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Te necesitamos, héroe, heroína de las mil caras, nos haces falta, nos das sentido. No importa que nunca, nunca hayas existido. Te necesitamos. Porque hombres, mujeres somos, seres humanos, casi nada. Y tu presencia en los sueños, en las angustias y soledades, en la inmensa perplejidad ante la suerte y el destino, te necesitamos para mostrarnos lo mejor de nosotros, aunque eso mejor, no sea más que un ensueño.

Cuando atravesamos el primer cuarto del siglo, cuando los horrores de la violencia humana parecen resucitar con más pertinacia, y los tiranos parecen ser los más populares, y la estupidez y la ignorancia humana toman el poder con más fanatismo que nunca, tu imagen, viejo héroe, viejo mártir, viejo chamán que atraviesas las pruebas de la muerte y el mal, puede surgir de nuevo con más fuerza. Y nos llenas el corazón, viejo héroe, vieja heroína, y como Bastian con Atreyu, nos reflejamos en ti, o tú en nosotros, y nos ayudas a atravesar las vicisitudes de la vida, a pesar de nuestros olvidos y errores.

Los sueños olvidados nos permiten encontrar nuestra verdadera voluntad, y así pertrechados de sueños e imágenes podemos volver al mundo real.  Con tu ayuda, héroe sin rostro o con todos los rostros, y con el auxilio de un dragón bueno y sin alas, regresaremos, después de la travesía y las crisis, los dolores y las caídas y las pruebas duras de la vida, convertidos en mejores personas.  

Es Viernes Santo, y entonces el monomito, como decía el luminoso Joseph Campbell, vuelve otra vez, con su poder inextinguible, su historia interminable. Un héroe muere por nosotros. Pero resucita también por nosotros. Va mucho más allá del cristianismo: está en el fondo de nuestros ojos, donde atisbamos, con los rayos del sol poniente, las palpitaciones del alma, nuestra alma, el alma universal, el enlace entre el mundo de la fantasía y el mundo real. Como los sueños.

Todos podemos ser héroes. Pero la Nada acecha, el olvido, la destrucción, la muerte, el caos. En el mundo real, priman, campean y parecen ser invencibles los malos, Ygrámul, el múltiple. Es “el horror de los horrores”. Pero los hombres malos no lo saben, creen que son ellos los héroes, los cruzados, los escogidos por los dioses. Se llaman Putin, se llaman Trump, y en América Latina, pululan muchos de esos, aferrándose al poder donde pueden y como pueden. Pero la lucha se les da allá donde quedan sueños, ilusiones, gente que sabe que, aunque hoy sea el momento de la crucifixión, lo que vendrá será el renacimiento. El resurgir de las cenizas, en un plano más alto, más claro y límpido.

Podemos ser héroes sí, siempre y cuando después de caer y superar las duras pruebas de existir, nos levantemos del fondo del pozo, y revivamos convertidos en sabios, en humildes, en personas que brillan y que han iluminado con la luz del amor sus propias oscuridades.

Es un momento de trance, muerte, caída en el caos, y resurrección. Es una iniciación. Porque la historia del héroe mágico es la historia de la iniciación y el cambio. Es la separación que es camino iniciático para enfrentar pruebas, sí, pero también para salir a una nueva luz después del túnel. La máscara del poder de los dioses terribles cae, y deja de amenazarnos como un hecho, para convertirse en una metáfora. Así lo decía Campbell. Y tú, yo, el que pase por esa palingenesia, se vuelve representante de la nueva significación, del sentido, de la trascendencia. Ser trascendentes. De eso se trata pasar por la Pascua o por cualquier camino lleno de pruebas de la Iniciación.

En un tiempo en que la guerra, la violencia, el odio y la intolerancia campean, la necesidad del héroe de mil caras, del héroe lejano pero interno, mágico pero cotidiano, está más fuerte que nunca. Y no es un asunto que competa solamente a los creyentes cristianos. Es un asunto que compete a lo mejor de los seres humanos: nuestra posibilidad de hacer del mito, de los sueños profundos, el camino de la resurrección de aquello que vale la pena.

Celebraré tu vuelta, héroe mío y nuestro, porque allá en tu vuelo lejano a lomos de Fújur, está también mi vuelo, mi remontar el cielo. Y vencer las penas, y florecer con los sueños en una realidad mejor. Celebraré tu vuelta, viejo guerrero.

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