El Principito, de Antoine de Saint Exupery, poco hubiera imaginado que su zorro hubiese terminado en ¡un zoológico! Pero, no. No me referiré específicamente a “Antonio”, un zorro “rescatado” de manos de una familia para ser encerrado en una jaula del zoológico de Oruro, suceso que está haciendo arder las redes. Unos claman para que el zorro vuelva con su “familia humana”; otros señalan las leyes, la normativa que prohíben la tenencia de animales silvestres.
Aprovechando el tirón mediático, el hecho debería hacernos reflexionar acerca del sufrimiento que los humanos ocasionamos en los animales, concretamente en los zoológicos, tal y como son manejados en Bolivia. Los hay en la ciudad de Santa Cruz, en Samaipata. Había —no sé si aún— en Mallasa, La Paz. El más infame es el zoológico de Oruro.
Los primeros zoológicos que he nombrado todavía pueden aducir que dan cierto espacio al animal hecho prisionero, hay cierto verdor y algunas condiciones de atención de parte de funcionarios.
En Mallasa, la primera vez que lo visité, había gran cantidad de felinos rescatados del tráfico ilegal (algunos con la cola cortada a manos de la estupidez humana). Tenían razonable espacio, pero se los veía deambular humillados, con la mirada perdida. También vi osos de anteojos, los jukumaris, que iban y venían por el mismo camino, yendo y viniendo obsesivamente, tal como lo hacen los animales privados de libertad. Al cierto tiempo que volví a ir, había gran cantidad de jaulas vacías y muy pocos felinos y menos jukumaris; seguramente murieron.
Para peor, el zoológico orureño está tugurizado. Con el frío que hace, han cementado el piso de las jaulas y eso será todo lo que las patas de los animales conozcan en toda su vida, hasta que la muerte les llegue. Ofrece unas condiciones indignas para cualquier ser vivo.
Y, aquí es justo traer a mente la vida infame que le hicieron pasar al león “Fido”, de hermosa melena negra. Un animal africano trasladado al altiplano boliviano, encerrado en una jaula y con el piso cementado. Un grupo de activistas se movilizó para lograr el rescate —eso sí hubiera sido un rescate— del león. Contribuyó mucho a sensibilizar un reportaje periodístico que denunciaba el terrible estado de salud del león, pero, el entonces alcalde tomó el asunto como un tema personal e hizo fuerza con los vendedores de alrededor del zoológico.
¡Cómo iban a llevarse al león, si era la principal atracción! El caso fue que de nada sirvió la movilización y Fido murió aquejado de múltiples enfermedades y convertido en un saco de pelos y huesos, no le quedaba nada de masa muscular. Es el peor “Choncocoro” al que pueda ser condenado un animal.
Por otro lado, hay gente que hace su “zoológico” personal. Adquiere animales silvestres, a los cuales los pierde su gran belleza. Sus plumas hermosas, coloridas, o su pico maravilloso, darán lugar a que haya un mercado que se mueva ilegalmente.
Se calcula que por un loro que llegue a manos de un comprador, habrán muerto muchos otros en el traslado, sofocados, aplastados, estresados. Y el tráfico es incesante: loros, monos, tortugas. Más allá de nuestras fronteras, se menciona que hay tráfico de bellos escarabajos de los Yungas, mariposas de Rurrenabaque, aves canoras del Chaco, etc., con destino a Asia.
Desde luego, no falta gente que compra animales silvestres para dárselos como si fueran juguetes a sus hijos, como es el caso de monos pequeños. Los alimentan de modo inadecuado, los apapachan, les ponen ropa, hasta que el animalito escucha el llamado de la selva. Muerde a la gente, destroza muebles y se acaba la luna de miel.
Peor, mucho peor es el destino de los animales que, se supone, son buenos para supercherías. Ahí tenemos jugo de sapos, chicharrón de serpientes. Bueno, muy diferentes a los gustos gastronómicos de los chinos no somos. Pero, en ocasiones, los animales no son para ser ingeridos por los humanos, sino para ser exhibidos y adquiridos por supuestas bondades en rituales.
Si se recorre el sector de los herbolarios, sector de q’oas, junto a la riquísima y milenaria medicina tradicional, se hallarán trozos disecados de animales silvestres que fueron sacrificados. Trozos y el animal completo. Unos restos que llaman la atención son narices de zorros colgando a la vista sujetos de hilos coloridos, buenos, dice, para “curar el amartelo”. Cada resto de nariz es un zorro sacrificado. Ya para qué mencionar el sacrificio de jaguares para el tráfico de sus colmillos, con rumbo a países asiáticos. Hay un peligroso e impune exterminio de nuestros felinos.
Esa es la pesadilla que hacemos pasar a los animales silvestres. No hay una relación amigable entre bolivianos y fauna silvestre, hay que decirlo. Si no los matamos, los encerramos. O vamos arrebatándoles su territorio hasta casi no dejarles nada.
Por lo tanto, para dar inicio a una reconciliación con la naturaleza, podría empezarse por cerrar ese ominoso zoológico de Oruro, por lo menos eso. Sería un desagravio para Fido, el léon de melena negra. Después, no sé si es viable cerrar los otros zoológicos, que probablemente reciben animales rescatados de condiciones de maltrato y que ya no sabrían reinsertarse en su hábitat natural. No obstante, podrían ya no recibir animales en buen estado y que podrían volver a sus condiciones naturales. Así, todos los “Antonios” deberían ir siendo liberados de la presencia humana.
Para finalizar, aunque es incierto el destino que le darán al zorro Antonio, por lo menos está con vida, al parecer, gracias a una familia. Muchos otros zorros, jukumaris, serpientes, loros y sapos están amenazados por el ser humano. Ya que se pide libertad para Antonio, sumemos a todos los otros que están enjaulados.
Comentarios