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En un reciente artículo, presentado para el décimo octavo Simposio Internacional Procesos Civilizadores (realizado en Bogotá en noviembre de 2020), sostenía, en una nota al pie de página, que la situación de la expresidenta transitoria de Bolivia Jeanine Áñez es la de una mulier sacra, la versión femenina del homo sacer. Se convirtió en mulier sacra desde el momento mismo de asumir la presidencia del Estado: algo que los seguidores del MAS nunca le perdonarían, y más allá de la calidad de su gestión, su gobierno nacía marcado por el atrevimiento de tomar el poder que, según los masistas, sería sólo suyo, de una vez y para siempre. Sea Áñez o cualquier otra persona que hubiera asumido la presidencia del Estado boliviano, inmediatamente se habría convertido en una indeseable, un ser despreciable a ojos de los seguidores del MAS, empezando así su conversión en sacer o sacra: una basura, una no persona.

Ser Homo sacer significaba en la Roma antigua ser víctima sagrada, perteneciente a los dioses y, por ese motivo, digna de respeto, pero al mismo tiempo, implicaba ser alguien execrable, maldito, condenado por sufrir el castigo de una divinidad. Por eso al sacer se lo podía venerar, pero, al mismo tiempo, difamar, ultrajar, escupir, aniquilar. Tal como le ocurre al travesti Genival, de la Ópera do Malandro de Chico Buarque, que es hombre y es mujer, y es bendito pero maldito a la misma vez. Profunda inmersión en lo más cruel de lo humano: “Tírenle piedras a Geni/ella está hecha para aguantar, ella está hecha para escupir”. Maldita Geni, pero bendita también, porque en su sacrificio sexual descansa la salvación de quienes la execran. Siniestramente, seguimos buscando “Genis” en países como la Bolivia de hoy.

Pero debo recordar la diferencia fundamental entre el homo sacer y la mulier sacra, claramente diferenciada por Andrew Asibong: la mulier sacra no es una versión femenina de lo mismo, sino que es algo aún más sórdido: es la versión crudamente sexualizada de la víctima propiciatoria; mártir, pero también prostituta, a la que no sólo se puede convertir en nada, torturar, asesinar, desaparecer, sino también violar.

 A continuación, transcribo una parte sobresaliente de esa nota al pie:

“Más allá de cualquier consideración a favor o en contra [la decisión de Añez de asumir la presidencia] tomó desprevenidos a los militantes del MAS, y fue inmediatamente desacreditada dentro y fuera del país de manera compulsiva. Evo Morales y sus seguidores consiguieron que una amplia opinión de la izquierda internacional los apoyara, declarándose víctimas del golpe de Estado, y comenzó una difusión a través de los medios sociales de cientos de mensajes, memes, fake news e incluso videos montados (por ejemplo, un video pornográfico de una mujer más o menos parecida a ella), llamándola 'golpista', 'asesina' y de ahí cientos de epítetos peores contra Añez. Por ejemplo, el argentino Abu Faisal Sergio Tapia, quien se declara 'escritor comprometido en defensa de la humanidad', llegó a publicar un libro de distribución gratuita, titulado La puta irrespetuosa colonialista. Bolivia Golpe de Estado. No hace falta recordar que se refiere a Áñez, a quien se empezó a insultar de todas las formas posibles a través de las redes sociales digitales. No se trata aquí de defender su gestión, que tuvo luces y sombras, en lo que cabe a un gobierno en medio de una crisis política extrema, a la que se sumó la crisis de salud por la pandemia de Covid-19 y la consecuente crisis social y económica. Quiero enfocarme, más bien, en el hecho de que la estigmatización extrema, el insulto, la humillación total de la figura de Áñez y sus seguidores, fue considerada, por muchas personas de izquierda, como algo perfectamente justificado y legítimo, incluso ante cualquier duda de que por el hecho de ser mujer merecería algún tipo de respeto: según estas personas, ella no merece ninguno. Decirle 'puta', así, funcionó como el máximo rebajamiento moral a la que se consideraba la 'autonombrada', la 'usurpadora', la 'golpista', etc. El mecanismo de estigmatización así, sirvió para demostrar públicamente el grado de inquina y de frustración de los seguidores del MAS por haber perdido, temporalmente, el poder del Estado. El 13 de marzo de 2021, Añez fue arrestada bajo los cargos de sedición, terrorismo y conspiración, aunque los cargos crecerían luego en número. Más allá de sus posibles errores y delitos en el ejercicio de la presidencia, no se sabe si se le seguirán juicios justos con el debido proceso y garantías constitucionales, o un juicio de responsabilidades, como corresponde a un expresidente. En todo caso, Áñez es una especie de chivo expiatorio, una mulier sacra, que está más allá del derecho humano y que puede ser sacrificada sin culpas, como apuntaba Agamben (1998) para el homo sacer, y Asibong (2003) para la mulier sacra; es decir, la versión obscenamente sexualizada del homo sacer al recaer sobre el cuerpo de una mujer”.

Meses después de que escribí esta nota al pie, ahora sabemos que Jeanine Áñez se ha convertido plenamente en una mulier sacra, sometida completamente a lo que Asibong llama “la naturaleza obscena de la Ley”,  por lo que la propia Ley está “perversamente sexualizada” y, en ese sentido, debemos considerar la cuestión del sexo en su interacción con los sistemas de poder, para entender lo que Agamben llama “la vida desnuda”, esto es, el despojo de cualquier grado de humanidad a aquello que, siendo sacer, puede ser impunemente castigado, aniquilado, humillado.  Es más, en el caso de las mujeres sagradas, que son intocables y despreciables a la vez, la deshonra sexual aparece como un acto legítimo de poder.

El posible intento de quitarse la vida de Áñez, sin embargo, aparece como una opción que Asibong plantea como una salida al estatus de ser sacer o sacra, víctima condenada a la destrucción moral y física. Se trata de un escape a una vida desnuda tan intensa, tan notoriamente por fuera de lo humano, “un carácter sagrado tan intenso” que trastoque a la Ley perversa, y que sea capaz de generar “nuevas identidades políticas, luchas e incluso actos revolucionarios reales”.

La vida desnuda debe ser, hasta cierto punto, negociable, sostiene Asibong, “para ser sobrevivible”. Y así entonces, incluso ante las arbitrariedades más extremas y la deshumanización más encarnizada, es posible que el Poder sea derribado. No creo que ese camino in extremis sea, necesariamente, algo que nos sirva de consuelo, porque en realidad la fe en el respeto a los derechos humanos no debería cejar. Pero está claro que mientras más aprieta el poder, mientras más se ensaña con sus víctimas despreciadas y sagradas a la vez, mostrando su abyección, crea las condiciones para su propio derrumbe, para su propia demolición por nuevas opciones políticas y humanas.   

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