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Por Mónica Oblitas //

La COP29 está a la vuelta de la esquina, y Bakú, Azerbaiyán, será el escenario de esta "gran reunión" en la que los líderes mundiales intentarán, una vez más, convencernos de que sí, esta vez sí están comprometidos con salvar el planeta. En el menú principal: dinero, mucho dinero. De hecho, ya le han puesto un apodo a esta cumbre: la "COP de las finanzas", porque después de años de promesas vagas y cifras infladas, al parecer el dinero se ha convertido en el último y único salvador climático. Y aquí estamos, cruzando los dedos para que se cumplan los compromisos de financiamiento anunciados, como si fuera un show de magia al que hay que aplaudir, con la esperanza de que los trucos no sean sólo una ilusión.

Después de Dubái, donde se lanzó el fondo para pérdidas y daños (ese mismo que promete dar algo de alivio a los países en desarrollo que están pagando la factura más alta del cambio climático), se supone que Bakú será el lugar en el que se conviertan las promesas en acciones, o al menos eso dicen. La Unión Europea ha reiterado su compromiso con $100 mil millones hasta 2025, y hay quienes siguen insistiendo en una distribución justa. Pero, si algo hemos aprendido en estos eventos, es que las palabras bonitas sobran y el dinero, cuando llega, lo hace demasiado tarde o con cláusulas dignas de un contrato de película de terror.

Luego está el tema de los NDC (Contribuciones Nacionales Determinadas). Parece que en Bakú nos espera otro desfile de promesas para limitar el calentamiento global a 1.5°C. Ahora, ¿alguien podría explicarme cómo pretenden lograr esto cuando los anfitriones mismos, y otros países de la troika de presidencias (Azerbaiyán, Emiratos Árabes Unidos y Brasil) ¿todavía ven el petróleo y el gas como si fueran oro negro? Ah, la ironía de los líderes del mundo “comprometidos” con el clima mientras abren más pozos y agrandan sus refinerías.

Por si fuera poco, este evento será una "COP técnica". Es decir, una COP donde probablemente haya menos de esos "líderes de alto perfil" y ejecutivos de grandes corporaciones que, en otras ocasiones, al menos ofrecen una buena dosis de discursos inspiradores (por no decir bien editados). Parece que esta cumbre no es suficientemente glamorosa para atraer a las élites financieras, quienes probablemente estén ocupadas viendo cómo asegurar sus inversiones antes que discutir el cambio climático. Así que Bakú será menos espectáculo y, ojalá, más contenido.

Pero hablemos un poco de Bolivia. Nuestro país se dirige a esta COP29 con un NDC que, si bien muestra avances en algunos sectores, aún no tiene una visión realmente estructural. La meta de reducir la deforestación en un 80% para 2030 suena bien en el papel, pero ¿están ciegos? ¿Y los incendios? Sí, se depende de "financiamiento internacional" para evitar la deforestación entre otras cosas, dinero que, en el mejor de los casos, llegará en cuotas mínimas cuando el daño ya esté hecho (¿por qué estiramos la mano siempre pidiendo plata cuándo se supone que Bolivia es la “reserva moral de la Madre Tierra”?, ¿quién va a fiscalizar que ese dinero no se haga humo?).

Y lo mismo ocurre con el sector energético: los planes de electrificación avanzan a un ritmo desenfrenado, sin detenerse a pensar si realmente necesitamos tanta electricidad o si, tal vez, deberíamos invertir en energías renovables, en lugar de sólo apilar proyectos eléctricos.

Lo que resulta más inquietante es el sector del agua. Bolivia enfrenta una situación alarmante. Las reservas hídricas están en riesgo para 2030, y el consumo de agua de la industria del litio sigue aumentando, todo mientras los glaciares se desvanecen a un ritmo acelerado. En esta COP, ¿quién hablará de la seguridad hídrica cuando el país esté demasiado ocupado contando billetes y decidiendo en qué gastar el próximo fondo climático? Además, aún en medio de los incendios, Bolivia pidió créditos en nombre del desarrollo sostenible, así que el Banco de Desarrollo Productivo (BDP) de Bolivia obtuvo la acreditación del Fondo Verde para el Clima (FVC), que permitirá al país “acceder a financiamiento internacional para proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático. Esto incluye sectores como agricultura sostenible, energías renovables y reforestación, con el objetivo de reducir emisiones y promover prácticas resilientes”. Plop.

Y ahora, como si las cosas no fueran suficientemente complejas, llega la noticia de que Donald Trump vuelve a la escena política. Aunque técnicamente no asumirá hasta 2025, su sombra ya empieza a sentirse. Recordemos que éste es el hombre que describió el cambio climático como una "farsa china". Mientras tanto, los países del mundo intentan ignorar la amenaza de que el próximo Presidente de Estados Unidos se retire nuevamente de los acuerdos climáticos y se niegue a financiar lo que ya se había prometido. Es decir, ya nos sabemos la historia: Estados Unidos se ha caracterizado por llegar tarde a las cenas climáticas y, cuando llega, es con las manos vacías.

Sin embargo, y aquí va un poco de esperanza para quienes aún creen en la magia: incluso durante la primera presidencia de Trump, las inversiones en energías limpias superaron a las de los combustibles fósiles. Tal vez, sólo tal vez, el movimiento ya es demasiado fuerte para que lo frene una administración escéptica.

Entonces, aquí estamos, en el umbral de la COP29. Nos esperan grandes discursos y cifras que suenan bien, pero la verdad es que si algo no cambia de fondo, esta cumbre no será más que otra parada en el largo desfile de promesas sin cumplir. La crisis climática no espera, ni se entretiene con "COP técnicas". Nos toca exigir, no aplausos, sino respuestas y acciones porque ya no tenemos tiempo para otra ronda de discursos brillantes y compromisos sin fundamento.

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