Si matamos a niños y niñas, nuestro futuro no tendrá esperanza, pero tampoco nuestro presente. Esta semana iniciamos el mes de abril en el que se celebra el Día del Niño en nuestro país, autoridades, organizaciones no gubernamentales, los medios de comunicación y otras instituciones empiezan a hablar de los derechos de la niñez o a visibilizar lo que niños y niñas hacen. No obstante, este año se ha incrementado el número de infanticidios, algunos cometidos salvajemente por sus progenitores. En ese contexto, me apena decir que no vislumbro sino el ocaso de la sociedad como la conocemos.
La directora de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Vida, Elizabeth Viveros, sostuvo que entre enero y marzo de 2024 hubo 14 infanticidios, la mayoría de las denuncias se reportaron en La Paz, que registró 10 casos, seguida por Oruro con dos y Cochabamba y Santa Cruz con uno cada una. Desde 2021 al primer trimestre de 2024 se registraron en total 111 infanticidios (Agencia EFE, 02/04/2024).
Entre las causas más recurrentes se mencionan problemas familiares, sentimentales y económicos. Se afirma que esos factores habrían impulsado a la madre o al padre a tomar la decisión de acabar con la vida de sus hijos. Sin dejar de descartar los problemas mentales y de inseguridad.
Ese panorama me convoca a reflexionar sobre las causas para el deterioro de nuestra sociedad, una en la que no respeta la vida, en la que se corroe, mutila y mata la inocencia de los y las más pequeñas. Su mundo de fantasía dura poco e incluso se trunca a los pocos días de nacer.
Hace una semana asesoré un trabajo titulado “La influencia de la interconexión global de redes sociales en la cosificación de niñas con vestimenta y actitudes transgeneracionales”, elaborado por Bianca Cancino. Se preguntarán por qué menciono este trabajo y respondo: lo hago porque quiero compartirles algunos de los hallazgos de la tesista y permitirme opinar al respecto.
La citada investigación concluyó que en vivimos un sistema patriarcal capitalista que impulsa una sociedad de consumo excesivo de niñas de 10-13 años a través de redes sociales, afectando la construcción de su autoestima, identidad e influenciando en su cosificación sexual desde la construcción de una fachada como mujeres adultas, aunque aún sean niñas. Desde mi perspectiva, el consumo mediático a través de redes, aplicaciones y juegos comienza cada vez más temprano cuando los padres y madres entregan una tablet o celular a sus bebés para que dejen de llorar o pedir atención.
En filosofía social, la objetivación es el acto de tratar a una persona como un objeto o una cosa. La cosificación sexual es una variante de esa objetivación que consiste en el acto por el que una persona es tratada como un objeto de deseo sexual; de la misma forma que puede hablarse de la auto-objetivación que ocurre con quien se prostituye luego de ser víctima de violación o trata de personas, por ejemplo. Este tipo de fenómenos son muy sensibles, complejos y nos reflejan en parte la deshumanización a la que hemos llegado.
El análisis semiótico visual de las publicaciones en las redes analizadas, permitió a Cancino (2024) constatar que el consumo excesivo de las publicaciones en poses de diva, de “mujeres fatales” o poses casuales de cantantes, actrices o modelos o influencers rebeldes cuya apariencia sigue estereotipos y prototipos de belleza que terminan afectando en el modo de vestir, posar ante la cámara o actuar de las niñas para imitar a sus ídolas. Entre 88 niñas encuestadas, el 28,4% siempre sube fotos y videos a redes sociales y otro 34,1% lo hace a veces, lo que representa que un 62,5% entre quienes lo hacen con frecuencia u ocasionalmente. El 58% de las niñas publica sus imágenes a través de Tik Tok y el 57% mediante Youtube, el 49% a través de Snapchat, 47% por Pinterest y 44% por Instagram.
Otro estudio denominado “Dan la vida y también dan la muerte: infanticidio y violencia extrema contra menores en la Bolivia contemporánea”, de Magaly Quispe (2020), afirma que en la última década se han registrado 418 casos de infanticidio. Se logró obtener información de 129 casos que fueron protagonizados, en su mayoría, por mujeres madres que habrían quitado la vida a sus hijos (48 casos frente a 39 casos de padres acusados por matar a sus propios hijos).
La revisión hemerográfica realizada por Quispe corroboró que entre las causas de los infanticidios están: a) problemas familiares, sentimentales y económicos; b) consumo de alcohol o drogas; c) discapacidad o malformación; motivos rituales. Las madres de 20-25 años serían las principales autoras de actos de violencia o infanticidios según el estudio de Quispe (2020).
Hasta ahora se habló mucho de la cosificación de las mujeres en la publicidad y los medios de comunicación porque sus cuerpos son usados como “mercancía que vende y se vende” en las pantallas de televisión y de los celulares; se olvida que son personas con derechos que acceden a ser modelos a cambio de un precio.
Ambos estudios aportan a la reflexión sobre la situación frágil en la que viven millones de niños y niñas. Poseemos leyes y normas, pero qué poco se aplican. ¿Las aplicaré yo? ¿Las aplicará usted? Es probable que la buena intención que motivó la creación del Código Niño, Niña y Adolescente no se plasme en los hechos en el tipo de educación y valores que tengan los padres y madres que asesinan a sus hijos o hijas, tampoco contemple que sean mercancías de intercambio en una sociedad en la que rige la oferta y demanda, cuyas leyes del mercado desean siempre mejorar ganancias sin importar las vidas inocentes.
Las costumbres y prácticas sociales también son formas de violencia simbólica hacia niños y niñas porque “normalizan” usarlos como sacrificio humano en las construcciones, al igual que los bebés de llama son tributos a la Madre Tierra.
Esa visión adultocentrista, egoísta y mercantilista también aplica a los casos en los que se explota laboralmente a los y las más pequeñas en las fábricas de costura, en la zafra o en las labores agrícolas y de ganadería; todas esas actividades “productivas” usan niños y niñas como mano de obra barata o esclava, por eso ellos y ellas escapan de sus hogares, dejan la escuela, se enferman, caen en la delincuencia, son vendidos o mueren víctimas de violencia en sus hogares. Esas distintas formas de violencia son parte de una violencia estructural en una sociedad boliviana en la que nos hemos convertido en cómplices silenciosos de una creciente masacre.
Si tiene hijos o hijas o familiares pequeños téngales un poco de paciencia, regáleles una sonrisa, deles un abrazo, se requiere poco tiempo y no cuesta nada. Recuerde que las vidas de los niños y niñas son el resquicio de humanidad que nos queda.
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