Texto Amparo Canedo Guzmán y videos Valeria Vega, Guardiana (Bolivia)
A pesar de los 61 años transcurridos en Bolivia desde que se conoció el primer caso de fiebre hemorrágica en 1958, aún existen vacíos informativos al respecto y nombres de personas que lucharon contra ese mal que quedaron en el olvido. Incluso la Organización Panamericana de la Salud maneja el dato de 1959 como año en el que apareció el primer caso cuando personas que trabajaron con los pacientes en San Joaquín, tal el caso de la enfermera Corina Ojopi de Roca, tenían registrado el nombre del primer paciente en el año 1958.
Uno de los médicos que investigó este mal en el país es el cirujano urólogo Orlando Canedo Saavedra, quien publicó el año 2001 el libro “La historia de la fiebre hemorrágica en Bolivia” (editorial Los Amigos del Libro). Lo hizo después de años de investigación y de darle vueltas al asunto a raíz del pánico que vivió en 1971 como médico del Hospital Seton, cuando parte del personal fue declarado en cuarentena debido a la muerte de la exestudiante de enfermería Carmen Montejo de 20 años, quien había sido internada en ese centro médico con un cuadro febril el 18 de enero de 1971. Después de su muerte, la persona que se había hecho cargo personalmente de su cuidado y que había sido su instructora, Mirna Salinas, también perdió la vida.
En los últimos días se ha vuelto a revivir el tema de la fiebre hemorrágica a raíz de la muerte de dos personas y el contagio de dos médicos y dos mujeres en La Paz. Supuestamente han contraído uno de los 19 virus de la familia arenavirus, a la que pertenecen el virus boliviano Machupo (el mismo que mató en San Joaquín y en el Hospital Seton de Cochabamba), pero también el Junín, que apareció en Argentina. Lo único que se sabe hasta el momento, según el Gobierno, es que el virus pertenece a la familia arenavirus, pero no cuál de ellos es. El foco de atención médica estaría centrado, para empezar, en la población de Caranavi, en los Yungas de La Paz.
Hasta ese lugar llegó La Razón para conocer la vivienda del primer caso producido en esa localidad, llamado cero. Ese periódico contó que Macario Gironda de 65 años fue sacado en carretilla y por un sendero de su casa en la comunidad de Carrasco, ubicada en Caranavi. "La fiebre alta asustó a su familia y a los vecinos. Él falleció el 12 de mayo y fue el paciente cero de un arenavirus aún desconocido". En el lugar, la periodista vio una casa de adobe con dos plantas, más un ambiente de madera ubicado al lado. Escombros, ollas, baldes viejos, bolsas y utensilios sucios se observaron en el predio.
No hay que olvidar que los ratones portadores de este tipo de virus suelen invadir las casas en busca de comida o agua o escapando de inundaciones y sequías. Allá, orinan y defecan sobre los alimentos, contaminándolos. Por ello, dio buen resultado en el pasado elevar a cierta altura la comida porque el ratón Calomys Callosus no puede trepar paredes. También ayudó criar gatos, pero no llevarlos grandes porque escaparon de las casas.
Hace 48 años, la paciente que originó la cuarentena en el Hospital Seton en 1971 había sido trasladada hasta ese centro médico de Cochabamba desde el Beni, pero 12 días después de contraer el mal, con fiebre, dolor en la cabeza y todo el cuerpo, náuseas y vómitos, y una temperatura elevada de 40 grados. La lengua la tenía seca y de color café, además de conjuntivitis en los ojos. Este cuadro dio lugar a que inicialmente le diagnosticaran gastroenteritis severa y tifoidea. Pero en los exámenes de laboratorio había información no acorde del todo con el tratamiento. No mejoró. Hubo junta médica y, al final, el caso se complicó con una bronconeumonía y una insuficiencia respiratoria aguda. Veintiocho días después de haber contraído la enfermedad, Montejo falleció. Esa fue la primera cruz en el Hospital Seton, pero no en la historia de la fiebre hemorrágica en Bolivia.
LA PRIMERA CRUZ DE UNA LARGA HISTORIA
La primera cruz en Bolivia fue la de Elías Vaca A. en la comunidad beniana de Yutiole. Quien registró esa información en su momento y la volvió a compartir en un informe enviado el 18 de agosto de 1993 al doctor Orlando Canedo fue Corina Ojopi de Roca, quien entre 1955 y 1972 fue enfermera del hospital de San Joaquín y durante años, la encargada de los pacientes porque no había ni médico, el que llegó cuando la epidemia ya se había desatado.
En dicho informe de página y media tamaño oficio, ella le cuenta a Canedo lo siguiente:
“El año 1958 hizo su aparición el primer caso de fiebre hemorrágica boliviana en la comunidad Utiole en la persona del señor Elías Vaca A., propietario de esta comunidad. Pero en esa oportunidad no se conocía esta enfermedad y por sus síntomas se pensaba en un paratifus. Después apareció el segundo caso del mismo lugar en una señora también de mediana edad. Ambos casos fueron fatales. El año 1959, en otra instancia denominada Yuatre aparecieron otros siete casos de la sanguinolenta hemorragia nasal, encías sangrantes y en algunos pacientes, hemorragia interna. De estos fallecieron tres y cuatro vencieron la enfermedad. Pero nuevamente en Yutiole se presentaron otros nuevos casos en dos familias, también sumaron a siete, falleciendo cuatro y tres resultaron convalecientes.
En 1960 siguieron apareciendo casos en otra estancia llamada Las Moscas. Los primeros en contraer la enfermedad entonces fueron el propietario de la estancia, el señor José Añez Gómez, y su ayudante, don Ricardo Montero, ambos de avanzada edad. Estos lograron salvarse porque se fueron a Trinidad en busca de atención médica, allí fueron atendidos. Pero el diagnóstico seguía siendo el mismo. Pasado un tiempo, no más de 30 días, continuaron los casos tanto en esa estancia como en otra llamada Providencia.
Como en esa época todos los pacientes eran atendidos por mi persona en el hospital de nuestra localidad, puesto que yo tenía bastante conocimiento en la medicina por la práctica, los trataba con cloromicetina oral, Peristón N de 100cc y de 500cc. Con esto les quitaba las convulsiones y temblores a los pacientes. La cloromicetina la usaba para evitar la infección porque tenían diarrea de sangre. Usaba vitamina C, bastante. Este fue todo el tratamiento que hice de lo que estaba a mi alcance.
En San Joaquín no hubo médico hasta el año 1963 (otras fuentes indican 1959), que fue cuando destinaron al doctor Carlos Rioja como Director del Hospital y le colaboraron como personal de enfermería Corina Ojopi de Roca, Elisenda Choquere, Jovita Martínez R. Lair Mejía D., Aura Vargas S.
El reverendo padre Ferdinan Bendoraitis, médico que se constituyó desde el Brasil donde él radica, llegó con una comisión médica de ese mismo país más un motor con un stock de medicamentos. Fue muy bien recibido por el pueblo y permaneció aquí durante 30 días. Luego llegaron los científicos americanos y bolivianos, los cuales llegaron con dos enfermeras desde la ciudad de La Paz, Rufina Viruez y Carmen Vidal, enfermeras que también lucharon junto con los que trabajaban en el laboratorio: Silverio Barba C, Edmundo Perrogón O, Frida de Barba, Rubén Vilchez V., Alejandro Soleto y Jesús Einar, cuatro de ellos fueron trasladados al laboratorio de MARU de Panamá para trabajar allí. Jesús Einar Dorado falleció en Panamá a consecuencia de la mordida de un roedor. Con el tiempo fue descubierto el virus o cepa Machupo por uno de los técnicos laboratoristas: Gustavo Justine de Puerto Rico”.
LAS OTRAS CRUCES EN SAN JOAQUÍN
Aparte de Corina Ojopi, otra persona que vio la muerte cara a cara fue el médico Carlos Rioja, quien llegó, como ella informó, para ocupar el puesto de Director del Hospital de San Joaquín. Y su experiencia quedó plasmada en un diario, en el que contó que al arribar al pueblo preguntó a Ojopi: “Dígame la verdad. ¿Está fea la cosa”. Ella le respondió: “Feísima, aquí se muere la gente como perro y si usted habla, zas…lo acusan de comunista. A mí no me botan porque nadie quiere venir a reemplazarme y ya va a ver usted cómo le va a costar que le paguen”.
La impotencia que sintió Carlos Rioja frente a la enfermedad para la que no estaba preparado quedó retratada en ese diario: “Al llegar a la pieza tres un gemido convulsivo me arañó el alma. Allí vi a un hombre de ropas humildes abrazando el cuerpo de un niño de unos 10 años, de cuya amoratada naricita salían delgados hilos de sangre. Ausculté cuidadosamente el corazón del pequeño, ya había dejado de latir. No pude hablar. Tenía un nudo en la garganta y poniéndole la mano sobre el hombro le aconsejé paciencia. “¿Hasta cuándo paciencia doctor? Es el tercero que se me va y este, aunque era el más flaquito, ya me ayudaba en el chaco”.
El virus causante de la fiebre hemorrágica boliviana fue descubierto en 1963 por un grupo de estadounidenses del Middle American Research Unit (MARU), que llegó a Bolivia a pedido del Gobierno boliviano de entonces. No fue fácil. Tuvieron que investigar mucho, animal por animal, desde insectos y ácaros hasta murciélagos, hasta que dieron con un roedor medio café y con callos en las patas que evitan que pueda trepar por las paredes. Es el Calomys Callosus, reservorio del virus al que bautizaron con el nombre de un río que pasa cerca de San Joaquín: Machupo.
Entonces ya se vio que existían varias formas de contagio; aunque la más frecuente es a través de la orina o defecación del ratón sobre alimentos o el contagio de persona a persona mediante la sangre u otros fluidos como la saliva, además de la mordedura directa de un ratón contagiado como ocurrió con Weimar Dorado ( Jesús Einar Dorado, según Ojopi), el habitante de San Joaquín que durante la epidemia fue enviado a Panamá para que aprendiera técnicas de laboratorio y terminó muriendo después de ser mordido por un Calomys Callosus.
CASO HOSPITAL SETON
Cuando ocurrió el brote intrahospitalario en el Hospital Seton de la ciudad de Cochabamba en 1971, la contaminación más clara que conoció el personal médico fue la del doctor Donato Aguilar, quien realizó la autopsia de la instructora de enfermería Mirna Salinas junto con el médico Orlando Canedo y un residente. "El contacto de su rostro recién afeitado –dice Canedo– con materia fecal proveniente del intestino grueso de la difunta, fue la causa determinante”.
A pesar de que ese brote intrahospitalario fue más fácil de manejar al conocer quiénes atendieron a la contagiada procedente del Beni, fallecieron Carmen Mostajo, Mirna Salinas, el patólogo Donato Aguilar y se cree que la tía de Mostajo, llamada Justa, también murió, pero en el hospital Viedma, después de haber visitado a su sobrina y limpiado con su pañuelo las secreciones con sangre. El 25 de febrero de 1971, Los Tiempos tituló: "Presunta fiebre hemorrágica cobró su tercera víctima", al referirse a esa mujer de la que dijo que no se conocía el nombre.
“Existe –dice Canedo– también la posibilidad de contaminación por el aire y el mecanismo de fluger sería el responsable. No está del todo claro, pero existe evidencia experimental de contagio entre dos calomys que compartieron una misma jaula, pero separados por una especie de tabique. Al respecto, el doctor Peters manifestó que esta sería la única explicación para la contaminación de una enfermera auxiliar o alumna de la escuela que dio positivo sin haber estado en contacto con la paciente Carmen Montejo”.
Fueron días de pánico los que recuerda Canedo, hoy jubilado como cirujano urólogo. En enero de 1971 había ingresado al hospital la joven de 20 años infectada y el 10 de marzo, Los Tiempos abría el periódico con el título: "Fiebre hemorrágica en Cochabamba. Fueron días en que incluso hicieron morir a Canedo por la radio. Días en los que pensó que no sobreviviría y empezó a marcar, uno a uno, los que seguía vivo sin que aparecieran los primeros síntomas (ver video).
LA ACCIÓN POLÍTICA
“Voy a decir la verdad y nada más que la verdad”, dijo en 1971 el director de la Unidad Sanitaria de Cochabamba, doctor Rubén Gonzales, a los medios de información sobre el brote intrahospitalario en el Hospital Seton. Eran tiempos de dictadura. Luego aseguró que hubo alarma injustificada y pidió a la prensa rechazar cualquier noticia que no provenga de fuente oficial.
El 12 de marzo, el entonces prefecto Gustavo Sánchez apareció en una foto "festejando una broma con el doctor Orlando Canedo, durante una visita de la autoridad al Hospital Seton, donde se encuentra internado el segundo. Inicialmente circularon versiones falsas e infundadas en sentido de que dicho profesional había contraído la presunta fiebre hemorrágica. Comprobada la falsedad de la alarma se explicó por varios medios de difusión colectiva que la internación del doctor Canedo fue dispuesta para el tratamiento de una lesión sufrida en un accidente. El estado de salud del médico, víctima de irresponsable publicidad, es óptimo, como certifica su amplia sonrisa". Cuando Canedo recuerda esa publicación donde efectivamente se le ve sonriendo, cuenta que dicho Prefecto se puso muy nervioso a la hora de tocarle el hombro para la foto.
Lo cierto es que desde que se presentaron los primeros casos de fiebre hemorrágica en Bolivia, los gobiernos de turno trataron de ocultarlos o, por lo menos, minimizarlos, además de politizarlos.
El doctor Carlos Rioja cuenta en su diario algunos pasajes al respecto. “Casi al mismo tiempo llegó de La Paz el doctor Tórrez, del Departamento de Enfermedades Infectocontagiosas del Ministerio de Salud, quien inmediatamente solicitó hablar conmigo y lo hizo levantando la voz para que todos lo pudieran escuchar. ‘He visto –dijo- a esos brasileños tomando muestras de sangre en las salas del hospital. Debe usted poner coto de inmediato, ya que están interfiriendo en la labor de los médicos norteamericanos que, por resolución el Gobierno, se han hecho cargo de la epidemia y pueden causar susceptibilidades”.
Acto seguido, a Tórrez la población quiso colgarlo en la plaza después de que las paredes de San Joaquín amanecieran empapeladas con carteles que decían: “Abajo el colla embotado, a la horca el colla de mierda, bienvenidos brasileños, quédense doctores del Brasil”. El médico Rioja tuvo que intervenir para escoltar a Tórrez y dejarlo bajo protección militar.
A 61 años de ese primer día...
Como se vio, en 1958 se reportó el primer caso de fiebre hemorrágica en Bolivia. El mismo año, los científicos aislaban en Argentina a un virus que también había hecho de las suyas en parte de ese país en la década del 50 y lo bautizaban con el nombre de Junín, identificación que en el caso boliviano se produjo en 1963 con el virus Machupo. Sin embargo, hace 12 años el vecino país ya tiene incluida la vacuna Candid #1 en su calendario de vacunación para luchar contra el virus Junín con un 95 por ciento de eficacia, mientras Bolivia no cuenta con una vacuna contra el virus Machupo.
Se sabe que si bien los síntomas de quienes enferman por el virus Machupo boliviano y el Junín argentino son similares, no se ha podido usar la sangre de quienes sobrevivieron al mal de uno de los virus para aplicarla a enfermos que contrajeron el otro virus, según la explicación del médico Orlando Canedo. También se sabe que erradicar totalmente este tipo de mal no es posible, solo se puede tenerlo bajo control y el Gobierno boliviano a través de la ministra de Salud, Gabriela Montaño, asegura que así es, está bajo control; aunque, al mismo tiempo, también se sabe que las brigadas desplazadas en Caranavi para buscar al portador, el ratón, no han encontrado hasta el momento a ninguno infestado y el Hospital Obrero, donde murió el 10 de julio el médico gastroenterólogo Gustavo Vidales con arenavirus (la tercera víctima en este caso), no fue declarado hasta el momento de la muerte del galeno en cuarentena.
En el caso argentino, ellos avanzaron paso a paso. En 1965 ya contaban en la ciudad de Pergamino con un Centro de Estudios de la Fiebre Hemorrágica Argentina que tenía la tarea de diagnosticar y colaborar clínicamente a quienes padecían el mal. Este tipo de actividad sentó las bases de lo que luego sería un programa nacional pensado para el control del mal, no para la erradicación debido a las características de la enfermedad con un reservorio natural que no es humano.
Para ayudar a reducir el número de muertos a consecuencia de la fiebre hemorrágica, dicho programa implementó un sistema de notificación de los casos con diagnóstico clínico; generó datos epidemiológicos confiables; impulsó un sistema de diagnóstico clínico precoz para acceder al tratamiento temprano de los enfermos y realizó actividades continuas de educación para la salud, a fin de disminuir conductas de riesgo en la población y sostener un nivel de alerta médico que propicie el diagnóstico precoz e instaló bancos de sangre inmune en las cuatro provincias afectadas para la provisión del tratamiento específico.
En 1979 se inició en el vecino país el proyecto internacional “Desarrollo de una vacuna contra la fiebre hemorrágica argentina”, que terminó en 1983 con la obtención de lo que los científicos llaman una Semilla Maestra y Semilla de Trabajo de la cepa Candid #1 del virus Junín.
En marzo de 1980, la entonces Secretaría de Estado de Salud Pública de Argentina financió la construcción de instalaciones adecuadas para la producción de vacunas destinadas al uso en humanos. La infraestructura mínima de este nuevo edificio se construyó entre 1980 y 1983.
La vacuna Candid #1, que Argentina tiene incluida como parte de sus campañas oficiales desde 2007, es aplicada a personas entre los 15 y 65 años de edad en las zonas de riesgo. Se aplica una sola vez. La literatura médica indica que tiene una eficacia del 95 por ciento e incluso se habla del 95,5 por ciento.
Y la preocupación al respecto no fue solo del Gobierno y los científicos, sino incluso de la comunidad universitaria que orientó esfuerzos hacia el tema en trabajos de investigación como el de María Leonor Argañaraz, Natalia Costilla y Florencia Beatriz David, quienes evaluaron los resultados de la aplicación de la vacuna: “A los 15 días post vacunación ya se detectan anticuerpos en un porcentaje significativo de los vacunados, mientras que a los dos meses, más del 90 % han desarrollado respuesta inmune. Esta inmunidad específica podría mantenerse aparentemente de por vida, ya que se ha demostrado la persistencia de los anticuerpos hasta más de 15 años luego de la vacunación en el 90 % de los casos estudiados. Los estudios de persistencia de la respuesta inmune se continúan realizando en el INEVH. La vacuna tiene una eficacia de 95,5% en personas de 15 a 65 años de edad”.
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