Catar figura entre los países más ricos del mundo que se ha hecho tristemente conocido por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que ocurren en su territorio. Entre medio, ha recibido un ¿honor? totalmente inmerecido: ser la sede del mundial de fútbol 2022.
La proximidad del inicio de la copa de la FIFA ha puesto de nuevo en el ojo público lo polémico de esa elección y en el centro de la polémica los vínculos de ésta con la corrupción. En 2015, el Departamento de Justicia de Estados Unidos llevó adelante una operación internacional en la que fueron procesados nueve de los veintidós miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA, quienes eligen las sedes de los mundiales. Su presidente, Joseph "Sepp" Blatter, y el presidente de la UEFA, Michel Platini, debieron dimitir poco después. De acuerdo a las denuncias, los involucrados recibían sobornos para decidir quién televisaba los partidos y dónde se celebraban los mundiales.
Debemos recordar que Catar, para ser elegida en 2010 como sede del mundial de fútbol 2022 (lo cual ya de por si resultó sospechoso, pues esa elección se hizo al mismo tiempo que la de Rusia 2018), se impuso a Japón, Corea, Australia y a Estados Unidos sin contar con tradición futbolística -no tiene, por ejemplo, una liga profesional- o la infraestructura hotelera o deportiva necesaria, eso sí, contaba con muchísimo dinero. Luego, el Qatargate: 3,6 millones de euros en sobornos, se dijo.
Mucho se ha hablado de las razones de Catar para postular y conseguir la sede. Todo apunta a que no se trata del simple interés deportivo de su emir, Tamim bin Hamad Al Thani, que posee la autoridad ejecutiva y legislativa del país al ser la cabeza de su monarquía absoluta. Parece ser que existe detrás una importante estrategia financiera, el emir fundó en 2005 Qatar Sports Investments, clave para hacerse con el control del Paris Saint Germain en 2011. En 2006, el mismo emir presidió el comité organizador de los Juegos Asiáticos que se celebraron en Doha y en 2014 fue la sede del Campeonato Mundial de Natación en Piscina Corta, el Campeonato Mundial de Atletismo en 2019, el Campeonato Mundial de Natación que se celebrará en 2024 (también preside el Comité Olímpico de Catar, pujó sin éxito por organizar los JJ OO de 2020 e inauguró un monumental museo olímpico recientemente en Doha).
Pero no sólo ha resultado escandalosa la forma en la que Catar ha conseguido la sede del mundial, también lo ha sido el que la FIFA haya hecho la vista a un lado respecto a las constantes violaciones de derechos humanos en su territorio.
“En FIFA, intentamos no dar lecciones morales al resto del mundo”, dijo a principios de noviembre Gianni Infantino, su presidente que desde junio de este año se trasladó a vivir a Doha para «seguir y coordinar» con las autoridades del país árabe la aplicación de las reformas introducidas sobre los derechos humanos.
En 2017, la FIFA adoptó una Política de Derechos Humanos con la que se comprometía a tomar “medidas para promover la protección de los derechos humanos”. En contrapartida, el director de seguridad del Mundial Qatar 2022, Abdulaziz Abdullah Al Ansari, aseguró que “no se pueden cambiar las leyes ni la religión por 28 días”, tiempo que durará el campeonato mundial de fútbol.
Tal vez dentro de los cálculos de las autoridades cataríes está también “limpiar” su imagen a través de la celebración de grandes eventos como éste, pero la realidad es que han salido a la luz graves vulneraciones a los derechos humanos.
En un país de 2,9 millones de habitantes de los que solo el 25% son mujeres, ellas están absolutamente en un segundo plano, por ejemplo necesitan obtener el permiso de sus tutores masculinos (los miembros masculinos de la familia; su padre o marido, un hermano) para casarse, estudiar en el extranjero o en la universidad; trabajar en la mayoría de empleos públicos; viajar al extranjero hasta ciertas edades y recibir determinados cuidados de salud reproductiva.
Obtener el divorcio es muy complicado para ellas, mientras que los hombres pueden casarse hasta con cuatro mujeres y divorciarse fácilmente si lo desean. Si hay hijos, la custodia de ellos es compartida hasta los 13 años, si es hombre, y 15 si es mujer, pero luego ya la tutela es completa del padre, por lo que todas las decisiones sobre ellos deben ser tomadas por él.
En los tribunales, el testimonio de un hombre tiene más peso que el de una mujer; los jueces tienen la posibilidad de considerar la declaración de una mujer con la mitad del valor que la de un hombre.
Por otro lado, Catar está entre los 70 países del mundo que criminaliza las relaciones entre personas del mismo sexo. La población LGBTIQ+ corre un alto riesgo de ser perseguida y criminalizada. En la televisión catarí las y los presentadores hacen declaraciones homófobas que llegan hasta la amenaza de la pena de muerte, lo mismo ocurre con las y los servidores públicos.
En otro ámbito, Catar ocupa el puesto 119 de 180 en la clasificación mundial que hace cada año la asociación Reporteros Sin Fronteras (RSF). El código penal catarí tipifica como delito criticar al emir, insultar la bandera de Catar, difamar la religión, incluida la blasfemia, e incitar “al derrocamiento del régimen”.
Solo durante la realización del Mundial de Fútbol se han registrado innumerables vulneraciones a la libertad de prensa. La acreditación de prensa que Catar está otorgando a los periodistas ha sido considerada restrictiva y se ha denunciado que ello apunta a “desalentar o incluso impedir que los medios de comunicación extranjeros cubran cualquier cosa que no sea el fútbol”. Por su parte, los medios de comunicación cataríes, financiados por el gobierno, denuncian sistemáticamente cualquier crítica de la prensa a su país. Catar es sospechoso de haber contratado hackers para intervenir las cuentas de correo electrónico privadas de tres periodistas que escribieron artículos críticos.
Cuando se asignó a Catar como la sede, no solo se sabía sobre la sistemática violación de derechos humanos. Era evidente que el país no contaba con la infraestructura suficiente para soportar el Mundial. La única forma de que todo estuviera en el plazo correspondiente era sometiendo a los obreros a jornadas laborales extensas de 12 horas o más en un clima extremadamente caluroso. Organizaciones de derechos humanos han denunciado que miles de esos trabajadores han muerto en las obras del Mundial desde 2010 y la cifra real es imposible de precisar.
Se trata del sistema Kafala, un marco laboral que ata el destino de estos trabajadores migrantes en su gran mayoría a la voluntad de sus empleadores, en jornadas extenuantes y condiciones de subsistencia deficientes. Los inmigrantes carecen de derechos laborales o representación por un sindicato y no cuentan con seguros que les garanticen tratamiento médico o indemnizaciones por fallecimiento; si enferman y no pueden trabajar, no cobran. El sistema facilita la esclavitud moderna.
Desde la mirada de las organizaciones defensoras de derechos, la FIFA no impuso condiciones estrictas para proteger a los trabajadores y se convirtió en un “facilitador complaciente” de los abusos generalizados. Más aún, de acuerdo con los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre Empresas y Derechos Humanos, que la FIFA adoptó en sus Estatutos en 2016 y su Política de Derechos Humanos, la máxima organización del fútbol tiene la responsabilidad de identificar y remediar estos abusos.
Ante semejante panorama, es imposible no preguntarse: ¿Es compatible un espectáculo como un mundial de fútbol con tal cantidad de irregularidades y abusos? ¿No deberían las y los involucrados (futbolistas, directivos, hinchas) decir algo?
Ante algunos tímidos intentos de alzar la voz, la FIFA demostró que no incomodar a sus anfitriones cataríes es más importante que los valores que supuestamente dice defender. Por ejemplo, amenazó con sanciones a las siete selecciones que pretendían que su capitán llevara el brazalete One Love en favor de los derechos de las personas LGTBIQ+. Las federaciones de fútbol de Alemania, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Holanda, Noruega, Portugal, Suecia, Suiza y Gales han pedido a la FIFA, a través de una carta, que se respeten los derechos humanos y han afirmado que “seguirán apoyando un fondo de compensación para los trabajadores inmigrantes”. En contraposición, el presidente de la Federación, Gianni Infantino, envió una carta a los 32 participantes pidiéndoles que se centren en el torneo y que “no permitan que el fútbol se vea arrastrado a todas las batallas ideológicas o políticas que existen”.
En el partido con Inglaterra, los jugadores iraníes no cantaron la letra del himno nacional en una protesta silenciosa. Mientras tanto, la FIFA ha vetado unas camisetas de entrenamiento de la selección danesa en las que podía leerse “derechos humanos para todos”.
Del otro lado, cabe también preguntarse: ¿Deberá opacarse la belleza del fútbol por estos hechos que no hacen a la esencia del juego?
Durante una conferencia de prensa que daba la selección de Ecuador, una pregunta sobre la situación de los derechos humanos en Catar dejó sin palabras al volante de la selección, el joven Moisés Caicedo. El director técnico, Gustavo Alfaro, salió en su ayuda para responder: "No lo metan en problemas. Estamos a favor de todos los derechos humanos en todo el mundo. Y a la igualdad. Bregamos por eso. Ellos son jugadores de fútbol, tienen su talento, tienen sus sueños, sus ilusiones, y merecen ser respetados por eso", arrancando los aplausos de las y los presentes.
Lo cierto es que por mucho que disfrutemos del espectáculo y los goles, el fútbol, como estructura, no puede vivir a espaldas de la realidad. El escenario social, político y económico que se erige en torno al evento deportivo debe usarse como herramienta de denuncia e incidencia, de otra manera, el contexto tan conservador y tradicionalista de un país como Catar haría imposible una discusión sobre los derechos humanos. Aunque seamos pocos o pocas, creo que se puede hacer esa labor pedagógica de denuncia. Podemos emocionarnos por los goles, pero también indignarnos por las injusticias. Sólo después de conocer puede generarse la indignación y, así, tal vez, algún cambio.
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