Hace unas semanas, en un espacio de diálogo entre jóvenes en Cochabamba, pedí a las y los participantes que expresen con símbolos, palabras o dibujos lo que para ellos representaba la paz. Uno de ellos dibujó el escudo de La Paz y colocó la leyenda que va registrada en el mismo: “Los discordes en concordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron para perpetua memoria”. Sin duda, nos llamó a todos los presentes la atención, pero más grata fue nuestra impresión después de escucharlo explicar las razones que lo motivaron a expresar con esa imagen y lema su entendimiento sobre la paz. Nos dijo que la capacidad de resolver los conflictos de manera no violenta es de personas sabias y valientes y que, en ese sentido, para él la paz es saber reconocer y respetar las diferencias, evitando se generen conflictos y violencia. Para concluir, señaló que desde que tiene memoria, luego de conocer lo que decía este emblema, siempre le han llamado la atención las y los paceños, y por esa razón los admira.
En este mes de julio donde aflora el sentido de “orgullo de ser de La Paz” me acordé del comentario de este joven y pensé si su percepción sobre la paz y sobre la ciudad de La Paz cambiaría después de conocer algunos hechos o situaciones que se han suscitado en este último tiempo en ella, en las que algunas personas nacidas o que radican en esta ciudad demuestran día a día que han perdido esa capacidad de reconocer y respetar las diferencias y de gestionar sus conflictos, desacuerdos, desencuentros o desavenencias sin violencia, a través del diálogo y la concertación.
No sé qué dirá o qué pensará este muchachito cuando sea más grande y conozca que la “ciudad maravilla” es una de las que registra mayor índice de violencia hacia mujeres y niños; que tiene decenas de casos de violencia en la impunidad; que en La Paz fuimos testigos de la trágica historia de un niño de ocho años de edad que perdió la vida junto a su madre por defenderla de los malos tratos de su pareja; que por ser la sede de gobierno, es el centro político más importante del país y que en ella se han suscitado los hechos históricos más relevantes para la consolidación de la democracia, pero a su vez se han generado también las situaciones más críticas que la han afectado; un municipio que conmemora y honra el legado de libertad con una verbena, que no siempre termina de la mejor manera, en vez de invertir en obras que beneficien a la comunidad; que en esta ciudad la gente sale a reclamar porque el agua que consume está posiblemente contaminada con residuos de las concesiones mineras; que la cuna de la libertad es testigo del cierre de medios de comunicación social que intentaron mantener una línea independiente; que es escenario de situaciones inadmisibles, la toma de instituciones emblemáticas como la Asamblea de Derechos Humanos, en la cual vemos a una mujer adulta mayor subiendo una escalera, poniendo en riesgo su vida e integridad por defender sus convicciones, frente a un grupo de poder que no escucha razones y no respeta procedimientos.
De una manera u otra, en algún momento, este jovencito se enterará de todo lo que sucede no sólo en La Paz sino en muchas otras partes del país y espero sinceramente que el entendimiento que construyó en su cabeza y en su corazón sobre la paz no cambie y que más bien se fortalezca, permitiéndole actuar en consecuencia en cualquier espacio de interacción en el que se encuentre.
Como homenaje a la ¡Oh linda La Paz! expreso mi compromiso de seguir promoviendo que los discordes resuelvan sus conflictos en concordia y sin violencia, y espero en ese camino encontrarme con jóvenes que piensen y reflexionen de manera tan sentida como aquel que me inspiró a escribir esta columna.
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