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Las cosas, o los objetos, artefactos, chiches, enseres, aparatos, efectos personales, trastos, útiles, alhajas, arreos, instrumentos, máquinas, piezas, herramientas, bagatelas, avíos, aparejos, adminículos, cachivaches, oropeles, reliquias, joyeles, aderezos, cacharros, bártulos, ajuares, menajes, mobiliarios, ropas, atuendos, prendas, accesorios, adornos, regalos, cajas, cajitas, cajones, tazas, tacitas, tazones, en fin: las cosas, son consustanciales con el hecho de ser humanos. La pobreza, la triste pobreza, es la carencia de cosas: pero no sólo de las cosas útiles (comida, abrigo, resguardo), sino de las cosas sin importancia, sin valor práctico inmediato, las fruslerías, las naderías, las insignificancias. Alguien colecciona envoltorios de caramelo; alguien lápices; alguien tarjetas, pedazos de plástico, etiquetas, piedras y guijarros, conchas, manchas, alguien colecciona…atardeceres. No importa qué: la riqueza es el acceso, la pertenencia y la propiedad de las cosas, esa posibilidad de disfrutar, hacer uso y tener beneficio de las cosas, ese incomprensible enriquecimiento de jugar con un juguete, o contemplar una pintura… sólo son cosas.

Estas cosas pueden ser bienes (¿aunque también males?) si es que admiten algún tipo de utilidad humana, dice el Derecho Romano: pero es que toda cosa existente puede ser bien… ¿Qué es sino el contemplar los paisajes? Sí, estoy dando una definición muy sutil de lo que es útil y provechoso. Quizás porque ya sabemos que los seres humanos somos buscadores del sentido, del significado, del símbolo, de lo que está más allá: seres semiósicos en un mundo de semiosis infinita, como pensaba el gran Peirce. Y allí, en las cosas se vuelca nuestra mente, nuestros pensamientos lentos o rápidos, pero, sobre todo, nuestras emociones. Las cosas son nuestro estar en el mundo, una especie de rumeo constante, que nos alimenta, por una parte, en la interminable creación del sentido, y, por otra, en la interminable aparición de los sentimientos.

Por eso regalar cosas es tan importante. Las cosas son rēs: esta palabra latina que viene del indoeuropeo re-, cuyo significado original es “otorgar, dotar”, porque las rēs son cosas, objetos, propiedades. También circunstancias y asuntos. Y añado libremente: son dones, otorgamientos. También bienes, riqueza, propiedad: un vínculo entre las cosas y las personas, un vínculo que genera enriquecimiento, de muchos tipos:  enriquecerse es, también, una forma de crecimiento, de acrecentamiento, el enriquecimiento espiritual.

Y las cosas son tangibles, aunque también intangibles: pero las cosas intangibles se expresan en este mundo a través de las cosas existentes, físicas, dadas por la naturaleza, o hechas por los hombres. Por eso un paisaje puede volverse cosa, si lo pinto, si lo fotografío, o si lo vuelvo poema. Un lugar, una persona podemos volvernos cosas, porque es así, es inevitable y vale la pena que sea así: somos signos para otros, que, a su vez, son signos para nosotros. Lo importante es qué tipos de signos: signos de desagrado, o signos de agrado, de atracción y hechizo.

Por eso las bufandas, las chalinas, las pañoletas, las pashminas, toquillas, chales y foulards son, entre las prendas que usamos para cubrirnos del frío, otras tantas que están llenas de poesía o significación difusa, que se escapa en el juego de la imaginación. Son un símbolo, un signo de muchas cosas más. Pueden ser el comienzo, el recomienzo, aquello que ocurre después del verso de Vallejo, cuando la dulce y andina Rita (de junco y capulí) dijo estremecida, ante los celajes: «Qué frío hay... Jesús!» y mientras lloraba el pájaro salvaje, se amarró al cuello las bufandas, de colores, de memorias, de esperanzas, del amor que va, del amor que vuelve, y salió al encuentro del destino que nace en una canción.

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