0

Hay encuentros que son como puertas a dimensiones más allá de la vida, puertas dimensionales que se abren más allá de lo cotidiano, de lo habituado y aceptado, para dar paso delante de nuestros ojos a lo largamente esperado. Hay encuentros que son cerradura que se abre hacia lo imposible, pero también lo posible de un mundo soñado y luego olvidado, el aroma de otra vida, de otro universo donde uno estalle de flores y mariposas de neón, en esos umbrales que son ciertos encuentros que muy pocas veces se abren (y que para muchos nunca aparecen), pero que nos franquean un acceso directo al campo del alma, al prado de la verdadera ánima que se agita, como en un mundo perdido, allá muy dentro de nosotros, frágil, ignota, pero por una vez, revelada.

Hay encuentros que son revelación, que son desciframiento, aunque su lengua no sea lengua humana y apenas podamos atisbar o mal comprender sus significados más recónditos, pero sabemos que nos dicen algo, como cábalas, como palabras antiguas que vuelven a ser pronunciadas y cuando se pronuncian, con la fuerza de los siglos, entonces crean una realidad que, a diferencia de esta en la que escribo y alguien me lee, al borde de una taza de café de la tarde o la mañana, una realidad distinta, no la de Castaneda, no la de Kafka, no la de Leary, sino una realidad distinta, más parecida a la de Carroll o de Lear, o de algún poeta como Diaz Casanueva, cociéndose desde dentro de uno, como la olla cósmica, como VITRIOL, erigiendo una estatua renacida de pálpitos, aleteos, suspiros galácticos y temblores de uno mismo, mudándonos no de piel, sino de entrañas, una transformación de libélula interna para volvernos luciérnagas, en la noche de los tiempos, brillando por siempre, como el rayo que no cesa.

Hay encuentros que son música, o son el origen mismo de la música, o son la melodía cuando sale al rescate de la poesía, que, como decía Antonio Gala, le dan esas alas que las palabras no tienen pero que la música las despega, las eleva y las encumbra sobre el tiempo y sobre el suelo de los días raros, para convertirse en canción, en magia de trance convertida en cánticos del tramonto, que, como decía Battiato, provenían de “quel tempo magnifico”, que era tan bello, “quando eravamo collegati, perfettamente / al luogo e alle persone / che avevamo scelto / prima di nascere”, y que en la piedra clave de ese momento del encuentro, que, como “un suono di campane / lontano, irresistibile” son el reclamo “che invita alla preghiera / del tramonto”. Porque son encuentros que son oraciones, son ángelus, como ya lo vaticinó para la eternidad el gran Millet. Ángelus ateridos y humildes de corazón, con los ojos vibrando de luces, ante el espectáculo del crepúsculo.

Hay encuentros, en suma, que sólo son de los catadores de atardeceres, que quizás saben, con su lenguaje secreto y perdido en la maraña de los días, que allá en los celajes se ha escrito el lenguaje verdadero de la vida, y de Dios. “Ti saluto divinità della mia terra”... ¡te saludo divinidad de los encuentros, que alguien con alguien, algún día, algún segundo, en algún lugar misterioso, hicieron posible sobre esta Tierra!

Recibirás cada 15 días el boletín DESCOMPLÍCATE. Incluye INFORMACIÓN ÚTIL que te ayudará a disminuir el tiempo que empleas para resolver trámites y/o problemas. Lo único que tienes que hacer para recibirlo es suscribirte en el siguiente enlace: https://descomplicate.substack.com/subscribe?

Si tienes dudas, escríbenos al WhatsApp 77564599.

Sólo 26 países dirigidos por una mujer

Noticia Anterior

Estado de derecho y vulnerabilidad

Siguiente Noticia

Comentarios

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *