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Este mes de noviembre nos obliga a repensar y recordar un famoso asesinato político, el cual ha caído en el limbo de la impunidad oscura sobre lo que realmente sucedió y quiénes fueron los responsables: el asesinato de John F. Kennedy (JFK), acaecido el 22 de noviembre de 1963, supuestamente a manos de Lee Harvey Oswald. Hoy sigue siendo uno de los acontecimientos más funestos y polémicos de la historia moderna de Estados Unidos. A 61 años del magnicidio, todavía se discuten los motivos que llevaron a la muerte del Presidente. Si bien la investigación oficial de la Comisión Warren concluyó que Oswald actuó solo y como un psicópata, muchos teóricos de la conspiración creen que hubo un monumental complot político. Incluso después de décadas de investigación, en el fondo, no se conoce toda la verdad o, lo que también es probable, se le tiene miedo. A pesar de existir una ley que obliga a desclasificar toda la información sobre el hecho (JFK Act 1992), distintos gobiernos se han negado a entregar cerca de 4 mil documentos.

Hay varias hipótesis que sugieren que Oswald no operó solo. Algunos historiadores creen que la Central de Inteligencia Americana (CIA) estuvo involucrada, mientras que otros apuntan a la existencia de una traición organizada por oscuros grupos de poder. Sin embargo, no hay pruebas sólidas que respalden estas teorías. Independientemente de si hubo o no un sabotaje, lo que es imprescindible reflexionar gira en torno a cómo la muerte de Kennedy tuvo un impacto profundo en Estados Unidos y todo el mundo. JFK fue un líder carismático y visionario que luchó por la paz, la justicia y la igualdad en una época de cambio y turbulencia social. Por lo tanto, su muerte fue también una consecuencia terrible de la Guerra Fría, de una época infectada por el odio racial, las ambiciones desmedidas en el ámbito de la mafia, los negocios millonarios y el crecimiento tenebroso de una burocracia estatal, acostumbrada a los planes secretos y al espionaje obsesivo.

Después de sesenta años, el legado de Kennedy sigue vivo, así como las dudas sobre el informe de la Comisión Warren que nunca quiso ir más allá de la teoría de un solo asesino. El llamado de JFK a la acción y la responsabilidad ciudadanas, todavía es relevante en la actualidad, especialmente cuando se trata de enfrentar desafíos como la desigualdad económica, la polarización política, el cambio climático y un mínimo de valor civil en la oficina presidencial.

A pesar de la falta de pruebas en las teorías sobre la conspiración, sigue destacando la hipótesis del golpe de Estado, tal como se presenta en la película de Oliver Stone “JFK” (1991), donde se afirma que un siniestro plan fue elaborado por una serie de agencias gubernamentales y élites del poder, terminando de forma confusa en una maquinación de la CIA, la mafia, elementos de la industria militar y la vileza de políticos de alto rango que se aprovecharon de la ingenuidad de un presidente joven y con ganas de cambiar las visiones oligárquicas de la política.

Varias entidades se unieron para eliminar al presidente debido a sus políticas de “izquierda” y su postura hacia la guerra de Vietnam, afirman los fieles admiradores de JFK. Esta teoría fue criticada por varios expertos y tampoco existen pruebas concluyentes. La hipótesis del golpe de Estado ha sido, sin embargo, muy difundida en la cultura popular. Lo que está relativamente claro es que JFK fue el mártir de una intriga que pudo haberse detectado a tiempo. Muchos argumentos presentados por Stone en su película no fueron totalmente desacreditados, sino que se retomaron en el documental “JFK Revisited Through the Looking Glass” del año 2021, donde se reafirma la participación de la CIA, precisamente por ser una burocracia acostumbrada a llevar cualquier complot hasta los extremos más viles. Cuando el día de su muerte, JFK desfilaba sonriente y feliz ante el enorme cariño de la gente, el atentado fue perpetrado de manera tan ruin que el juego del poder sepultó de inmediato toda posibilidad de justicia y esclarecimiento.

La verdad todavía está oculta y no se trata de identificar sólo a los autores, quienes luego de 61 años, probablemente ya murieron, sino de comprender por qué Kennedy fue asesinado y qué implicaciones tuvo para la sociedad. El atentado mostró que la supervivencia democrática estaba relacionada con élites que buscaron mantener una influencia plutocrática sobre el sistema político, a un alto costo humano. Además, la traición y la teoría del golpe, revelan que la toma de decisiones en la democracia de aquella época, hizo muy difícil encontrar soluciones consensuadas.

El atentado precipitó acciones autoritarias y abusivas. A esto apunta el increíble testimonio de James Files, un exmilitar que afirmó haber sido el tirador que mató a JFK desde la hierba en Dealey Plaza. Files proporcionó detalles sobre el crimen, aunque sus afirmaciones son objeto de escepticismo. Sin embargo, la existencia de fuego cruzado y la presencia de tiradores o asesinos profesionales, fue dramáticamente demostrada por Josiah Thompson en The last second in Dallas, publicado por la Universidad de Kansas en 2021.

El asesinato de Kennedy exige la necesidad de entender mejor los desafíos de la política democrática, donde la conspiración abierta refuerza la idea de una tenebrosa perfidia, un vergonzoso escándalo sin fin y una triste tragedia, que la oligarquía en Estados Unidos prefiere olvidar.

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