Como padre de familia y educador comparto con ustedes mi preocupación por la crisis educativa que ha emergido a partir de la pandemia del Covid-19. Digo “ha emergido”, porque los problemas que concentran nuestra atención y generan tanta controversia en las redes sociales, no son de ahora, la pandemia los ha hecho visibles y en muchos casos los ha agravado. Por eso, su solución va más allá de los consensos y las normativas requeridas. Esta es una cuestión de PARADIGMAS.
Thomas Samuel Kuhn (1922-1996), físico y filósofo, en su libro La estructura de las revoluciones científicas, introdujo el término “Paradigma” para el ámbito científico. Desde allí, extrapolado, entendemos un paradigma como un modelo, desde el cual interpretamos y actuamos en la realidad.
Estos paradigmas los construimos de manera natural, sin hacernos conscientes de ellos, pero son tan importantes que orientan nuestras ideas, nuestros discursos y nuestras acciones. Por ejemplo, tenemos paradigmas que nos indican cómo debe ser una familia, cuál es el camino a la felicidad o cómo debemos alimentarnos.
En el campo educativo, que es a donde quiero llegar, tenemos un paradigma que nos dice cómo tiene que ser la escuela. Hay otro paradigma que nos dice cómo tiene que ser un maestro, y otro que nos indica cuál es el rol de los padres en la educación de sus hijos, entre otros. De acuerdo con estos paradigmas, elegimos el tipo de educación para nuestros hijos y los inscribimos en un colegio o universidad determinados.
Los paradigmas son muy útiles porque nos orientan y nos dan seguridad, pero… ¡Cuidado! también pueden producir ceguera. Quizá creemos tanto en ellos y en su efectividad que dejamos de ver que hay otras formas posibles de interpretar y de actuar en la realidad.
Por eso, una forma evitar el riesgo de la ceguera, hablando en términos educativos, es poner “a examen permanente” nuestros paradigmas, algún autor hablaría de “exhumarlos”. Posiblemente fueron útiles en un tiempo, para una generación, y seguramente habrá mucho que rescatar de ellos, pero también puede que ya no respondan a la realidad actual…
Mamás, papás, en este artículo quiero invitarles a poner “a examen” algunos de nuestros paradigmas educativos.
Comentaré cinco paradigmas que subyacen en muchos de los comentarios que he leído en las redes y escuchado en los medios durante estos días. Espero que mis reflexiones sean de utilidad para hacer frente al riesgo de la ceguera de la que hablé anteriormente:
Paradigma 1: La escuela la hacen cuatro paredes
Cuando pensamos en la escuela, inmediatamente vienen a nuestra mente recuerdos de la época de colegio, de las aulas, de esas cuatro paredes, entre las que vivimos tantas cosas… Valoramos tanto nuestra educación, que muchas veces nos cuesta ser críticos frente a la forma en que nos educaron.
Para cuestionar este primer paradigma, la escuela la hacen cuatro paredes, quiero hablar de algo que caracterizó la Revolución Industrial: las fábricas.
En las fábricas, los trabajadores debían ser disciplinados, entrar y salir en un horario establecido, mantenerse en su lugar, en un gran galpón rectangular, organizados en filas y columnas, sin distraerse, cumpliendo con la tarea diaria establecida, generalmente repetitiva y poco motivadora. En muchas había campanas o timbres que indicaban la finalización de la jornada… Cambiemos ahora las palabras “fábricas” y “trabajadores”, por “escuelas” y “estudiantes”, y volvamos a leer el párrafo.
Este paradigma de la fábrica, que fue trasladado a la escuela, quizá para preparar trabajadores disciplinados, seguramente resultó útil en su momento, pero… ¿será un paradigma válido para la escuela de hoy? ¡Cuidado! No estoy cuestionando la importancia de la disciplina, sino el paradigma y su finalidad en el contexto actual.
Ahora les invito a preguntarse ¿Debe ser la escuela un reflejo de las fábricas de la época de la Revolución Industrial?, ¿es un aula de cuatro paredes, con las características de una fábrica, lo que define una escuela?, ¿es posible otra idea de escuela?
Paradigma 2: A mayor cantidad de horas presenciales, mayor calidad educativa
En una publicación encontraba los siguientes reclamos, los parafraseo: Antes daba 5 horas de clase, ahora 40 minutos, por qué pretende cobrar por 5 horas; o este otro: Pretenden que les regalemos dinero por un servicio que no están dando, pues solo se comunican por zoom y no están dando clases. Más allá de la legítima preocupación económica de estos padres ¿qué subyace en sus reclamos? Sí, un PARADIGMA.
A mayor cantidad de horas presenciales, mayor calidad educativa, es el paradigma que analizamos aquí. Muchas personas están convencidas de que cuantas más horas estén nuestros hijos en la escuela, mayor será su aprendizaje, tanto en cantidad como en calidad. ¿Es esto cierto, o al menos necesariamente así?
Con frecuencia escucho a niños y adolescentes comentar que se aburren en la escuela y que aprenden muy poco. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué aprenden poco si están cinco o seis horas en la escuela? El problema no radica en el tiempo, sino en la forma en que aprendemos y enseñamos.
Y es que la forma natural de aprender de nuestro cerebro es en interacción con otros y con el medio ambiente cotidiano, a través de experiencias que permiten generar nuevas conexiones neuronales.
Los estudiosos del aprendizaje descubrieron hace ya muchos años, que una forma natural de aprender de los niños era el juego… y que cada persona tiene ritmos y estilos de aprendizaje distintos. A pesar de que sabemos esto ¿qué hacemos como sociedad para facilitar el aprendizaje de las nuevas generaciones? Quizá suene muy fuerte, pero tiene mucho de realidad: Tenemos a los niños y adolescentes encerrados entre cuatro paredes, cinco o seis horas, sentados, quietos, con muy poca interacción y atendiendo hacia un solo punto: la pizarra o su libro. Hacemos esto durante 200 días al año, durante 12 años.
Pensemos, por un momento cómo han logrado nuestros hijos y nosotros mismos, los aprendizajes más significativos… cómo aprendemos cada día… seguro que no lo hacemos quietos y callados.
Quizá debamos cuestionar el paradigma de que los chicos aprenderán mejor cuantas más horas estén sentados frente al profesor o a una pizarra, o a una pantalla de computadora.
Quizá tengamos que evitar el riesgo de la ceguera, pensando en otras formas posibles de aprender, más naturales… más activas, más divertidas…, más reales y problematizadoras…
Nuestros hijos ¿realmente aprenderán más y de manera significativa por el sólo hecho de estar cinco horas sentados en lugar de una? ¿No será cuestión del método más que del tiempo? ¿No dependerá más del tipo de experiencias que ofrezcamos para aprender, que de la cantidad de horas, o del lugar en el que aprenden?
Paradigma 3: El profesor es la fuente del conocimiento
Otro de los reclamos comunes en las redes es: El profesor “tiene” que explicar para que mis hijos aprendan, solo manda videítos y tareas. Coincido en que no se trata sólo de mandar videos y tareas, comentaré esto más adelante, porque quiero concentrarme en lo siguiente: ¿Qué hay detrás de este comentario? Sí, otra vez un PARADIGMA.
Este es un paradigma propio de nuestra generación. Cuando éramos pequeños, la o el profesor era la fuente del conocimiento. Había estudiado la disciplina que enseñaba, se había especializado y accedía a la literatura existente en su campo. Con cuánto cariño y admiración recordamos a muchos profesores que considerábamos excelentes por sus conocimientos.
Ese paradigma, en el que el profesor es la fuente de la información, quizá deba modificarse dada la realidad del mundo actual. Hoy los niños y jóvenes tienen otros medios para acceder al conocimiento, incluso en algunos casos, más actualizado que el manejado por el maestro. ¡Cuidado! No estoy afirmando que el docente ya no sea o tenga que ser un especialista en su materia, pero sí cuestiono el paradigma, pues las fuentes de información se han diversificado.
¿Esto quiere decir que la o el docente ya no es un pilar fundamental para la educación de nuestros hijos? De ninguna manera. Pero quizá deberíamos modificar nuestro modelo con respecto al rol del docente: más que la fuente del conocimiento, el profesor debería ser hoy un “diseñador de experiencias de aprendizaje” que permitan a los niños y adolescentes aprender de manera cada vez más significativa y autónoma. Con la palabra “autónoma” me refiero a que su aprendizaje debe depender cada vez menos de la “explicación” del profesor.
Para quienes somos docentes, este es un desafío muy grande, pues se trata de poner en juego nuestro conocimiento disciplinar, pero también didáctico, para ofrecer experiencias de aprendizaje más que explicaciones, y para orientar sobre cómo gestionar el conocimiento de manera crítica, en lugar de simplemente transmitirlo para que sea reproducido.
Es lógico que haya muchas cosas que, por su complejidad, el docente deba explicarlas, pero hay muchas otras, que nuestros hijos son capaces de comprender y aprender, con la debida guía.
¿No es acaso hacer dependientes a nuestros hijos, cuando exigimos que todo les sea explicado? En nuestro trabajo, en nuestra vida como padres, como pareja, ¿hay alguien que nos explica todo? ¿Cuánto confiamos en las capacidades de nuestros hijos para aprender cosas complejas por sí mismos, con las orientaciones necesarias? Pongamos “a examen” nuestro paradigma sobre los profesores como única fuente de información.
Paradigma 4: La educación virtual es de menor calidad que la educación presencial
Me remito a afirmaciones categóricas como esta: La educación virtual nunca puede ser mejor o igual a la educación presencial, o: decir que la educación virtual es igual o mejor a la presencial... qué estupidez… y se dice profesora. Más allá de la obvia falta de respeto y de argumentos para fundamentar lo que se afirma, hay detrás de estas expresiones un PARADIGMA: La educación virtual es de menor calidad que la educación presencial.
¿Es realmente la educación virtual de menos calidad que la presencial? ¿Qué experiencia tenemos los padres o los profesores para afirmar esto? ¿Cuántos de nosotros hemos pasado por procesos de formación virtual como estudiantes? ¿Cuántos de nosotros hemos asumido la docencia en esta modalidad? ¿Cuánto se ha investigado sobre esto y a qué conclusiones llegan las investigaciones? ¿Por qué si es de menor calidad, universidades de todo el mundo, desde las más renombradas, ofrecen cursos en esta modalidad? Y la pregunta fundamental: ¿Será la modalidad el problema o será, más bien, que la calidad depende de la forma de abordar el proceso?
Los aprendizajes no dependen de los medios en sí, sino de la forma en que los profesores los utilizamos para facilitar el aprendizaje. La presencialidad no hace a la calidad del aprendizaje. La calidad depende de lo que haga el profesor para que sus estudiantes se comprometan con el aprendizaje.
En el caso de la formación virtual, el hecho de no estar restringido a una pizarra o a la lectura del libro de texto en aula, posibilita que los profesores generen situaciones de aprendizaje diversificando las estrategias y utilizando materiales audiovisuales y aplicaciones que “mediados pedagógicamente” permiten alcanzar iguales o mejores resultados que en un proceso formativo presencial. Esto lo he experimentado en diversas ocasiones.
Es cierto que la formación virtual tiene limitaciones, sobre todo lo referido al aprendizaje de algunas habilidades procedimentales, y que muchas investigaciones han concluido que es más eficaz un proceso mixto, que combina virtualidad con la presencialidad; pero ello no significa que debamos descalificar la educación virtual, pues sus potencialidades son hoy desconocidas por muchos padres y también por muchos profesores.
Un detalle más, si bien no es lo mismo tener físicamente presente al profesor, la tecnología hoy facilita el encuentro sincrónico, cara a cara, que aporta el elemento humanizador que tiene que tener todo proceso formativo y que resulta fundamental para el aprendizaje. Al respecto, les invito a “googlear” a John Hattie y su trabajo Aprendizaje Visible, y verán que lo que deberíamos pedir al profesor no son muchas horas de trabajo presencial, sino otras cosas…
A partir de lo vivido, puedo afirmar que he aprendido mucho de manera virtual y que la experiencia para mí ha sido más agradable que si lo hubiera hecho sentado en un aula escuchando a un profesor. Aunque debo reconocer que he tenido excelentes profesores en la escuela, y sobre todo en pregrado y en posgrado, de esos que ya se están perdiendo…
Por eso les invito a exhumar este paradigma y a preguntarnos: ¿Realmente manejamos criterios objetivos con respecto a la calidad de educación y a los aprendizajes de nuestros hijos en la modalidad presencial, como para valorar lo que aprenden en la modalidad virtual?
Paradigma 5: El profesor no trabaja cuando hace educación virtual
He leído muchos comentarios que indican que en esta modalidad los profesores “no hacen nada” y quieren cobrar igual que si dieran clases presenciales.
Este es otro PARADIGMA que no es nuevo, sobre todo los administradores de instituciones educativas piensan que el trabajo virtual requiere menor esfuerzo o es de menos calidad que el presencial.
Bien entendida, y correctamente desarrollada, la modalidad virtual exige más tiempo y trabajo que la presencial. Este tiempo y trabajo no se miden en horas de encuentro sincrónico frente a un computador, como esperan muchos, sino que se mide por el tiempo y esfuerzo que supone planificar y diseñar situaciones de aprendizaje (redactarlas, revisarlas y validarlas), subirlas a una plataforma, buscar o crear buenos materiales, mediarlos pedagógicamente (hacerlos útiles para el aprendizaje), presentarlos a los estudiantes y llevar adelante procesos de evaluación, retroalimentación y atención personalizada.
Otra vez, el problema no es la modalidad, sino que todo depende de lo que haga el profesor. La educación virtual no puede reducirse a mandar tareas o ver videos, esta debe ser fruto de una planificación detallada, en la que se eligen las mejores herramientas y recursos tecnológicos y se facilitan situaciones de aprendizaje con objetivos precisos, con un hilo conductor claro y con criterios de evaluación definidos previamente. El campo para la improvisación es mínimo en la formación virtual.
Desde mi experiencia como estudiante y como profesor en la modalidad virtual, y como testigo del trabajo de muchos colegas, puedo afirmar que la educación virtual supone mayor trabajo e inversión de tiempo, tanto que incluso puede llegar a invadir tu hogar y el tiempo dedicado a la familia y al ocio.
Es cierto que la mayoría de los profesores no están preparados para asumir el reto de la formación virtual, pero es verdad también, que muchos de ellos están haciendo los esfuerzos y la inversión necesaria para atender a los estudiantes de la mejor manera posible.
Creo que es justo exigir calidad educativa, pero es necesario también ser realistas con respecto a lo que se puede pedir en las condiciones actuales y ser empáticos con las y los profesores, y el desafío que les ha tocado afrontar hoy.
Como había indicado al principio de este artículo, este no es un problema nuevo, sino que las cuestiones de fondo se han visibilizado a causa de la pandemia y de lo que se trata es de mirar la situación como una oportunidad para cuestionar nuestros paradigmas como padres y como educadores. De esta manera, podremos evitar la ceguera que lleva a la intransigencia, y a partir de allí, buscar consensos para construir algo a favor de nuestros hijos y su educación, más allá de otros intereses. Mamás y papás, ¿y si rompemos paradigmas?
Jorge Federico Raymundo Grigoriu Siles es profesor de Religión Ética y Moral, Docente Universitario y Magíster en Formación Docente
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