El sábado 13 de febrero de 2021, el congreso de Estados Unidos libera de toda culpa a Donald J. Trump, en el segundo juicio político en su contra, y también el segundo del que sale airoso. Un día antes, en la Asamblea Legislativa Plurinacional, en La Paz, Bolivia, se aprueba un decreto otorgando amnistía e indulto a todos aquellos que se consideren “perseguidos políticos”, en el muy exacto periodo que va de un día después de las elecciones del 20 de octubre de 2019, a un día antes de las elecciones del 18 de octubre de 2020: justamente el tiempo en el que el poder casi total del MAS fue derribado, fue puesto en cuestión, fue socavado en lo más profundo. Y justamente en ese periodo se cometieron cientos de actos de extrema violencia política contra todos aquellos que se consideraran “enemigos” del MAS, del “pueblo”, de la “democracia”, etc. Si bien a Trump se lo acusaba por instigar a la violencia, en Bolivia se había detenido a muchos acusados de haber participado en actos violentos. Pero tanto el uno, como los otros, salieron libres, limpios y sin mancha.
¿Qué tienen en común ambas liberaciones de toda culpa y de toda responsabilidad moral o legal? En ambos casos, se considera que la violencia contra el Estado y contra personas y bienes no es ni delito ni crimen; que en nombre del pueblo o en “defensa de la democracia”, no hay pecado, no se instiga, no se delinque, no hay violencia, no hay odio, si los que así actúan claro, son los de mi partido. No hay culpa en arengar o incitar a la violencia por razones partidarias, como tampoco la hay si se la comete. La violencia, así, se relativiza.
Desde la perspectiva de Trump y sus seguidores, tanto como de los senadores republicanos que lo apoyaron, y desde la perspectiva de todos los asambleístas del MAS, los que actúan o actuaron en contra de la ley y en nombre del odio son los otros, sus enemigos, pero nunca ellos. Por eso Trump acusaba a Antifa (que tampoco son ángeles caídos del cielo) de haber atacado el Capitolio, y los masistas acusan de “golpista” a cualquiera que no comulgue con su ideología. Así, leamos este comunicado que puede aplicarse tanto allá, como aquí, o en cualquier lugar del mundo donde la realidad es invertida para conveniencia propia:
“Habla muy mal de nuestros tiempos que un partido político […] tenga acceso libre para denigrar la aplicación de la ley, difamar las fuerzas de seguridad, alentar turbas, excusar insurrectos y transformar la justicia en una herramienta de venganza política, persecución, amenaza, cancelación y supresión de las personas y los puntos de vista con los cuales está en desacuerdo. Yo siempre he sido y seré un defensor de la aplicación de la ley, de los héroes de las fuerzas de seguridad, y el derecho […] de debatir pacíficamente y sin malicia ni odio”. Son palabras de Trump.
Esta argumentación se ajusta perfectamente a lo que los populismos latinoamericanos quieren para sí: ellos se consideran representantes de la paz y la justicia, defensores de la democracia, luchadores por el bien, llevados incluso “por el amor”, y así justifican sus actos, por muy violentos que sean, bajo la excusa de que actúan “pacíficamente y sin malicia ni odio”. Sí, solo que éstas son palabras de Trump… quien también se considera la encarnación del bien, defensor del pueblo, y para quien los malos son los otros. Es un uso perverso de la lógica del juego democrático, su inversión justamente, maliciosa y llena de odio.
No es la primera vez en la historia que este tipo de inversiones de la realidad ha ocurrido. Como un solo ejemplo, pensemos en la Alemania de Weimar, en los años 1923-1924. Luego del llamado “Pustch de Múnich”, Adolph Hitler fue enviado a prisión, pero fue justamente allí, y en el juicio posterior, donde cobró notoriedad para luego salir aclamado en libertad en diciembre de 1924, en un proceso según el cual “Hitler el Bufón se estaba transformando en Hitler el Mártir, un héroe nacional”, como sostiene el historiador David King en una entrevista en elperiodico.com.
En su juicio, a Hitler se le permitió hablar por horas, y se presentó a sí mismo como un patriota que “quería lo mejor para su pueblo”, enfatiza King. Además de hablar a nombre del pueblo y la nación, Hitler “explotó los instintos más bajos de la multitud y se dirigía a los menos inteligentes dando respuestas fáciles”. Daría su lucha con el apoyo de las masas, de los obreros, en fin, del “pueblo”, quienes, a partir de ese momento, se verían interpelados y comprendidos por su discurso que aparecía como virtuoso, pero que no era más que el discurso de un “demagogo lleno de odio”, continúa King.
También David King ha puesto el dedo en la llaga de los tiempos que corren: en nuestra llaga actual, también supura la inversión de la realidad, la conversión del odio en virtud, de la violencia en moralidad. Para el caso de Trump, no basta con verlo como un bufón, igual que Hitler, porque si bien “es tentador burlarse de los oponentes, […] es un error subestimarlos”. ¿Y esto por qué? Porque “la democracia es, lamentablemente, mucho más frágil de lo que pensamos”, sostiene King. La fragilidad de la democracia, tanto en la década de 1920 como en la década de 2020, está muy amenazada por extremas derechas y extremas izquierdas o, simplemente, populismos de izquierda o de derecha.
¿Cómo se expresa eso en la doctrina práctica de Hitler o de Trump? A través del “desprecio por la ley, la verdad, la prensa y la educación, sin mencionar la búsqueda de respuestas fáciles, el afán de culpar a los judíos o a los extranjeros, la espectacular falta de empatía, la abrumadora falta de dudas sobre cualquier cosa”, señala King. Los paralelismos de King son entre el hitlerismo y el trumpismo; podemos añadir que también existen paralelismos con el masismo boliviano, con la única diferencia de que no son los judíos los chivos expiatorios, sino los “croatas” (es decir, la versión masista de la xenofobia), o más aún, los “golpistas” o los “pititas”, etiquetaciones lo suficientemente amplias y ambiguas para que quepan todos los que cuestionan el poder del MAS. Los paralelismos asombran: incluso son considerados “traidores” aquellos que por una razón u otra no siguieron la línea partidaria fanáticamente, sea Mike Pence, o sea Eva Copa.
Todo esto hiere la democracia, entendida simplemente como el necesario equilibrio y control de los poderes públicos, la permanente vigilancia contra los excesos de las mayorías y el abuso del poder. La democracia así, está puesta al revés, porque los que la acuchillan se dicen sus defensores; la paz está gravemente herida, porque los que dicen defenderla, no tienen miramientos para sus acciones violentas. El odio se convierte en amor y los delitos en valores.
Es, como decía la genial Violeta Parra, “el diablo en el paraíso”. Esta vieja idea medieval, remozada por la fuerza de los versos de Violeta, se cumple una vez más: “se premiaron los pecados/fusilamiento de jueces”. También hoy, en Estados Unidos como en Bolivia, “los pajes son coronados/los reyes friegan el piso”. Y más aún, “los justos andan con grillos/y libres van los perversos”. ¡Triste tiempo presente! El diablo en el paraíso, disfrazado de ángel santo, ¡y muchos aplaudiéndole “en nombre del pueblo”!
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