Mi abuelo, un hombre serio y calmo, pero lleno de una chispa propia de los Valenzuelas, usaba los lentes y el bigote al estilo de Salvador Allende. En la calle, mientras iba de camino a la universidad pública, donde trabajó toda su vida, algunos obreros lo confundían y saludaban como compañero o hermano. Él sonreía y a veces les seguía la corriente; sin embargo, todo cambiaría y el espíritu del chileno promedio sería afectado para siempre.
El 4 de septiembre de 1970, el médico Salvador Allende triunfaba en los comicios presidenciales de Chile, después de tres derrotas electorales. La poderosa coalición que encabezó Allende estaba conformada por los partidos Socialista, Comunista, Radicales, Izquierda Cristiana, Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Acción Popular Independiente, entre otros.
A diferencia de gobiernos anteriores, el reciente prometía la total participación de la clase trabajadora. La propuesta de gestión de Gobierno del Frente Popular planteaba una política exterior independiente, la reforma agraria y la añorada nacionalización del cobre. La estrategia mediática de la oposición fue promover al nuevo Gobierno como la próxima Cuba. Mentiras como la expropiación de las viviendas a quienes tenían más de una; o que la nueva educación contenía doctrina marxista activaron el andamiaje propagandístico propio de Goebbels.
Tras meses de rumores de Golpe de Estado, por los medios de comunicación y “analistas políticos”, el ocultamiento de víveres de las grandes cadenas comerciales para generar especulación, caos e inflación, sumado al paro indefinido de médicos acusando falta de insumos y medicinas para atender a la población, y finalmente el paro de transportes, último ataque certero, un martes 11 de septiembre de 1973, detonó lo que se había ido gestando desde el seno de Washington.
Ese día, muy temprano, los acontecimientos comenzaron a desarrollarse rápidamente y de manera organizada. Informado por la sublevación de la Armada, el presidente Allende se dirigió con prontitud al Palacio de la Moneda a las 07:30, custodiado por tanquetas de carabineros que, tras el primer comunicado de la Junta Militar, se retiraron de su puesto. Cuarenta y cinco minutos más tarde, se iniciaba el ataque por tierra al Palacio de Gobierno.
Cerca de las 11:00 a.m., el Presidente Allende dirigió su último mensaje al país, a través de una cadena de radioemisoras, aun leales al Gobierno. Su decisión: no abandonar la casa de Gobierno y mantenerse firme en su postura de seguir defendiendo a Chile. Al mediodía se inició el bombardeo sobre la Moneda en pleno centro de Santiago, que se prolongó durante 15 largos minutos. Aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile, luego de sobrevolar su objetivo, atacaron la sede del gobierno con cohetes "rockets" que destruyeron dependencias y provocaron el incendio del edificio. Minutos después caía la Moneda y el presidente Salvador Allende era encontrado muerto en el salón principal.
Nunca antes el Palacio de la Moneda, con tres siglos de historia y que hasta entonces había albergado a veintitrés presidentes de la República de Chile, había sido destruido.
Al día siguiente, toda la prensa del país mostraba en primera plana el Palacio destruido y humeante como mensaje de victoria para algunos, advertencia para otros. Mágicamente los supermercados volvieron a tener productos, los médicos retornaron a sus fuentes de trabajo, las estanterías de tiendas comerciales (antes vacías) se volvieron a llenar de mercadería; aunque con precios inalcanzables para el pueblo y las clases bajas. Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, quien había sido designado Comandante en Jefe del Ejército de Chile apenas el 23 de agosto de 1973 por el mismo Allende, se autoproclamaba Presidente de la Junta Militar del Gobierno de Chile.
Las casualidades rodearon a Pinochet desde temprana edad, primero porque casi pierde la pierna a los cuatro años de edad, si no fuera por un médico argentino, hubiese sido amputada. Fue rechazado dos veces de la Escuela Militar, primero por ser muy joven y segundo por no tener la anatomía necesaria. De no ser por el equipo de economistas neoliberales enviados desde los Estados Unidos, denominado los “Chicago Boys”, la economía chilena no hubiese avanzado ya que Pinochet, entre otras desventajas, no era lo que podríamos llamar un intelectual.
El libre mercado, la liberalización económica, la estabilización de la moneda, la eliminación de las protecciones arancelarias para la industria local, la prohibición de los sindicatos y la privatización de la seguridad social y de las empresas estatales fueron medidas que impulsaron rápidamente.
Estas políticas produjeron un crecimiento económico inmediato, a la par de un aumento dramático de la desigualdad en los ingresos y la exclusión social. Las violaciones a los derechos humanos se estiman en miles, los desaparecidos en más de 10.000 y 40.000 personas fueron víctimas directas e indirectas de la dictadura. La instalación de campos de concentración, como el de Chacabuco, son temas de los que hasta hoy no se habla o al menos, se desconoce.
Este año regresé a la tierra de mis abuelos, donde la cordialidad es una linda costumbre y la libertad de expresión ha ido recobrando vida lentamente. Visité el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un lugar ineludible si se visita Santiago y que guarda como testigo mudo las atrocidades de ese tiempo, contado por niños, adultos y ancianos que sobrevivieron a este periodo y que muchos, hasta hoy, mantienen la mirada extraviada por lo vivido.
La nacionalización del cobre implementada por Salvador Allende permanece hasta nuestros días y sigue siendo el principal motor económico de Chile. No solo eso, Allende sigue siendo el símbolo esperanzador de millones de chilenos por retornar algún día a una Patria justa, equitativa y para todos. Pablo Neruda describía a Chile como un largo pétalo de mar y vino y nieve, donde desencadenará su poesía sobre su territorio.
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