Me declaro abstemia, pero siempre me cuestiona la delgada línea que existe entre el consumo “social” y el consumo excesivo de alcohol que pueden derivar en alcoholismo o en consecuencias funestas para la vida de quien bebe en exceso ocasionalmente y luego no puede dejar de hacerlo. Sin embargo, mi mayor preocupación consiste en reflexionar sobre la forma en que nuestra sociedad condiciona el “ser aceptado” a partir del consumo de bebidas alcohólicas, en especial a las y los adolescentes.
Con frecuencia el consumo de alcohol empieza en la adolescencia como parte de un “rito de madurez y hombría” que afecta a hombres y mujeres. Esa presión social es también cultural porque responde a la noción de “compartir”, la idea de “te invito y compartimos” (a veces sin medida y por días”), frecuente luego de jugar o ver partidos de fútbol, los viernes de “soltero”, “ladies night” o fiestas de compadres y comadres en las fiestas de carnavales.
Parte de esa presión social en el caso de los varones está asociada a la necesidad de demostrar la “hombría” a partir del “aguante” en el consumo de alcohol y hoy esa misma lógica es utilizada por aquellas jóvenes que eligen consumir bebidas alcohólicas a la par. Insultos como ser “marica” o “poco hombre”, “mosquita muerta” o “estirada” son sólo una muestra del enorme número de adjetivos utilizados para humillar o desprestigiar a quienes son adolescentes.
No obstante, a esa presión porque en las fiestas todos y todas estén ebrios, se suma la mala intención de algunos/as adolescentes por embriagar a quienes no tienen experiencia e ingenuamente beben sin cautela, cayendo en la mezcla peligrosa de bebidas alcohólicas o la ingesta de alcohol con algún energizante o droga que alterna el sistema nervioso y los sentidos. Situación en extremo riesgosa si pierden la conciencia de sus actos y pueden sufrir robos, violencia sexual o heridas de diversa índole. Daños que son físicos en primera instancia y luego se tornan psicológicos debido a la vergüenza y burlas que generan este tipo de situaciones sin control.
La cultura boliviana a menudo asociada con danzas, música, entradas folclóricas, prestes, fiestas patronales, aniversarios patrios, carnavales, año nuevo, navidad, velorios, bautizos, primera comunión, matrimonios; y, en fin, a una variedad de tradiciones y costumbres en las que la cerveza o el vino están presentes como parte de la celebración.
El boliviano no concibe ninguna fiesta si no se incluye algún tipo de bebida alcohólica, de modo que su consumo condiciona la integración y aceptación de todo aquel vecino que quiera formar parte de la comunidad, agrupación o colectivo.
De hecho, existen áreas laborales que con frecuencia son más propensas a caer en el alcoholismo debido a su ritmo de vida, un ejemplo son los mineros, quienes trabajan muchísimas horas bajo tierra y luego de trabajar su única fuente accesible de relajación o distención es beber alcohol en las noches. Seguramente no todos los mineros, pero la mayoría de ellos posee esa costumbre arraigada de generación en generación.
En las ciudades, ocurre algo semejante con algunos espacios laborales como los empleados de la banca y transportistas, cuyo esparcimiento a menudo se relaciona con reuniones y la ingesta de alcohol.
En el caso de la adolescencia y la juventud, esa etapa de transición a la edad adulta viene condicionada por el “mandato social” de que beber alcohol te hace sentir “aceptado y respetado”. De modo que quien se rebele o tenga las convicciones suficientemente firmes para resistirse a “seguir al rebaño” muy probablemente tenga problemas de integración que deriven en exclusión y discriminación.
La prevalencia del consumo de alcohol en Bolivia por grupos etarios revela que adolescentes entre 12 y 17 años alcanza 10%, jóvenes entre 18 y 34 años 48 % y la población entre 35 y 64 años de edad 26 % según el “Informe Sobre Consumo de Drogas en Las Américas 2019”, presentado por la Organización de Estados Americanos, Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (OEA Sicad). La última información disponible a nivel internacional indica que el alcohol estuvo relacionado con más de 300.000 muertes en las Américas; en 80.000 de ellas el consumo de alcohol fue determinante” (El Diario, 21/03/2019).
Adicionalmente, hoy se ha ido reduciendo la edad para el consumo de bebidas alcohólicas con todas las consecuencias que ello trae consigo. “El consumo de alcohol durante la etapa adolescencia puede interferir con la maduración adecuada de las áreas -córtex prefrontal e hipocampo-, lo que puede resultar en dificultades cognitivas y emocionales a largo plazo”, afirma Griselda Vargas, directora de la carrera de Medicina de la Universidad Franz Tamayo. El consumo excesivo y crónico de alcohol puede llevar a un deterioro cognitivo irreversible y a problemas de salud mental (L. Zurita, UNIFRANZ, 21/04/2024).
No se puede dejar de mencionar los problemas en el desempeño académico (abandono escolar o reprobación de los estudios escolares y universitarios). Así también, se presentan los embarazos no deseados asociados a la actividad sexual en estado etílico y/o las agresiones sexuales por el estado de inconciencia de las víctimas y agresores. También es peligrosa la combinación de bebidas alcohólicas asociadas a las drogas; situación que dispara los índices de accidentes de tránsito, peleas violentas, agresividad y suicidios, entre varias otras consecuencias.
El alcohol no sólo afecta la salud física y psicológica de quien lo consume, también influye en la sociedad, ya que puede verse afectada por las consecuencias que desencadena una persona bajo los efectos del alcohol, entre las que se encuentran los accidentes de tránsito y conductas violentas hacia amigos, familiares y otros. En este sentido, se estipula que las lesiones mortales que se atribuyen al consumo de alcohol tienden a ocurrir en edades relativamente jóvenes (Organización Mundial de la Salud, 2011).
En relación a las causas biológicas del consumo de alcohol, es importante destacar que cualquier tipo de droga estimula al circuito de recompensa, y por consiguiente al núcleo accumbens que libera dopamina, la cual genera un estado de euforia o placer que hace que el sujeto desee repetir el consumo. J. Yaría (2005) señala que las drogas que activan el circuito de recompensa generan sensaciones de placer e incluso cambios en la conducta; este sistema puede activarse por el recuerdo de ambiente, lugares o situaciones, todo esto hace que una persona recaiga en las drogas.
En ese sentido, es importante tomar en cuenta que existen discursos sociales que no están escritos pero que son verbales y forman parte de la tradición socio-cultural boliviana en relación al consumo del alcohol y las fiestas. Existe una “presión social y cultural” para consumir alcohol que empieza en el colegio, la universidad, los equipos de fútbol, las fiestas patronales y los espacios laborales.
Por tanto, es altamente recomendable que los padres y madres dialoguen y protejan el desarrollo físico, emocional y mental de sus hijos e hijas adolescentes. Es una etapa dura porque dejan la inocencia de la niñez para enfrentarse a estereotipos, prejuicios y prácticas sociales de dudosa ética que pondrán a prueba su autoestima, integridad y valores.
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