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Hace días murió Maradona. La noticia fue mundial y desde ese día las redes se ven inundadas de información relativa al jugador de fútbol. Mayormente, solo tienen favorable acogida mensajes de congoja, pesar, homenajes en canchas, etc. Las hijas se han mostrado rotas de dolor; otro de sus hijos se ha rasgado las vestiduras por no poder asistir al entierro; sus ex mujeres han querido estar todas en el velorio y una ha ido a los medios a mostrar su enojo por no haber estado entre las “viudas”.

Los poetas cantaron sus loores a Maradona, entre ellos Benedetti. El año 2017, en su libro póstumo “Cerrado por fútbol”, Galeano escribió: "… fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable”. Y, por todo ello, parece, adorable por las multitudes.

Algunas voces intentaron tímidamente recordar justamente eso, que era maltratador de mujeres, negador de hijos, amigo de regímenes autoritarios, adicto a drogas y alcohol, etc. Pero, pronto esas voces fueron silenciadas y sus autores lapidados simbólicamente. Laura Pausini se “atrevió” a criticar a Maradona llamándolo “hombre poco apreciable” y pronto, ante la avalancha de críticas e insultos, aterrada borró su mensaje, pero ya hubo captura de pantalla. Tal vez pierda miles de seguidores y sus conciertos sean cancelados en lo futuro. Otra joven, una futbolista española, Paula Dapena, rechazó ser parte del homenaje que hacía su equipo en memoria de Maradona y eligió sentarse dando la espalda. Pues, ya ha sido amenazada de muerte en las redes y probablemente su futuro como futbolista esté seriamente comprometido a falta de auspiciadores que no querrán que su marca sea asociada a ese “irrespeto”.

Pero, se esperaba que los homenajes no solo procedan del campo específico del fútbol, sino de todos los deportes (veamos si luego los futbolistas rinden en el futuro un minuto de silencio ante todo otro deportista glorioso que muera, un Usain Botl, un Michael Phelps, una Serena Williams). Sucede que los jugadores de la selección de rugby de Nueva Zelanda, en ese estruendoso ritual que tienen, homenajearon a Maradona ¡y no lo hicieron Los Pumas!, no debidamente a juicio de los fanáticos dolientes, pues solo se colocaron un cinta negra, insuficiente, a juicio de muchos. El capitán de Los Pumas salió a disculparse farfullando: “Los hemos decepcionado. Perdón”. Nada de perdón. Buscaron antiguos mensajes racistas y ofensivos de cuando eran adolescentes y se les vino el mundo encima. Ya casi estaban fuera del equipo, cuando los directivos y técnicos de Los Pumas se dieron cuenta de que eran jugadores imprescindibles en ese momento y dieron vuelta atrás. Sin embargo, ya son odiados, aunque Pablo Matera, el capitán, haya dicho que “Diego Maradona es lo más grande que hay y es una persona que nos marcó a todos”. 

¿Por qué hay esa tendencia a exacerbar expresiones del dolor por la muerte de Maradona y a castigar cualquier asomo de crítica hacia Maradona? La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann habla del mecanismo de la espiral del silencio. Nos plantea que tenemos la tendencia a callar nuestras opiniones cuando nos percatamos de que no son mayoritarias. Incluso, señala que hay presión social sobre el disidente para que modifique su opinión. Pausini, Matera y muchos ya han retrocedido. De momento, Dapena se mantiene firme y dice que volvería a ponerse de espaldas.

Pelé, por su parte, ha escrito —no sé si sinceramente—una carta elogiosa en memoria de Maradona en la que dice: “Te amo.  Un día en el cielo jugaremos juntos en el mismo equipo”. Refieren que su publicación en Instagran tuvo cataratas de “me gusta”. Sensato Pelé, hiciste lo debido, dejando atrás que, en su día, Maradona te llamó “mandadero de Havelange” y te “acusó” de debutar sexualmente con “un pibe” de divisiones inferiores.

Dicen que en una pancarta se podía leer: “No me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con la mía”. Refieren que tuvo magia y que conmovió a millones de corazones; que trajo gozo, felicidad inenarrable. Piden disociar al que consideran al mejor jugador de todos los tiempos con el individuo que fue y que se murió. ¿Qué fue exactamente lo que proporcionó Maradona a sus seguidores? Descartando a su entorno familiar, social, a su círculo de amistades y de servicio personal, a quienes sin duda benefició económicamente, ¿qué obtuvieron los demás de Maradona? Emociones.

La emoción de la alegría es la única de valencia positiva. Todas las demás, la ira, la tristeza, el desprecio, son de valencia negativa. Además, socialmente, no es bien aceptado que exterioricemos nuestras emociones en público. No podemos lanzar carcajadas mientras caminamos en una calle, so pena de que se dude de nuestra salud mental, como de un Joker. No podemos llorar a lágrima viva ante desconocidos, todos se nos quedarían mirando.

En cambio, en un estadio abarrotado de fieles que profesan la misma fe, que es la adoración del fútbol, sentir ese torrente de alegría, ese desborde de gozo ante un gol, proporciona una sensación extremadamente agradable. Se libera la serotonina, que es casi como recibir una descarga eléctrica placentera. Y ese fenómeno es multitudinario. Puedes dar rienda suelta a tu alegría sin inhibiciones: brincar, saltar, levantar los brazos, retorcerte, hacerte un ovillo en el suelo, dar rienda suelta en grado máximo a todos los músculos de tu cara, llegar a abrazarte y besarte con el desconocido de a lado, que ha entrado en igual paroxismo. Sin duda, este estado emocional, magnificado porque se comparte con muchos otros congéneres, debe quedar en la memoria y sus efectos, aunque pasajeros, pueden perdurar mucho más tiempo que otro evento de alegría. Y esto se lo deben muchos a Maradona, aunque sea con un gol antirreglamentario con la mano, “fue cosa de Dios”. En medio de la aridez de la vida, de la monotonía, sentir semejante emoción seguramente es memorable de por vida. Para que nadie arruine el recuerdo de ese evento tan gratificante, por lo tanto, se pone en marcha la espiral del silencio, abundar en el talento futbolístico y silenciar lo demás.

Ahora que Maradona ha muerto, las emociones también salen a flor de piel. El enojo, la sorpresa y la tristeza son emociones compartidas entre muchos. Hubo enojo en las multitudes que no pudieron acercarse al féretro, hay enojo en contra de todo lo que sea una crítica. Hay tristeza por la añoranza de esos momentos gloriosos de alegría.

Murió Maradona y se llevó consigo esos momentos que alegraron a muchos. Cuando pase el fervor y sea posible descorrer un tanto la espiral del silencio, tal vez se pueda analizar no tanto al jugador, sino a la sociedad que hace de ese jugador el referente máximo de su vida, un referente que le es incuestionable.

Entre tanto, el jugador murió solo. Sus hijas (del matrimonio) no estaban con él, su viuda no es su viuda, sus otros hijos tampoco estuvieron con él, la casa donde murió no era su casa, sus allegados eran todos sus servidores contratados.

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