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Cumpliremos un cuarto de siglo en este que prometía ser el siglo del futuro, de las utopías, del progreso. Y, en mucho, lo es: la ciencia, como nunca, avanza a pasos agigantados, el conocimiento acumulado y nuevo del ser humano crece y crece, y además está disponible como nunca antes lo había estado, la racionalidad humana profundiza sus raíces en nuestros cerebros y nuestra capacidad de reflexión y entendimiento, las artes florecen, la tecnología nos lleva a nuevas cimas, la vida puede ser cada vez mejor. Sí. Pero este siglo también trae una oscura contrapartida: la violencia y el odio entre humanos crece, la ignorancia, los prejuicios, las ciegas ideologías, la intolerancia, la capacidad para convertir la vida en este mundo en un infierno, el avasallamiento, la depredación, la contaminación, la falta de empatía hacia otros colectivamente justificada, el populismo, la imposición de las mayorías, las ideas falsas, los actos perniciosos, en fin: el siglo XXI, siglo en el que la humanidad asciende a sus horizontes más magníficos, es, también, un descenso a sus peores lacras y terrores.

Así estamos. Más de ocho mil millones, pero en esa enorme cantidad hay demasiada gente para todo. Los hay los que asesinan, los hay los que cuidan. Los hay los que piensan, los hay los que ignoran. Los hay también los que aman, los que sueñan, los que desean, los que ansían, los que creen y los que imaginan, pero están los que odian, los que desdeñan, los que desprecian, los que codician, los que destruyen, los que envidian y los que revientan.

Es verdad que se avanza en derechos, pero muchas veces más que derechos, son nuevas formas del privilegio. Es verdad que se habla en nombre del pueblo, pero muchas veces sólo sirve para crear elites nuevas. Y no es verdad que la educación mejore, o que la atención en salud mejore, o que la posibilidad de tener un buen empleo y una buena vivienda sean ciertas, o que el bienestar mejore. Eso y en muchas partes del mundo, parece un lejano sueño que solo se cumplía en el siglo XX. Aquel siglo que el nuevo XXI quiso ver con desdén, como el siglo de las dos grandes guerras, como el siglo de las dictaduras y las intolerancias… Pero qué soberbia la del siglo XXI. En un cuarto de siglo, este vigésimo primer siglo parece esforzarse en ser peor que al que remplazó en el reloj humano de los tiempos.

La principal amenaza del mundo, en este siglo XXI que ya gasta su primer cuarto, ha sido, como tantas otras, creada por el mismísimo ser humano. La naturaleza no es nuestra esclava, la naturaleza no son “recursos naturales” ni la cantera infinita que satisface todos los deseos humanos, los buenos y los malos. No.  Matando a la Tierra nos matamos a nosotros mismos, pero esta trampa mortal parece que no nos afecta. Sé lo difícil que es enfrentar la terrible potencia de las sociedades humanas, estos pequeños seres ladinos que medraron gracias a su astucia y, especialmente, a su capacidad de corromper en su beneficio, todo lo que tocan, lo que llamamos “cultura” o “historia”. No es que los seres humanos sólo seamos eso, ¡claro! Somos también una especie extraordinaria y llena de potencialidades, capaces de descubrir y entender (algún día) los misterios del universo, y también algún día (aunque lejano parezca), entenderse a sí misma.  Pero mientras tanto, y sin otra razón que el peso de nuestras ataduras sociales que son nuestras ataduras mentales, destruimos con alegría todo lo que podamos para darnos momentáneos placebos de prosperidad y codicia. Y esto es aún peor cuando sale de la boca de los adalides del “progresismo”, de las izquierdas fatuas y recalcitrantes, que, a nombre de hacer la revolución y hablar por los pobres, autorizan todo tipo de atrocidades, como el envenenamiento de ríos, la invasión de selvas, el exterminio de animales, el incendio de pacíficos bosques que sin sus políticas delirantes y autolegitimadas, continuarían dando paz, esperanza y alivio a la vida de todos los seres vivos sobre la Tierra.

Veo pasar el primer cuarto de siglo, con todos ustedes, con todos nosotros, los vivos, en este rincón del universo y del espaciotiempo. Y aunque mil cosas están mal, otras mil nos llenan de ánimo por los tiempos que llegan. Cada uno de nosotros (y aunque no la tengamos fácil, porque no hay trabajo, porque todo sube, porque el conflicto diario interhumano nos acecha, porque todo cuesta), cada uno de nosotros, si abriera su corazón e imaginara un mundo mejor, podría edificarlo piedra a piedra, paso a paso. Como nunca, el ser humano tiene la posibilidad de detenerse y pensar, y darse cuenta de aquello que hace pésimo y el mal que, al mundo, las plantas, los animales y los a los otros, entrega. Como nunca la toma de conciencia colectiva es posible. Tenemos a nuestra disposición el mejor saber sobre nosotros mismos, y sólo falta abrir la mente y mirarse al espejo, ver lo que somos verdaderamente, y cambiar el rumbo hacia un futuro esplendoroso.

Nunca la vida será perfecta, sin dolor, sin sufrimiento, sin muerte, pero a pesar de todo eso, puede ser cada vez más plena. Y ese es el desafío del próximo cuarto de siglo de esta vigésima primera centuria que en su tren futurista nos lleva. Seamos conductores de su locomotora. Hoy, y desde hoy, la vida puede ser más buena. Depende de cada uno de nosotros, y ojalá así sea.

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