En un ambiente distendido, las anécdotas y los recuerdos de la adolescencia y juventud afloran con fluidez y con naturalidad. De rato en rato, se entremezclan las sonrisas cómplices entre las dos y hasta una historia sobre sexo -que no contó a nadie- asoma en medio de los trozos de relato, de recuerdos y un poco de humor.
Teresa B. es una mujer de 74 años, de contextura media y hablar suave. Es la segunda de 12 hermanos. Fue maestra de primaria durante más de 30 años. Hace pocos años enviudó y, actualmente, vive con una de sus hijas y su nieta.
Una tarde, su mamá las reunió a ella y a su hermana mayor para hablarles sobre la menstruación. Teresa tenía 14 años y Martha, 15; ninguna había oído antes esa palabra. Con la curiosidad innata de las adolescentes, ambas escucharon atentas la explicación materna.
“Ya están jovencitas y pronto les vendrá su regla, un sangrado mensual; durante esos días van a utilizar unas franelitas (toallitas de algodón) que les voy a enseñar a coser y no se van a bañar de cuerpo entero, para que no se les corte o les duela más”.
Eso le dijo a Teresa su madre cuando ella tenía 14 años
Al poco tiempo, una mañana, Teresa despertó y notó que su sábana estaba manchada con sangre. De nada valió la explicación previa: “Me asusté muchísimo y sólo atiné a quedarme agachada llorando en un rinconcito de mi cuarto”.
Su mamá la tranquilizó, pero, al mismo tiempo, le dijo algo que le causó desconcierto; aunque no quiso ahondar sobre el tema: “A partir de hoy, ya eres una mujercita. Si vas a tener amiguitos no te vas a dejar tocar con nadie”. “No sabía qué era ser mujercita ni qué cosa me podían tocar. Estaba en la luna”, cuenta Teresa.
“Mis padres nunca nos hablaron sobre educación sexual. Antes eso era un tema tabú. Mi papá era muy estricto, casi no nos dejaban salir y cuando nos daba permiso, había que explicarle dónde íbamos a ir, con quién o quiénes y no podíamos incumplir el horario de vuelta a la casa”.
A pesar de que tenía dudas que buscaban respuestas, no se animaba a preguntarle a su mamá. “Cada vez que la veía esperando un bebé, me decía: ‘Ahí está tu hermanito, quizá me van a cortar para que nazca’; me ponía a llorar pensando que algo le podía pasar”.
Un día en el colegio, mientras estaba con algunas amigas, salió el tema de cómo se hacían y nacían los niños. Todavía recuerda la respuesta de una de ellas, Lola, quien les dijo con naturalidad y convencida de que tenía la respuesta que las otras buscaban: “La cigüeña trae a los bebés. El otro día fui al hospital para visitar a mi mamá y mi nuevo hermanito. En la habitación había una especie de ventana (tragaluz) en el techo; por ahí entró a dejarlo”.
Ante esa respuesta, Martha, otra de sus compañeras, les dijo: “¿Han visto alguna vez dos perros o dos patos, uno encima del otro?", a lo que Teresa exclamó: "¡Ay… no me digas que las personas también!". Recibió un sí como respuesta.
A los 18 años, tuvo su primer enamorado, Pepe, un joven que le dio su primer beso a los tres meses de salir juntos. Al principio Teresa pensó que con esa muestra física de afecto podía quedar embarazada; pero, luego él la tranquilizó y le prometió que nunca le faltaría el respeto. Después de tres años de enamoramiento, un mal entendido entre ambos generó su distanciamiento. Hoy, ella reconoce que se equivocó al alejarse y que realmente lo amaba.
A manera de distender un poco el momento, Teresa dice con voz pícara: “Te voy a contar una anécdota que nadie sabe. Después de terminar el colegio mi mejor amiga me invitó a viajar a La Paz. Mi papá apenas me dio permiso. Grande fue mi sorpresa al ver que al viaje se unió su enamorado. Durante una semana compartí habitación con ellos. No podía dormir. Me tapaba con la sábana y solo escuchaba ruidos extraños. Fue un poco traumático para mí. Al volver, me alejé de ella”.
Conoció a Guillermo S. en la Normal Católica cuando estudiaba para ser profesora de primaria. Al principio, fue confidente de su desengaño amoroso con Pepe. Con el tiempo, la amistad dio paso al amor y, dos años después, contrajo matrimonio con su mejor amigo.
El día de su boda, su mamá no le dijo nada sobre su primera noche, pero no faltó una amiga, que, entre sonrisas y miradas pícaras, le dijo: “Vas a ver, en la noche, te va a pelar (desnudar)”, a lo que ella respondió: “¿Qué cosa?, nooo, yo me desmayo, ni loca me dejo”.
"Ay, hija", me dice Teresa. "Cada vez que me acuerdo de mi noche de bodas me da risa y nostalgia. Mi cuñado llevó un colchón a la casa de campo que tenían en Catachilla (Sacaba). Después de arreglar el dormitorio, nos dejaron solos. Lo primero que hice fue apagar la vela, para no verlo ni que me vea (risas). Hemos estado una semana a puro amor”.
La hora pasó rápidamente y era momento de concluir la entrevista, pero Teresa quería seguir recordando esos años tan lejanos. Le prometí volver otra tarde para continuar la charla.
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