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Nosotros, claro, no teníamos San Valentín, era en todo caso algo de gringos que salía en las películas o de Charlie Brown, que sufría en los sanvalentines esperando sus tarjetas. Tampoco teníamos Halloweens, ni baby showers, ni Black Fridays, ni Cyber Mondays, ni nada de eso. ¿Éramos menos “alienados” por ello? No necesariamente: los programas de televisión, las películas de Hollywood, los blue jeans, los tennis shoes, las hamburguesas, los hot dogs, el rock, el jazz y mil cosas más rondaban nuestras vidas, ya incorporadas a nuestras personalidades. Somos una colección de influencias: las de los Estados Unidos no son las menos: forman parte de lo que somos.

Pero igual San Valentín era un día normal, cuando más se recordaba la invasión chilena de Antofagasta, aquel 14 de febrero de 1879, que dio inicio a la Bolivia moderna: una ya sin mar, aunque quizás nunca tuvo mar (porque siempre estuvo ahí, lejano de las montañas y de las cosas serias de los bolivianos)…pero bueno, eso ya es otra cosa. Pero no San Valentín.

Igual teníamos carnavales, por supuesto. Lo interesante es pensar que ambas dos fiestas tienen origen en la antigua Roma. Y esto hace que las diferencias festivas entre Bolivia y Estados Unidos no sean tantas: la matriz romana está detrás de las festividades populares, en esa extraña mezcla entre tradiciones romanas y las cristianas: esa suerte de mestizaje antiguo que, a su vez, terminaría marcando nuestros propios mestizajes americanos.

No sé cuándo se empezó a considerar San Valentín o Halloween como fiestas también bolivianas, o en general, latinoamericanas. Esto, si lo pensamos bien, tiene que ver con el tremendo poder comercial y propagandístico de las industrias culturas estadunidenses, un efecto del poder del mercado, pero también de la sociedad de consumo en su modalidad gringa. Como todo efecto de mercado, enriquece las vidas de los que están lejos, porque les trae a sus puertas las cosas, las costumbres, las ideas, los inventos que, de otra manera, siempre les serían ajenos. Pero claro, como tantos se apuran en señalar, también los aparta de las cosas, costumbres, ideas, inventos propios. Cambiamos lo propio por lo ajeno, parece ser la norma del mercado, de la interconexión mundial, allá donde el que tiene más poder de comercio gana, exportando sus cosas, costumbres, ideas e inventos.

El comercio humano es así: intercambios, interpenetraciones, interrelaciones, a veces personales, a veces mediados por cosas y sucesos. Pero a aquellos que veíamos el San Valentín como algo ajeno, puede seguirnos pareciendo eso mismo: algo ajeno. Aunque no siempre. Vivir los cambios de época es también vivir nuevamente, es un intercambio interno entre lo que fuimos, lo que somos por el momento y lo que seremos.

Por eso terminamos abrazando sanvalentines y Halloweens. O simplemente, si vivimos en ciudades y estamos más o menos al tanto de lo nuevo, y si tenemos más o menos capacidad adquisitiva, las modas. Las modas que vienen y se van, pero que, en ese interín, como las olas del mar a la arena, refrescan la vida, la hacen patente, nos muestran la profundidad de lo efímero, de lo momentáneo, esa fuerza existencial de estar vivo que sólo tiene sentido en los instantes que pasan y pasan.

Aquí llegaron los regalos y los memes y los encuentros o desencuentros, las parejas y los solitarios de San Valentín. Y está bien, porque celebrar el amor será siempre mejor que celebrar el odio, la pena, la nada. Así sea una fiesta impulsada por los grandes negocios comerciales, por las industrias, por el “espíritu capitalista”. ¿Qué nos queda? Estamos dentro, en todo caso, a pesar de lo consumista que puedan ser todas estas fechas festivas. Estamos dentro, pero detrás quedan las personas, sus frágiles interrogaciones sobre la vida, sobre el destino, sobre el amor encontrado o perdido, sobre las ilusiones anheladas, sobre los misterios.

Es verdad: no teníamos San Valentín, pero no importaba. Ahora podemos tenerlo. Vivir es siempre una oportunidad de expansión de la mente, el alma y el cuerpo, más allá del mercado, más allá de las modas, más allá de la conformidad con los otros. En el vivir podemos apropiarnos de cosas, costumbres, ideas e inventos ajenos para crecernos por dentro. Y, al hacerlo, encontrarnos con alegría con los otros, y abrazarnos de cuerpo o de existencia, y eso, eso vale la pena.

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