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Desde que nacemos crecemos en un entorno condicionado por la sociedad que educó a nuestros padres y antepasados para buscar vorazmente el poder a cualquier precio y usualmente es el poder económico que condiciona al político y social.

La escuela nos educa para tener conocimientos que memoricemos sin reflexión ni diversión; por tanto, esos contenidos repetitivos no servirán de mucho si decidimos seguir una carrera profesional. Algunos estudios han identificado serias dificultades para leer y escribir de los bachilleres al ingresar a la universidad, por ejemplo.

El promedio de la población boliviana vive de su trabajo y usualmente se nos enseña que educarnos nos ayudará a conseguir una profesión y a acceder a un puesto laboral con un buen salario. Quienes ya tenemos algo de experiencia laboral sabemos que esa creencia no es cierta porque nuestra formación escolar y universitaria no siempre fueron suficientes y sin nexos políticos con los gobiernos de turno o "buenos nexos familiares" no podremos acceder a determinados puestos laborales.

En ese escenario, la iniciativa de cada individuo es puesta a prueba para ganarse la vida en el comercio informal (ambulante, de contrabando o de coca) o seguirse formando para competir en un mercado laboral cada día más reducido, más aún si con frecuencia son los privilegios políticos, económicos o “sociales” los que definen su futuro laboral.

Mucho se ha escrito sobre el poder político y económico, pero para mí el poder social es el más importante y complejo. Sospecho que en él radica la fórmula para cambiar una sociedad boliviana que ha sucumbido ante los otros poderes, olvidando “convenientemente” sus valores ancestrales de “no seas mentiroso, no seas ladrón, no seas ocioso”. La lógica en la que los grupos sociales se han organizado demuestra que instituciones como las cooperativas de teléfonos, las universidades públicas y los municipios (por citar sólo algunas) invierten más en el pago de personal administrativo que en personal especializado para el diseño y ejecución de políticas públicas.

Articulado a esos otros poderes está el poder patriarcal, ese poder sobre el cuerpo de mujeres, niñas, niños y adolescentes. Pierre Bourdieu nos dice que el cuerpo humano puede ser leído como un producto social de la cultura, por relaciones de poder, relaciones de dominación y de clase. Para Foucault, el cuerpo desde lo más individual representa un micropoder que se relaciona con otros micropoderes en los diversos campos social, económico, político, religioso y cultural, entre otros.

Como resultado de esa búsqueda irracional de esos poderes a nivel local y global, la pobreza no se supera, sino que se ahonda. La posibilidad de mejorar las condiciones de vida de los habitantes de este planeta se ve más truncada por estructuras sociales y organizativas manejadas como feudos con pequeños reinados. Finalmente, a esa situación se suma la violencia institucional, económica, mediática, simbólica, obstétrica, feminicida, infanticida y biocida que reflejan la impunidad de un sistema de poderes que se autodestruyen en una lucha fratricida cada día.

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