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La ignorancia tiene poder, pero más poder tiene cuando está en el poder.  Si bien no existe ser humano alguno que lo sepa todo por más de una razón, hay un tipo de personas que podemos llamar, sin remordimientos y en buen castellano, ignorantes: son aquellas que pudiendo saber y actuar en consecuencia del saber, no quieren.  

Por eso la ignorancia culposa se parece tanto a la necedad: opera en las cabezas de aquellos que pudiendo comprender algo, lo niegan sistemáticamente. ¿Por qué? ¿Hay razones para entender tal nesciencia, tal insensatez?  Cuando la ignorancia se alía con la codicia y el poder, tenemos la fórmula milagrosa para convertir todo en nada: el desastre nacional que se presiente, pero aún no se declara.

Aristóteles ya señaló que la virtud solo existe en los actos voluntarios. Incluso los actos involuntarios que son negativos, pero que se hacen por un bien mayor, deben ser conducidos por un fin noble que los justifique, “soportando la infamia y el dolor en vista de un grande y bello resultado”.  Añade Aristóteles: “Pero si no median respetables motivos, nos exponemos a una merecida censura; porque no hay hombre tan despreciable, que arrostre el oprobio sin haber mediado un fin noble, o que le arrostre con la mira de una ventaja insignificante”. Pues bien: el que actúa aún a sabiendas de que lo que hace no tiene fines generosos, merece la censura de los demás.  Y si el que actuó bajo el efecto, por ejemplo, de la cólera o del alcohol, aduce que actuó sin mala intencionalidad, tampoco eso lo salva: actuó por ignorancia, pero no con ignorancia. Solo puede excusarse al que procede con ignorancia total o que está obligado por las circunstancias, pero al que conociendo las circunstancias de sus actos y no estando obligado por fuerzas exteriores para actuar de otra manera, y aun así actúa “viciosamente”, a él no le cabe más que la censura, el oprobio: no hizo lo que podía hacer, faltó por omisión.

En estos días vivimos en Bolivia una suma de efectos deplorables de actos que pudieron evitarse. Estos actos funestos son fruto de la connivencia entre los representantes temporales del Estado y ciertos sectores sociales corporativos. Tal vez esto siempre fue así. Piénsese, por ejemplo, en los comandos políticos y sindicatos conchabados con los gobiernos del MNR, el Pacto militar-campesino o las narcodictaduras: pero probablemente lo que hace la diferencia es la súbita levantada de la conciencia colectiva, que a través de redes sociales digitales, en actos públicos autoconvocados y en las decisiones personales y grupales de intervenir como voluntarios, está revelando y rebelando la ignorancia culpable y autocomplaciente de los que nos gobiernan, y sus principales favorecidos.  

De todos los eventos recientes, los incendios forestales en la Chiquitanía se han convertido en la némesis de Evo Morales, y se imponen como una crisis fundamental para este Gobierno. Si bien hay muchos más problemas –sindicatos de transportistas violentos, contrabandistas violentos, colonos e interculturales violentos, hombres violentos, un largo etc. de personas y cuerpos sociales violentos— los incendios en la Chiquitanía y en la Amazonía están mostrando, incluso a los ojos de los moderados o indecisos, el flagrante régimen que aúna poder, codicia e ignorancia en Bolivia.  

Alguien podrá decir, con una excusa de tontos, que esto no tiene nada de extraño, porque también es así en Brasil, en Colombia o incluso en los Estados Unidos de Donald Trump. Incluso justificará los incendios bolivianos, diciendo que aquí no hemos entregado la selva amazónica ni el bosque seco chiquitano a los capitales extranjeros. Y dirá que si devastamos nuestros ecosistemas y aniquilamos animales y plantas, lo hacemos en el “loable” ejercicio de “nuestra dignidad nacional”. Lo dijo con toda claridad el Vicepresidente en las fiestas patrias, presentando datos que son, como acostumbra, argumentos falaces: “Bolivia apenas utiliza el 4% de su territorio para la agricultura, y hay gente que nos quiere prohibir que tengamos más agricultura. Podemos y debemos expandir nuestra agricultura, y a la vez contribuir con la protección del medio ambiente. Según los datos del Banco Mundial, Bolivia tiene al menos 5.465 árboles por persona, Italia 143, Alemania 107, Estados Unidos 700, Reino unido 47 árboles por persona. Mientras los bolivianos emitimos 1,9 toneladas métricas de CO2 por persona, Suecia emite 4 toneladas por persona, Francia 5, Holanda 10, Alemania 9, Estados Unidos 16, Reino Unido 7.  Nadie puede dudar de nuestra contribución al medio ambiente, y estamos orgullosos de eso. Pero nadie puede impedirnos nuestro bienestar social, tenemos derecho y lo haremos” (A. García Linera, 6 de agosto de 2019).

¿Sabiduría? ¿Pragmatismo? ¿Búsqueda del bien común? De ninguna manera: mera ignorancia a sabiendas. Retorcida inversión de la realidad, con fines demagógicos. Según este razonamiento de García Linera, ¡tenemos demasiados árboles! ¡Tenemos demasiado oxígeno y poco dióxido de carbono! ¡Quememos nuestros árboles en nombre del bienestar! Nadie puede impedírnoslo. En el mismo instante en que se pronunciaba ese discurso a comienzos de agosto, la Chiquitania ardía varios días ya… pero pocos, y mucho menos el Gobierno, le daban importancia.

Si bien se disfraza de búsqueda del bienestar social, esta ignorancia culposa ante los efectos de la quema de bosques y la deforestación inmisericorde, se basa en una sola cosa: la inmensa codicia humana. Esta codicia tiene tintes de capitalismo depredador, inmediatista y de máximo lucro económico: los “recursos naturales” son solo eso, recursos para que ciertos seres humanos se hagan ricos con ellos. No importa si son rancios agroindustriales o si son campesinos cocaleros: la selva tiene para todos, se entrega si se la inmola a nombre del muy fingido “crecimiento económico”.

¿Y por qué esta codicia se autoriza y santifica con tanta facilidad? Porque tiene la venia del poder. Una historia muy maniqueísta de Bolivia siempre nos ha repetido que los españoles llegaron aquí para saquear nuestras riquezas, guiados por su infinita sed de oro. Aunque sabemos que esto no es más que una caricatura de los complejos procesos históricos, esta caricatura se ha usado para crear la oposición españoles/europeos/occidentales depredadores versus pueblos indígenas respetuosos de la “Madre” Tierra…

Pero, ¿qué hacemos cuando una parte de los llamados indígenas, en realidad una parte bastante mestiza de esta población, no tanto biológicamente, sino en la mentalidad, busca de manera frenética, el enriquecimiento a través de la rapiña y el despojo de la naturaleza? ¿Y qué hacemos si un gobierno, en busca de clientelas electorales fáciles, les permite a través de leyes y decretos depredar los frágiles ecosistemas? Y no solo a ellos: también a las elites señoriales de Santa Cruz y el Beni, para ganar terrenos para la ganadería y los monocultivos transgénicos, allá donde los indígenas amazónicos y los “pobres” animales vivían sin generar lucro, ni riqueza, ni grandes capitales, ni automóviles de lujo, ni ostentaciones de nuevos ricos. Solo vivían, tontamente aferrados a su papel de seres vivientes, equilibradores de los sistemas naturales de la vida sobre la Tierra.  ¡Tontos animales, tontos árboles, tontos indígenas! ¡No saben que deben inmolarse para el bienestar de cocaleros, ganaderos y agroindustriales! Ni plantas ni animales votan…ni importan para los detentadores del poder de la codicia y la ignorancia.

Tiene razón Proctor: en el mundo actual, a los poderes políticos y económicos les conviene sembrar la ignorancia, producir socialmente la ignorancia, para que de esa manera no vean amenazados sus privilegios, o favorezcan otros. Poco importa que estos productores de la ignorancia apoyen a los WHASP, blancos anglosajones protestantes, o a los garimpeiros brasileños, o fomenten a los MBMD, mestizos bolivianos de mentalidad depredadora. No importa que sean pobres o sean ricos. El inmenso mar verde del Amazonas no es más que la señal de su angurria.

Y cuando tienen poder o se alían con el poder, o se sienten autorizados por el poder, llámense Trump, Bolsonaro o Morales, no se detendrán hasta haber quemado la última brizna de pasto que se interponga en su afán destructor de fácil enriquecimiento. Aunque para eso haya que declarar sandeces y paparruchadas; aunque para eso haya que comprar voluntades; aunque para eso haya que propagar falsedades; aunque para eso haya que hacer pasar por “dignidad”, “verdad y honestidad” la simple ignorancia interesada.

¡Ya basta de tanto fósforo humano en Cochabamba!

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2 Comentarios

  1. Comparto plenamente desde Houston, sede de la oil world . Plutocracy. Gracias

    1. Saludos Ignacio.

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