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Rossemary es muy guapa y lo era más hace veinte años. La primera vez que la vi me pasó como les sucedía a los extranjeros que llegaban a Roma cuando era la capital del imperio: se asustaban de tanta belleza y esplendor y no se atrevían ni siquiera a pensar que alguna vez podían ganarle la guerra. ¿Cómo hablar con una mujer así? Pero ella era sencilla, atenta y educada. Siempre me trató bien, me regaló una sonrisa y me aclaró lo que me decía. Sí, era una secretaria, ¡una como debe ser!

Y es que en mi memoria tengo más recuerdos de gente que, sobre todo en el ámbito público, me ha hecho sentir más como una cucaracha que como la persona que soy. Son estas experiencias las que te condicionan a ponerte en modo gusano cuando tienes que ir a realizar algún trámite, sobre todo cuando sabes que volverás a ver la amargura y agresividad de algún funcionario.

Ser bien atendido en cualquier instancia, pública o privada, te devuelve la dignidad que en algún momento alguien pretendió arrebatarte.

A veces también las circunstancias de la vida parecen quitarte eso casi incomprensible que es la dignidad. Una enfermedad grave, por ejemplo. Cuando uno padece alguna enfermedad que le quita la capacidad de acción, que no le permite trabajar y que lo convierte en dependiente, uno piensa que es una carga. Más si se añaden maltratos en el sector de salud, sobre todo de los médicos. Ellos, llamados a curar a los demás, un acto que es altamente compasivo, pueden llegar a ser tan hirientes que solo su actitud y sus palabras te enferman más.

Pero qué reconfortante es encontrar médicos y enfermeras que te tratan bien, que te explican lo que te sucede y el efecto de las medicinas que te recetaron. Esa gente no solo te cura el cuerpo, también lo hace con tu alma herida por el dolor físico, esos te devuelven la dignidad.

La dignidad está íntimamente relacionada con el status de ser personas humanas. Es una condición que nos hace ser alguien y que nos distancia de cualquier otra naturaleza viva o inerte. Sin embargo, es al mismo tiempo, una construcción continua, por eso podemos decir de algunas personas que se han comportado con mucha dignidad o que han perdido toda su dignidad.

Los expertos en cocina dicen que no hay mejor condimento que el hambre. Cuando alguien tiene hambre cualquier plato es delicioso. Es una gran cosa disfrutar de un buen plato y de una buena compañía. ¡Cuán humanos nos sentimos al hacerlo! Y pensar que hay gente en nuestro país que hace mucho tiempo no se levanta de la mesa con la sensación de satisfacción.

Aprender algo nuevo también te hace sentir más humano. Mientras más se aprende en la vida más se es consciente de la propia ignorancia, eso es lo que nos lleva a seguir creciendo en sabiduría y virtud, como lo plantearía Sócrates.

Reconozcamos, pues, la dignidad de cada persona con la que nos encontramos, respetemos sus derechos, sobre todo aquellos referidos a salud, trabajo y educación. Así, el pobre podrá sentarse a la mesa y experimentar alguna vez la satisfacción del trabajo bien hecho y bien remunerado. Tratemos bien a todos, regalemos siempre que podamos una sonrisa, como Rossemary, que al sonreír te reconocía como un tú mientras se revestía de humanidad.

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