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PARTE I//

"Es una niña, se va a olvidar lo que le ha pasado…". Es la errada percepción de agresores y de cómplices (familiares u otras personas allegadas a una víctima, que callan, encubren o minimizan actos de violencia cometidos por otra persona). ¡No hay nada más falaz que esta percepción! La violencia en todas sus formas ya sea psicológica, física o sexual, deja huellas profundas y más cuanto más pequeño sea el niño o la niña. 

La grave "pandemia" de la violencia cobra más y más víctimas día a día. Y no exageramos cuando les compartimos los últimos datos estadísticos con respecto a las diferentes formas de violencia:  

  • Desde el inicio del año hasta el 5 de junio del 2022, se han registrado más de 4.300 casos de violencia sexual en Bolivia: 28 por día, más de uno por hora. Más de 1.000 son violaciones consumadas a niñas, niños o adolescentes (El País. Publicación digital del 29 de junio de 2022).
  • Durante el primer semestre de 2022, en Bolivia se registraron 24.918 casos de violencia contra mujeres, niñas, niños y adolescentes, lo que da cuenta de un incremento del 12.14% con respecto al mismo periodo en 2021, cuando los casos llegaron a 22.221.

Santa Cruz, La Paz y Cochabamba, en ese orden, son los departamentos con más denuncias, informó la directora de la Fiscalía Especializada en Delitos en Razón de Género y Juvenil, Daniela Cáceres (Periódico Opinión del 11 de julio de 2022).

Y vamos a los sobrecogedores datos de las formas irreversibles de violencia:

  • Bolivia registra 62 feminicidios y 28 infanticidios en lo que va de este año, crímenes que por lo general se producen en el "ámbito familiar, de pareja o de una relación de intimidad", informó este jueves la Fiscalía General del Estado.

El director de la Fiscalía Especializada en Delitos Contra la Vida y la Integridad, Sergio Fajardo, indicó que de los 62 feminicidios, 22 casos sucedieron en el departamento de La Paz, seguido de la oriental Santa Cruz con 17 y la central Cochabamba con 9. "Estos hechos de feminicidio generalmente se producen en el ámbito familiar, de pareja o de una relación de intimidad donde se genera una violencia extrema, lo que muchas veces no es denunciado por la mujer», expresó la autoridad.

De los 28 casos de infanticidio reportados en estos 8 meses, 11 fueron en La Paz, 5 en Santa Cruz, el mismo número en la altiplánica Potosí, 4 en Cochabamba y un caso en Chuquisaca, al igual que en Oruro y Tarija, en el sur del país.

Las principales causas de la muerte de los niños y niñas fueron por asfixia, golpes, intoxicación y armas blancas, según la Fiscalía (agencia EFE, publicado el 01 de septiembre de 2022).

Más allá de las frías cifras, estamos hablando de miles de vidas humanas. ¿Cómo hemos llegado a este orden de cosas? ¿Hasta dónde ha sido degradada nuestra condición humana, que hemos perdido nuestra capacidad de empatía y somos capaces de destruir y pisotear la vida de niñas, niños, adolescentes y mujeres, a las que consideramos débiles –o lo que es peor– no las consideramos personas, sino objetos desechables?

Podemos observar reacciones enardecidas de organizaciones defensoras de los derechos de niñas, niños y adolescentes, de organizaciones defensoras de los derechos de las mujeres, de familiares… Todas y todos reclaman justicia. También observamos las reacciones de personas de a pie o de autoridades que, ante uno de estos hechos que han salido con fuerza a la luz pública, manifiestan la necesidad de cambiar las leyes, recrudecer las penas contra los violadores, contra los feminicidas, contra los infanticidas…

Personalmente considero que no se trata de seguir haciendo leyes que no se cumplirán, que serán ignoradas incluso por los mismos operadores de justicia y operadores sociales, porque el sistema a este nivel es totalmente ineficiente, débil e incapaz. Y mientras no tengamos profesionales capaces, especializados, altamente comprometidos con la causa de las niñas, niños y mujeres, no sirve de nada seguir haciendo y revisando leyes… Mientras no veamos la verdadera voluntad política de alcaldías, gobernaciones, sistema judicial de convocar a gente muy capaz y transparente, dejando de lado la nefasta práctica de nombrar a sus "correligionarios", con el único mérito de haber hecho campaña política. Mientras se sigan asignando presupuestos marginales, mínimos, para todas las instancias públicas encargadas de proteger y defender los derechos de niñas, niños y mujeres… No podremos enfrentar realmente la violencia, ya sea con estrategias de prevención o metodologías adecuadas de atención y restitución de derechos.

Pero, más allá de estas injustas deficiencias estructurales, también debemos revisar todas y cada una de nuestras propias prácticas cotidianas. Es importante que cada una y uno de nosotros analicemos cómo progresivamente hemos ido naturalizando la violencia, nos hemos hecho tolerantes a la violencia.

¿No es acaso a los golpes, gritos e insultos cuando es a lo primero que acudimos cuando una niña o un niño ha hecho algo malo, ya sea en la casa o en la escuela?

¿No es acaso que nos quedamos indiferentes o hasta justificamos, cuando vemos que alguien está golpeando o insultando a una niña o a un niño?

¿No es acaso común decirle a una mujer que tiene que aguantar insultos o golpes, por sus hijos?

¿No es acaso común que hasta sonreímos cuando una niña o un niño golpea a su hermanita o hermanito y justificamos diciendo "es solo un niño"?

Debemos tener algo muy claro: en la medida en que aceptamos la más mínima forma de violencia, estamos naturalizando esta forma de relacionarnos y, por tanto, estamos poniendo los cimientos para que más tarde o temprano, se den formas más graves como son las agresiones sexuales, los feminicidios y los infanticidios. 

Entonces, no nos desgarremos las vestiduras cuando salen a la luz pública uno de estos atroces actos, pues de una u  otra manera, nos hemos vuelto autores o cómplices de la violencia.

Este complejo y urgente tema, central en nuestra salud mental, lo seguiremos profundizando en nuestras próximas publicaciones.   

¡La salud mental no es un privilegio, es un derecho!

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