Por el Dr. Perry Wilson para Medscape
Un músico de 56 años presenta dolor abdominal difuso, calambres e ictericia. En su historia clínica destacan años de molestias abdominales difusas, caracterizadas por episodios de diarrea incapacitante.
Además de la ictericia esta enfermedad aguda se acompañaba de fiebre, así como de edema difuso y ascitis. El paciente fue sometido a varias paracentesis abdominales para drenar el exceso de líquido. Un médico en consulta le administró alcohol para aliviar el dolor, con escasos resultados.
El paciente sucumbió a su enfermedad. La necropsia mostró lesiones hepáticas difusas, así como necrosis papilar de los riñones. En particular, se observó que los nervios del conducto auditivo estaban engrosados, junto con la parte ósea del cráneo, lo que concordaba con la enfermedad ósea de Paget y explicaba, potencialmente, por qué el talentoso músico quedó sordo a una edad tan temprana.[1]
Una nota interesante sobre los antecedentes sociales: al parecer el paciente había desarrollado ciertos sentimientos por la sobrina del médico que le recetó alcohol. Se llamaba Therese, tal vez Elise, por error y se cree que escribió esta canción para ella.
Esta semana desentrañamos el curioso caso de Ludwig Van Beethoven gracias a modernas técnicas de extracción de ADN, estudios de asociación de todo el genoma y ocho mechones de cabello.
Hablamos de este artículo publicado en Current Biology por Tristan Begg y sus colaboradores, que nos permite echar un vistazo al genoma del que según algunos, es el mayor compositor del mundo.[2]
La capacidad de extraer ADN de especímenes antiguos ha transformado los campos de la antropología, la arqueología y la historia y ahora quizá también, de la musicología.
Los investigadores identificaron ocho mechones de cabello en colecciones privadas y públicas, todos atribuidos al maestro.
Cuatro de las muestras tenían una cadena de custodia intacta desde el momento en que se cortó el cabello. La secuenciación del ADN de estos cuatro mechones y de uno más de los ocho procedía del mismo individuo, un hombre de ascendencia europea.
Los tres mechones con menos documentación procedían de otros tres individuos no relacionados. Curiosamente el análisis de una de esas muestras ─el llamado mechón de Hiller─ había mostrado altos niveles de plomo, lo que llevó a los historiadores a conjeturar que el envenenamiento por plomo podría explicar algunos síntomas de Beethoven.
El análisis del ADN de ese cabello revela que procede de una mujer probablemente de ascendencia norteafricana, de Oriente Medio o judía. Ya no podemos suponer que el plumbismo estuviera implicado en el fallecimiento de Beethoven. La ascendencia de Beethoven resulta ser menos exótica y se corresponde bastante bien con las poblaciones étnicas alemanas actuales.
De hecho, hay personas con el apellido Van Beethoven vivas en este momento, principalmente en Bélgica y los registros genealógicos indican que comparten un antepasado común con el virtuoso compositor, un hombre llamado Aert Van Beethoven.
Pero el ADN revela un escándalo.
El cromosoma Y que heredó Beethoven no era el de Aert Van Beethoven. Ya se han planteado cuestiones sobre la paternidad de Beethoven, pero estas pruebas indican claramente un caso de paternidad extramatrimonial, al menos en las generaciones anteriores a su nacimiento. Así es: Beethoven puede no haber sido Beethoven.
Con la certeza de que cinco mechones proceden del propio Beethoven, los autores podrían utilizar el análisis de ADN para tratar de explicar tres importantes problemas de salud que padeció en el curso de su vida y su deceso: su sordera, sus terribles problemas digestivos y su insuficiencia hepática.
Empecemos por los resultados más decepcionantes, las explicaciones de su sordera. No se encontró ninguna causa genética, aunque los autores señalan que tienen poco que hacer en relación con el riesgo genético de otosclerosis, a la que a menudo se ha atribuido la pérdida de audición. Por supuesto, el envenenamiento por plomo es posible en este caso, aunque este informe se centra solo en la genética, no hubo pruebas para el plomo, y el mechón que fue fuertemente positivo al plomo en estudios anteriores es casi seguro que no es auténtico.
¿Y sus problemas digestivos de toda la vida? Algunos han sugerido la celiaquía o la intolerancia a la lactosa como explicaciones. El análisis genético, que no muestra alelos de riesgo para la celiaquía y la presencia del gen de persistencia de la lactasa, que confiere la capacidad de metabolizar la lactosa durante toda la vida, permite descartarlas. El síndrome del intestino irritable es más difícil de evaluar genéticamente, pero si sirve de algo, obtuvo una puntuación bastante baja en una puntuación de riesgo poligénico de la enfermedad, sólo en el centil 9 de riesgo. Probablemente deberíamos buscar en otra parte para explicar el malestar digestivo.
La información genética dio muchos más frutos en lo que respecta a su enfermedad hepática. Recordemos que la necropsia de Beethoven mostró cirrosis. Su puntuación de riesgo poligénico de cirrosis hepática le sitúa en el percentil 96 de riesgo. También era heterocigoto para dos variantes que pueden causar hemocromatosis hereditaria. El riesgo de cirrosis en quienes presentan estas variantes aumenta con el consumo de alcohol. Y los relatos históricos dejan bastante claro que Beethoven consumía más de la cuenta.
Pero no solo había ADN de Beethoven en estos folículos pilosos. El análisis de un folículo de una etapa posterior de su vida reveló la presencia inequívoca del virus de la hepatitis B. Esta enfermedad, endémica en Europa en aquella época, era una causa común de insuficiencia hepática y es probable que contribuyera, si no causara directamente, la muerte de Beethoven.
Es difícil leer estos resultados y no maravillarse ante el hecho de que dos siglos después de su fallecimiento, nuestra fascinación por Beethoven nos haya llevado a indagar en todos los rincones de su vida: sus cartas, sus escritos, su historial médico y ahora en su propio ADN. ¿Qué buscamos en realidad? ¿Es relevante para nosotros hoy en día la causa de su sordera? ¿Sus problemas estomacales? ¿Incluso su muerte? ¿Ayudará a algún paciente en el futuro? Propongo que lo que en realidad tratamos de comprender es algo inefable: un genio de magnitudes que rara vez se ven en una o muchas vidas. Y nuestras herramientas científicas, por muy afiladas que se hayan vuelto, siguen siendo demasiado romas para sondear las profundidades de esa trascendencia.
En cualquier caso, amigos, basta ya de estos sonidos. Cantemos canciones más llenas de alegría.
El Dr. F. Perry Wilson, M. S. C. E., es profesor asociado de medicina y director del Acelerador de Investigación Clínica y Traslacional de Yale. Su trabajo de comunicación científica puede encontrarse en el Huffington Post, en NPR y aquí en Medscape. Tuitea en @fperrywilson y su nuevo libro, How Medicine Works and When It Doesn't, ya está disponible.
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