A pocos días del censo nacional de población y vivienda, quiero discurrir sobre algunos puntos centrales de este trascendental suceso. Los censos, su calidad y su regularidad son uno de los indicadores del desarrollo de un país moderno, o que se quiere mostrar como moderno. El hecho de que los romanos organizaran censos hace más de dos mil años, no es señal de que sea una práctica anticuada: es prueba de algunos de los más importantes avances o tecnologías sociales que la antigua Roma ya tenía, y que nos legó a las sociedades contemporáneas.
En noviembre de 2022, ya escribí un artículo sobre el origen de los censos. Estos eventos se realizaban cada diez años en el antiguo Egipto, y cada cinco en Roma, además de otras sociedades jerárquicas complejas antiguas, como las antiguas China e India. Así, esta práctica fue consustancial a los primeros Estados, y en aquel artículo expliqué el vínculo que estos primeros censos tenían con el poder y control de la población de aquellos Estados antiguos, y que, aparte de ser el recuento periódico del número de pobladores, también como en el caso complejo de Roma, “tenían funciones militares, de enclasamiento, de registro de propiedades, y claro, servían para la planificación de quiénes podían votar”. También vinculado, en Roma, con un ritual antiguo muy importante, el lustratio, de purificación y de propiciación, que se concretaba cada cinco años, al igual que los censos. Pues bien: en parte una tecnología de poder, en parte un acto de vuelta e inicio de ciclo, los censos hoy son todo, menos un momento ritual y trascendente. Son piezas tecnocráticas del andamiaje administrativo y político de los Estados modernos, pero no por eso son menos importantes. Paganos, seculares, mundanos, oficinescos, pero no por eso dejando de despertar todo tipo de imaginarios.
En Bolivia, los censos se realizan, sí, pero de una manera en la que nunca se sabe cuándo, porque no se ha respetado la regularidad de los intervalos. A diferencia de Estados Unidos, que realiza censos desde 1790 y cada diez años, los censos bolivianos son tan inciertos como muchísimas otras peculiaridades de nuestra vida social: entre uno y otro censo, nadie sabe cuánto tiempo pasará. Esto está sujeto a todo tipo de cálculos o ineficiencias políticas. Así va el Estado boliviano: un poco a la deriva, un poco al azar.
Por eso en mi artículo de 2022 sostenía que el censo no es sólo un “recuento de habitantes elaborado conforme a los conocimientos precisos con los que hoy cuentan las ciencias demográficas”, sino que también podría ser un momento de catarsis, de renovación, como lo era ritualmente en el mundo antiguo. Sin embargo, y al igual que entonces, creo que lo que ocurre en la sociedad boliviana y su Estado, alrededor del censo, es corrupción, pero también improvisación, ineficiencia, aunque todo eso no escapa de la politización, es decir, del hecho de usar los censos como plataforma para otras cosas, para intereses de grupo, por encima de los intereses de los más.
Pero lo cierto es que, a pocos días de la realización del censo 2024, lo que está pasando es una eclosión de los imaginarios sociales, con el poder que tienen, al igual que los rumores y los pánicos colectivos, de soliviantar todo tipo de rechazos y explicaciones fantasiosas de lo que el censo se imagina que es. Por otra parte, y por supuesto, hay cálculos políticos. Pero, me parece que lo más crucial de este censo es otra cosa: es su grado de improvisación, de desconcierto y desaciertos organizativos, que pueden resumirse en la palabra ine…ficiencia. Un Estado ineficiente, que se pisa la cola a sí mismo, lo que es igual a decir, empleados y funcionarios que a nombre del Estado sólo atinan a solucionar las cosas una vez que las han empeorado, haciendo uso, a veces, de la improvisación, y otras veces, del autoritarismo jerárquico.
El examen de todas las cosas que fallan o que funcionan al límite, excede mi conocimiento y este espacio. Pero puedo referirme a algunas de las más importantes.. Pero puedo referirme a algunos de los más importantes. Por ejemplo, está el hecho del carácter voluntario de participación de los censistas, que son, y de lejos, sobre quienes recae el gran peso del levantamiento de los datos censales, por lo tanto, datos de máxima importancia para el Estado. Ya el sistema de reclutamiento de censistas ha sido, por decir lo menos, errático, exitista y autoritario: se obligó a empleados públicos a enrolarse, sólo para hacer bulto, sin pensar si estaban motivados para hacerlo, no sólo gratis, sino que, además, en contradicción a sus propios controles laborales, que han convertido los permisos en una vía crucis al estilo boliviano. Muchos censistas figuran en una zona censal, pero en realidad viven en otra, y no sólo eso, sino que viven en otros municipios. Así que figuran sus nombres en un sector equivocado, pero a la hora de la verdad, y luego de complicadas redistribuciones que deben hacer los jefes de zona, los censadores voluntarios terminan desapareciendo… en algún agujero dimensional, entre otras cosas porque al ser voluntarios, se cansan y se van.
Por otra parte, muchos censistas voluntarios son, además, menores de edad, por lo que no sólo necesitan autorización de sus padres, sino que puede ocurrir que no sean bien tratados por los ciudadanos a los que deben censar, por verlos muy jóvenes. Esto ocurre también con las mujeres jefas de zona, o supervisoras, que no gozan del mismo respeto de autoridad que los varones, dadas las mentalidades machistas de muchas personas. Así que, con jóvenes muy jóvenes, personas que trabajan en el censo pero que son maltratadas, o personas no motivadas para realizar bien su trabajo, y muchas otras circunstancias así, probablemente los resultados del censo se vean muy comprometidos.
Pero es un trabajo voluntario, con apenas algunas recompensas prebendales: días de permiso laboral, puntajes de nota en la universidad…pero nada de eso garantiza que los censistas, llegado el momento, simplemente no quieran ir a censar, y ya.
A eso se suma que, en muchas ciudades, en muchos barrios más bien acomodados, condominios y edificios, los dirigentes, los vecinos, o lo que sea, se oponen a mandar censistas, o a permitir que otros los censen. Por otra parte, los censistas voluntarios, con ganas de poner el hombro al país, la tienen difícil: ocho horas de capacitación, divididas en dos jornadas consecutivas de cuatro, son suficiente motivo para espantar hasta al más motivado de los ciudadanos.
Las circunstancias insólitas suman y siguen. Instructores que, por haber terminado más rápido sus cursos de capacitación, han sido denunciados por jefes de zona muy obedientes a la norma escrita, y que, por ese motivo, generan conflictos. Instructores que, luego de haber hablado cuatro horas sin parar, son enviados a otros barrios, casi sin descanso, para hablar otras cuatro horas, a voluntarios a su vez cansados por tan antipedagógico sistema de capacitación. Jefes de zona que perifonean, sin éxito, en barrios donde a nadie se le mueve un pelo por participar como censistas. Falta de materiales, o una complicadísima red burocrática de entregas, colas, demoras, y simplemente, no existencia, de estos materiales. Órdenes que se cambian en el camino: en suma, improvisación, burocracia y autoritarismo. Jefes de zona a los que se les pide que organicen quermeses, para lograr recaudar fondos para los refrigerios de los censistas, que no tendrán, en buen boliviano, “ni agua de mote”, en el día en que deberán censar, casa tras casa, bajo el sol, sin que el Estado les dé nada.
Puedo seguir así, y sin agotar todas las vicisitudes y el folklorismo de las instituciones y procesos del Estado boliviano. Eso sí, el censo terminará llevándose a cabo, y quizás bastante bien, a pesar de todos los obstáculos que el propio Estado impone a sus ciudadanos. ¿Eso es político? Sí, lo es, pero de manera más compleja: todo funciona mal, no porque así se lo haya calculado, sino por la pura inoperancia, falta de previsión, pero, aún más, la falta de consideración hacia los que están más abajo en la cadena de responsabilidades, porque es muy cómodo planificar y mandar desde La Paz.
Así estamos. El censo es también un gran indicador de lo que el Estado boliviano, y nuestra sociedad, son. Somos parte de eso… cada quién sabe de qué lado está. En todo caso, me resta agradecer y felicitar a todos aquellos que, a pesar de este Estado o gobierno, ineficiente y vertical, están poniendo el hombro, por puro amor a su país, para la buena realización de este censo de 2024. Dios se los pagará… ya que el Gobierno no lo hará.
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