No hay un golpe de Estado en Bolivia. Lo que hay es un gobierno saliente fanatizado que llama a la violencia. Lo que hay es un Estado que expira y que no valora ninguna paz que no sea su propio orden impuesto. Lo que hay es un gobierno en retirada que quiere la guerra. Así lo dijo el 1 de enero de 2018, el hoy renunciante Vicepresidente de Bolivia: “No hemos venido a caminar en las flores, hemos venido a la guerra”. ¿La guerra contra quién?, ¿contra los propios bolivianos?
Es un Estado herido que le declara la guerra a sus propios ciudadanos, a aquellos que supone están en su contra. Por lo tanto, en Bolivia no hay golpe de Estado: hay una población levantada contra el fraude electoral y los abusos de un gobierno que, al salir, incita a sus seguidores a la violencia. Y esa violencia está desquiciada; aunque en el extranjero no la quieran ver.
El gobierno del MAS se va; pero deja tras su paso una sola realidad: barbarie. Mientras escribo esto, los grupos seguidores de Evo Morales queman casas, módulos policiales, fábricas y siembran el terror en ciudades y pueblos; atacan en los caminos y a las ambulancias que van a rescatar a los heridos que ellos mismos provocaron. Se roban armas de fuego de las estaciones de Policía.
Bolivia, gracias a Evo Morales y su megalomanía, está viviendo un tiempo sin ley, sin Estado, donde el valor de la vida humana ya no es nada. Aquí no hay golpe de Estado: hay crueldad desatada a nombre de Evo Morales.
La violencia civil y política en Bolivia tiene larga data. Basta recordar que Bolivia surgió como república luego de 15 largos años de guerra civil, como ya lo analizó Charles W. Arnade: entonces se sucedió una serie de actos violentos, traiciones, asesinatos y revueltas entre facciones y caudillos, y esto seguiría siendo la tónica hasta muy avanzado el siglo XX.
En 1918, Nicolás Aranzáes señalaba que ocurrieron más de 180 “revoluciones” en Bolivia, entre 1826 a 1903, entre sublevaciones, mítines, ataques, conspiraciones y claro, revoluciones. En el siglo XX se mantuvieron revueltas, asonadas, y fue en 1952 cuando Bolivia se volvió noticia por su revolución nacionalista.
Luego de eso, los golpes militares parecían ser la regla, algunos también entendidos como revoluciones. A inicios del siglo XXI, el gobierno del MAS se autonombró como la “revolución democrática cultural”.
Lo cierto es que en ninguno de estos momentos “revolucionarios”, Bolivia dejó de ser violenta, ni siquiera en los años más “democráticos”. Si bien no se trata de una violencia que se expresa en miles de muertos, sí implica una constante tensión, amenazas, amedrentamientos, humillaciones, torturas, imposiciones y claro, también reyertas brutales con un saldo de heridos y muertos.
Si bien desde la llegada de Evo Morales al poder, en el extranjero se ha idealizado a Bolivia como un modelo a seguir, como un ejemplo en la defensa de los derechos de los más pobres y de los pueblos indígenas, hace mucho que esto no es más que una falsa imagen, y las pruebas abundan; aunque no las exponga aquí.
Además, los tres gobiernos consecutivos de Morales nunca integraron realmente a una población tan diversa, nunca realmente se incluyó, amistó ni pacificó a la población. Solo se la mantuvo relativamente reprimida, y se pensó que por la magia de las leyes se iban a transformar mentalidades y conductas.
Para terminar con el racismo, se apostó a la represión anti-racista, y se cometieron muchos abusos al no entender, realmente, la naturaleza del fenómeno…y así sucesivamente. Los gobiernos del MAS querían cambiar Bolivia a través de la coacción, no de la consciencia.
Desde el 21 de octubre vivimos una creciente espiral de violencia. A veces fue provocada por los movilizados en contra del fraude electoral, que en muchos casos se convirtió en una execrable sed de venganza y de tomar represalias contra autoridades masistas o personas que, por el solo hecho de ser sindicalistas o campesinos humildes, sufrieron humillaciones en manos de los opositores a Morales.
Sin embargo, de manera creciente y cada vez más desenfrenada, la mayor parte de la violencia en estos días luctuosos surge de los seguidores del gobierno, que fueron azuzados por los renunciantes Presidente y Vicepresidente, sin ningún respeto a las vidas humanas.
En un discurso desafiante y contradictorio, Morales renunció a la presidencia en nombre de la paz social; pero también llamó a sus seguidores a resistir de manera violenta.
Un día antes de su renuncia, sucedieron actos crueles como quemas de casas de funcionarios del Estado y de opositores, apedreamientos, emboscadas, saqueos, golpizas en grupo, dinamitazos, quemas de módulos policiales, de fábricas, de buses municipales, etc., además de la destrucción prácticamente completa de casas de personalidades públicas.
La prensa repite una y otra vez cosas como: “siguen los destrozos, siguen las acciones vandálicas”; “un grupo de vándalos habría destrozado por completo el módulo policial de San Roque”; “una turba que llegó con dinamita”, etc. Inmediatamente después de la renuncia de Morales, la saña colectiva está, en una amplia mayoría, protagonizada por tumultos de seguidores del ahora expresidente y tiene como objetivo la destrucción de todo lo que huela a la oposición a Evo.
Se desató la violencia. Morales renunció con amenazas y muchos de sus acólitos sintieron que era el momento para descargar toda su ira contra los que ellos consideran los “opos”, “oposiratas”, “oposiburros”, derechistas, fascistas y más adjetivos despectivos. Así, en las calles de El Alto aparecieron grupos de jóvenes gritando: “¡Ahora sí, guerra civil!”, “¡Camacho, Mesa, queremos su cabeza!”, mientras los chats y las publicaciones por redes sociales se llenan con mensajes cargados de odio contra cualquiera que se oponga a Evo.
Todo esto solo crea terror, sufrimiento, dolor, pánico en los vecindarios. Mientras, en el extranjero muchos siguen con la misma consigna: ¡Evo es víctima de un golpe de Estado! ¿Qué les pasa a las personas que no viven en Bolivia, que se vuelven inhumanas y glorifican el terror provocado por un solo hombre? La respuesta es simple: Bolivia no les importa de verdad, solo es un pretexto.
Personas como los congresistas de moda en Estados Unidos y muchas otras personalidades en el extranjero, que nunca hicieron el intento de pisar Bolivia o de conocer su realidad, publican cosas como: “Lo que está pasando en Bolivia en este momento no es democracia, es un golpe de Estado. El pueblo de Bolivia se merece elecciones libres, justas y pacíficas – y no ser sujetos a tomas de poder violentas”… invirtiendo, para su propia promoción política, toda la realidad, todos los hechos.
Los que quieren elecciones “libres, justas y pacíficas” son, justamente, los que en el extranjero son atacados como “violentos, golpistas, fascistas, racistas” sin siquiera tener el cuidado, por ejemplo, de diferenciar que las marchas de bolivianos a favor de Morales en Buenos Aires no ocurren en Bolivia, sino en la Argentina.
Se trata de un nuevo tipo de violencia, auspiciada por las redes sociales digitales: la violencia virtual a distancia, basada en las malas consciencias de aquellos que ven en Bolivia el último reducto de su inveterado mito del buen salvaje, y que con esta inversión interesada de la realidad, tranquilizan sus consciencias occidentalizadas.
En el lapso entre el momento que escribo esto y cuando se publique, probablemente sucederán o no más actos violentos a manos de gente que sigue a Evo Morales. Probablemente Morales estará a buen recaudo en México, favorecido por un asilo político… ¿Perseguido por quién?
Algo anda mal en el mundo cuando el perseguidor es el perseguido. Pero Bolivia tiene un pueblo que no se doblega, incluso ante la peor de las violencias. Es un momento de dolor y de espanto; pero aun así se escucha el clamor del pueblo boliviano indefenso, y que de golpista no tiene nada, indefenso ante las facciones desaforadas de los que respaldan a Evo Morales.
Hago mías las palabras que un capitán de policía, con lágrimas en los ojos, manifestó ante las cámaras televisivas, dirigiéndose a los grupos alzados: “Les pido por favor que recapaciten. No queremos muertos, no queremos heridos, somos padres, somos hermanos, somos esposos. Por favor entiendan… La Policía siempre va a estar con su pueblo. No puede existir una sociedad, sin una policía […] Tienen que entender, que es nuestro trabajo. Nosotros hemos jurado [...] lealtad a la bandera, hemos jurado lealtad al pueblo, a nuestra Patria, no a una persona, no a un partido político… y no importa si esa persona es del azul, del amarillo, del verde, del rojo… si esa persona está con dinamita, está con arma de fuego, está con arma blanca, tiene que ser aprehendida y conducida a las autoridades. Es nuestro trabajo, entiendan por favor, entiendan... por favor, entiendan”. Por favor, entiendan: aquí no hay golpe de Estado. Aquí hay barbarie a nombre de un gobierno agonizante.
Comentarios