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En el marco de la posverdad, construida por el masismo sobre la transición constitucional de la presidenta Jeanine Áñez, hemos escuchado declaraciones de Evo Morales, Andrónico Rodríguez y otros personeros políticos del partido de gobierno, reclamando a la Iglesia Católica por no apoyar los “relatos” azules de los acontecimientos de noviembre de 2019.

Declaraciones como “¿Dónde estaba la Iglesia durante los hechos de noviembre?”, vertida por el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, o “En las iglesias deberían estar hablando del amor de Dios”, emitida por un diputado, en la que da a entender que hablar del amor de Dios significaría olvidar la verdad o las injusticias que se cometen contra algunos ciudadanos, sólo demuestran desinformación e ignorancia sobre el rol de la Iglesia Católica en nuestro país.

Basta recordar el importante papel que la Iglesia Católica ha jugado en momentos de crisis, sea por medio de sus fieles, sus obispos o sus instituciones. No está de más recordar, por ejemplo, el papel de la Radio Pío XII (fundada en 1959, en la localidad de Siglo XX), en la denuncia y la lucha contra las dictaduras y en favor de los trabajadores mineros del país.

No podemos olvidar tampoco el papel de sacerdotes como Gregorio Iriarte, gran luchador de la justicia y la paz o el de Mauricio Lefevre que fue fundador de la Facultad de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés, o al recientemente recordado Luis Espinal que murió torturado por paramilitares o el del P. Javier Albó que fue parte de la huelga de hambre con que inició la caída de Banzer.

Pero la Iglesia Católica también ha estado presente en otros muchos acontecimientos por medio de sus obispos. No podemos olvidar que Mons. Edmundo Abastoflor marchó junto a los mineros en 1985 en la famosa Marcha por la Vida en contra del D.S. 21060 y Mons. Tito Solari dio la vuelta olímpica a la Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba, al finalizar la Guerra del Gas.

En distintos momentos, la Iglesia Católica emitió comunicados y cartas pastorales por los que ha expresado su preocupación en los momentos en los que el respeto de los derechos humanos y la institucionalidad del país estaban siendo vulnerados. Un prestigioso medio de comunicación da cuenta, por ejemplo, de seis cartas que la Iglesia Católica emitió durante la crisis de noviembre de 2019 y de la participación de obispos como mediadores para la transición pacífica. Ese trabajo institucional fue importante para que la violencia decaiga y también, por qué no decirlo, para que Evo Morales pueda salir del país de manera segura.

La Iglesia Católica, como portadora del mensaje de Cristo, no sólo ha contribuido a la moral personal sino también a la moral social. Desde fines del Siglo XIX y hasta nuestros días este desarrollo ha sido documentado por un sinnúmero de encíclicas y otros documentos emitidos oficialmente desde el Vaticano. Basta recordar que el papa León XIII, en mayo de 1891 publicó la encíclica Rerum Novarum, sobre la cuestión social de esa época, poniendo en claro que primero está la dignidad de los trabajadores y criticó tanto al sistema capitalista, ofuscado por el afán de ganancia, como al sistema socialista, promotor de una lucha de clases que solamente podría realizarse de manera violenta.

Bastaría nombrar al gran San Juan XXIII que escribió sobre la paz en su Pacem in Terris de 1963, poco después de interponer sus oficios diplomáticos tanto con Kennedy como con Kruschev, para evitar que la crisis de los misiles cubanos desembocara en un conflicto bélico del que no podemos calcular sus proporciones. Podríamos seguir citando temas como el del desarrollo abordado por Pablo VI, el del respeto de los derechos de los trabajadores en la Laborem Exercens de Juan Pablo II, o el tema del medio ambiente reflexionado por Francisco en su Laudato Si’, etc.

Evo Morales publicó un tuit en el que, en su afán de criticar a la Iglesia, le recuerda que debería estar del lado de “la defensa de la verdad y la vida junto a los más pobres”. Efectivamente, la moral social de la Iglesia, desarrollada en la Doctrina Social de la Iglesia, sostiene que el amor debe estar acompañado de la verdad para no caer en un mero sentimentalismo, para que la búsqueda de la promoción del otro esté en el marco de lo que es justo.

En este sentido, no se puede buscar la justicia faltando a la verdad. La justicia, como búsqueda de dar a cada quien lo que merece, es lo primero que el cristiano procura respecto del encuentro con el prójimo. El amor, la verdad y la justicia son pues pilares fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por otro lado, la reflexión eclesial ha planteado algunos principios fundamentales de la acción social, estos son el respeto de la dignidad humana, por lo que la Iglesia estará siempre atenta a que los derechos humanos sean cumplidos; la búsqueda del bien común, y no sólo la búsqueda del bien sectorial o del partido de gobierno; la solidaridad como expresión de que los seres humanos sólo podremos realizarnos plenamente en la relación con los demás; y el principio de subsidiaridad, por el que estamos atentos a coadyuvar a aquellos sectores que no pueden cumplir con la responsabilidad social que les corresponde.

No podemos seguir inventando “relatos” o “posverdades” de lo que ha sucedido en noviembre de 2019, es decir que no podemos seguir mintiendo sobre esos acontecimientos y mucho menos imponiendo por la fuerza esas mentiras.

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