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Este lunes 25 de noviembre se recordó el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, otra vez con los mismos discursos de las autoridades nacionales, departamentales y municipales en muchos medios de comunicación, en los cuales dijeron: “…hay que bajar los niveles de violencia”, “…debemos concientizar a la sociedad”, “…es necesario cambiar la mentalidad”.

También salieron algunas y algunos fiscales y policías con los reportes típicos: “…hay más de 30 mil denuncias de violencia física y sexual en la Fiscalía”, “…lamentablemente tenemos 78 feminicidios hasta este mes”, es decir siempre lo mismo, pero al final no pasa nada, los números siguen creciendo y en rojo teñido de sangre femenina.

Alguien refirió que “…el Estado está tomando cartas en el asunto”, o “se deben buscar las causas que llevan a los varones a asumir esa conducta”. No faltó el jefe policía que dijo: “…el alcohol es la causa” o “…las mujeres también tienen su cuota de responsabilidad”, “para que salió así”. “¿Por qué se vistió así?”.

Hace unos días escuché una conversación entre un abogado y una abogada sobre la suerte de Noemí Gonzales, que en octubre de este año fue dopada, golpeada, acuchillada, violada y quemada por su expareja dentro del penal de El Abra, en el departamento de Cochabamba. Decían que ella en parte era la culpable; cuestionaban que para qué “Noemí se metió con un delincuente”, “¿por qué diablos fue sola al penal?”. Realmente me pareció increíble y alarmante.

Casi nadie acepta en primera instancia que somos –en general– una sociedad violenta, y es cierto, lo somos, no lo escondamos bajo la alfombra. Casi nadie podrá decir que alguna vez en su vida no ha reaccionado violentamente por algo que valdría o no la pena.

En particular, incluso uno se cuestiona si alguna vez no hemos sido violentos con nuestras madres, esposas, parejas, novias, cortejas, compañeras, amigas o simplemente contra la mujer en general. Seguramente si hacemos un examen objetivo de conciencia, siempre habrá un hecho de qué avergonzarse.

No confundamos, no es necesario hablar de golpes, ese ya es un nivel alto de violencia, sino de insultos, chantajes sentimentales, económicos, celos enfermizos, prohibiciones de salidas, limitaciones de vestuario, hasta los –para algunos– inofensivos estereotipos o bromas, que se piensan que ya son exageraciones. ¿Qué hace una bromita? ¿Qué daño provoca una silbadita?

Realmente muchas veces un varón no es consciente de lo anterior hasta que tiene una hija o una pareja que sufre de las conductas anteriores por parte de otro machito. Aunque la mayoría de las veces se hará al despistado, porque sabe que actuó de la misma manera o incluso peor.

¿Qué puede decir un padre cuya hija fue golpeada por su pareja o acosada por sus compañeros del trabajo o de la universidad, molestada o perseguida en la calle por un hombre de bajos instintos o peor violentada sexualmente? ¿Se arrepentirá de haber actuado así con la madre de esa víctima u otra mujer? Es muy probable que no, porque dirá que la sociedad es así, los moldes están hechos y es difícil cambiarlos, es el destino de las mujeres sufrir, luchar, sentirse inseguras y tragársela. Qué terrible.

Desde el próximo año, al parecer ya no tendremos el mismo partido en el Gobierno. Salvo algún milagro u otra manipulación fraudulenta de las cifras electorales, el MAS-IPSP pasará a la oposición y vendrá alguien que al parecer no será tan nuevo, pero ojalá no arribe a la Plaza Murillo alguien con tendencias argentinas o gringas con el cuento de por qué las mujeres tienen una ley especial o un trato diferenciado. ¿Por qué se vulnera el principio de inocencia con la aplicación de la Ley No 348? o ¿por qué las leyes dan preferencia a las mujeres si eso viola el principio de igualdad ante la ley? Esperemos que no haya grupos o asociaciones de víctimas, que se unan al futuro Gobierno, para intentar modificar lo poco que se ha avanzado en la equidad o paridad de género. No, por favor.

Estas personas no ven más allá, observan muchas veces el árbol, pero no el bosque de graves violaciones de derechos humanos de las mujeres. Lo inexplicable es que entre ellas existen mujeres, digo inexplicable, porque hasta ahora en mi vida, tanto fuera como dentro de la profesión jurídica, no he conocido una mujer que no haya sufrido algún tipo de violencia en el transcurso de su existencia, por muy fuerte que crea ser esa mujer, por muy segura que considere que está, por muy profesional o trabajadora que sea, por las respuestas que dio ante un hecho de violencia, por cómo se defendió, muchas veces creen que son inmunes, pero no, siguen siendo vulnerables, extremadamente vulnerables, aunque no quieran admitirlo.

Pero lo peor es lo que llamaba una compañera en la lucha por los derechos humanos la gran feminista Griselda Sillerico, “las mujeres con bigotes”; es decir, aquellas féminas que más bien van en sentido adverso de las reivindicaciones que han conseguido y, por el contrario, parecería que luchan porque se reviertan, bajo el imaginario de la igualdad formal, cosa que no existe estimada y estimado lector. Podemos afirmar tanto en la teoría como en la práctica que “no somos iguales ante la ley”, porque materialmente eso es imposible, siempre habrá diferencias que requieren tratos especiales.

La vida y la realidad nos muestran que la sociedad es como una familia, permítanme graficarlo de la siguiente manera: ninguno de nuestros hijos o hijas es igual, es evidente que siempre trataremos de darles lo mismo y no discriminarlos; pero las circunstancias de cada uno o una nos obligarán a actuar diferente para lograr que más o menos todos se igualen. ¿No es cierto? ¿Qué hace un padre o madre cuando su hijo o hija tiene problemas en el colegio? Pues refuerza de alguna manera su estudio, le coloca quien le enseñe de forma particular, busca algunas alternativas para que no tenga problemas y tenga mejor futuro. Eso es exactamente lo que pasa en la sociedad, no es tan difícil de entender. Ahora, imagínese el mismo panorama, pero con una o un hijo con discapacidad, migrante, LGBTIQA+, indígena o mujer en un mundo patriarcal y machista. Entonces comprenderemos a cabalidad esto.

Pero ahora, ¿qué hacemos con la violencia hacia la mujer? Pues hasta ahora no hicimos mucho. Es evidente que se requiere (como en muchas cosas en nuestro país) una política pública, pero integral, en que esté considerado tanto el sistema de justicia, protección, educación, salud de todos los niveles para atacar progresiva y sistemáticamente las causas de esta que se encuentran en el sistema mismo, en nuestra forma de hacer la sociedad y también en cómo los bolivianos y bolivianas crecemos y nos desarrollamos. Si empezamos ahora quizá en una o dos generaciones logremos cambios reales, esperemos que se pueda comenzar pronto.

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