los casos de las que son madres y esposas que quedaron sin una fuente de trabajo, y que conforman hogares donde los ingresos familiares dependen del trabajo de la pareja, indica el Cedla.

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