Las elecciones a la boliviana son, fueron y serán, todo menos un acto reflexivo y meditado, de conciencia, de juicio, de introspección. Y no son la voz del pueblo, la voluntad del pueblo, la sabiduría del pueblo: quizás son todo lo contrario: la voz del ventrílocuo, la voluntad del poderoso (sea criollo, mestizo o cholo, indio u occidental); la ignorancia del pueblo. Habrá votantes, claro, que pensarán; pero serán los menos, o, cuando llegasen a ser muchos, probablemente no tengan éxito en sus apuestas por un mejor gobierno, llamadas votos: la mayoría estará a favor de los que no piensan, no razonan, no les importa más que su propia y estrecha visión prejuiciosa del mundo: votar por aquel que se amolde con sus prejuicios, y que les otorgue, quizás, favores, prebendas, ventajas. Es la democracia tonta, o vivísima, semidemocracia, demidemocracia, kakistocracia, anocracia, ineptocracia, democracia oportunista, democracia mala, pésima, y más que pésima. Tan sólo democracia... El simulacro basado en las elecciones libres, cuando son todo menos elecciones y libres.
Se trata de artificios, falsas escenificaciones, armazones huecas, que, por ejemplo, se notan grotescamente en las elecciones universitarias. Allá todo está decidido, ya sea porque rectores así lo imponen, o porque la hipocresía de los docentes se amarra con su aferrarse a sus privilegios, o de los estudiantes para pasar fácil y granjearse una vida social llena de fiestas y relajamientos. Claro, no todos los profesores ni todos los estudiantes, porque algunos piensan que vale la pena enseñar, y otros que vale la pena aprender. Pero tiende a ser una cosa instrumental: lo que importa es el acomodo, ya sea recibiendo auxiliaturas, carguitos, pegas, puestos, docencias, direcciones, decanatos. Esa es la democracia universitaria: una mezcla entre la carencia de reflexión crítica, y la hipocresía acomodaticia que se manifiesta en votos a cambio de favores, beneficios, enchufes y buenas tajadas. La “democracia” universitaria es el gran espacio para envilecer a los jóvenes, adiestrándoles en el mal arte de ser prebendales, ladinos, calculadores, marrulleros, chuscos. Importa más eso que leer, que escribir bien, que investigar, que producir conocimiento nuevo e iluminador.
Es bastante deplorable suponer, pero bastante cierto de comprobar, que se ganan elecciones basadas en, y solamente, en esa palabra tan sugestiva en América Latina: en oportunismos variados y floridos. Y es por eso que el destacado latinoamericanista Waldo Ansaldi, decía a comienzos de este siglo triste: “Si hoy hay una especie de borrachera democrática, en la mayoría de los casos no es nada más que un artilugio oportunista para asegurar, por parte de aquellos que más tienen, un eficaz mecanismo para hacer buenos negocios en un momento en que, en efecto, la democracia aparece como la única forma posible de organizar el mundo”. Esta borrachera de elecciones y elecciones inunda los ambientes universitarios y corporativos, al punto que se crean tribunales electorales a tiempo completo porque sus funcionarios no dan abasto, pero, en realidad, estos tribunales solo sirven para blanquear las mil formas del oportunismo universitario, y, claro, de todos los lugares donde la “democracia” vía elecciones se promueve y celebra. Hoy, de manera fingida y revesera, ya no son las viejas oligarquías las que apantallan una democracia de apariencia, sino las clases medias urbanas que, como aquellas, “adopta[n] e invoca[n] como principio de legitimación a la democracia, solo que ella es conculcada”. Conculcan lo que pregonan, una falsa democracia, pero como estos conculcadores suelen ganar elecciones (vía chantajes, dádivas baratas y embelecos), entonces, por efecto de su triunfalismo, parece que la exaltan, que la respetan y valoran, aunque solo sea una farsa autolegitimada, y se presentan a sí mismos como exitosos, demócratas y serviciales autoridades recién electas, que “trabajarán juntos” a “todos y cada uno de los miembros de nuestra comunidad”, aunque en realidad sólo lo hagan para un pequeño grupo, porque deben pagar los votos, y aunque digan que vendrán “nuevos derroteros, diálogos y consensos”, lo más probable es que vengan nuevas astucias para hacer creer que hay diálogos y consensos. Y su triunfalismo amenazador se resuelve en buscar votos llamando a los votantes diciéndoles: “subite al carro del ganador”, con prepotencia y bravuconería, pero sin ideas, vacíos de contenido, envilecidos por el tufo del poder.
Y si vuelvo a recordar al pensador argentino Waldo Ansaldi, diré que él citaba, prestándose y haciendo suyos los rotundos versos de Joan Manuel Serrat: “Corren buenos tiempos, / buenos tiempos para la bandada, / de los que se amoldan a todo / con tal que no les falte de nada. / Tiempos fabulosos, / fabulosos para sacar tajada / de desastres consentidos / y catástrofes provocadas". Y yo sumo mi voto también al gran y buen Serrat. Corren buenos tiempos, sí, “para los mismos de siempre”. “Corren buenos tiempos, / buenos tiempos para esos caballeros / locos por salvarnos la vida / a costa de cortarnos el cuello”. Pero queda la ironía, queda la crítica, la detracción, el verdadero diálogo, la reprobación, la conciencia. Aunque sea “aguantando el chaparrón al pie de un cañón”, quedan (quedamos) los que saben que esto no es democracia, que elecciones prebendales no son elecciones, y que son, simplemente, grandes negocios y ferias de (lastimeras) (y mediocres) vanidades.
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