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A partir de la reflexión de Étienne de la Boétie, la desobediencia toma cuerpo en las formas en las que los sujetos resisten las imposiciones de una organización localizable espacial y temporalmente, pues esta se caracteriza por ser parte de un saber que traduce la época. Desobedecer es oponerse a ese saber y resistir es hacer ejercicio de la desobediencia mediante la materialidad que se afecta desde el saber. 

La desobediencia en su manifestación en la resistencia se antepone al ethos de una forma epocal de saber, vista en costumbres y formas de aleccionamiento. En consecuencia, se traduce en una forma epocal de resistencia del cuerpo.

La óptica de la historia permite ver que las mujeres sufrieron una forma particular de explotación sobre sus cuerpos en el pesar de los saberes epocales. El ejemplo histórico de la ejecución de brujas retrata esta escena de hostigamiento a los cuerpos de las mujeres.

Silvia Federici denuncia este hostigamiento en su obra Calibán y la bruja, en el intento “de destruir el control que las mujeres ejercían sobre su función reproductiva y que sirvió para allanar el camino al desarrollo de un régimen patriarcal más opresivo”.

Los saberes de la transición al capitalismo buscaban ajustar los cuerpos con la división sexual del trabajo que conminó a las mujeres al trabajo reproductivo, el género en las relaciones de clase.

Analizar la explotación a las mujeres desde la perspectiva que propone Federici permite calar más hondo en las formas de resistencia que surgieron para enfrentar el dominio capitalista y la imposición de saberes en esa época de transición que buscaba moldear los cuerpos a una forma de organización explotadora.

De esta transición epocal devino una particularidad de sujetos que se enfrentaban a “la categorización jerárquica de las facultades humanas y la identificación de las mujeres con una concepción degradada de la realidad corporal” cuyo propósito, a juicio de Federici, fue un instrumento histórico para consolidar el poder patriarcal y la explotación masculina del trabajo femenino.

Las formas de resistencia eran patentes. Había una dinámica social ágil que obligaba a sus sujetos a adaptarse. Al contrario de cómo se describe al feudalismo, no era un mundo estático que, arguye Federici, no aceptaba una dinámica social. Había cuestionamientos al orden social que se daba a los estamentos. Era un ámbito “de una lucha de clases implacable”.

La imposición de saberes sobre el cuerpo y su forma de producción implicó el disciplinamiento del cuerpo que se ve en la caza de brujas y la demonología que surgió en torno a las mujeres. Federici relata que la tortura y la muerte se colocaron al servicio de la vida, al servicio de la producción de fuerza de trabajo.

El cambio epocal trajo consigo una forma particular de saber basado en las promesas de alterar la organización social y económica. Dentro de este contexto de transición, el capitalismo debió justificar e incluso “mistificar” las contradicciones de las relaciones sociales a través de la promesa del liberalismo, prometió libertad en medio de la represión generalizada y también prometió prosperidad frente a la realidad de miseria, haciendo vilipendio del ser de los explotados: las mujeres, los súbditos en las colonias, los esclavos africanos e inmigrantes. 

El degradamiento de los sujetos supone el engaño en la ilusión de bienestar cuando el capitalismo le despoja y explota en cada espacio donde se supone que restituye sus libertades. De hecho, la posibilidad de reproducción del capitalismo depende del tejido de desigualdades que hiló entre los proletarios del mundo y la capacidad de expandir por el globo la explotación.

La subjetividad epocal del periodo de transición al capitalismo está marcada por la mutación de la explotación del proletariado campesino y urbano a una forma más opresiva de control y dominio sobre sus cuerpos mediante la imposición de un saber particular que involucraba la producción y reproducción de la materialidad corporal.

El capitalismo fue la respuesta de los señores feudales, los mercaderes patricios, los obispos y los papas a un conflicto social secular que había llegado a hacer temblar su poder y que realmente produjo «una gran sacudida mundial». El capitalismo fue la contrarrevolución que destruyó las posibilidades que habían emergido de la lucha anti-feudal —unas posibilidades que, de haberse realizado, nos habrían evitado la inmensa destrucción de vidas y de espacio natural que ha marcado el avance de las relaciones capitalistas en el mundo. Se debe poner énfasis en este aspecto, pues la creencia de que el capitalismo «evolucionó» a partir del feudalismo y de que representa una forma más elevada de vida social aún no se ha desvanecido.

Las luchas antifeudales fueron movimientos y manifestaciones de oposición al orden establecido que tomaron cauce en la resistencia al feudalismo y contribuyeron a la formación de modelos alternativos de vida.

Uno de los principios fundamentales de estas luchas antifeudales fue la búsqueda de relaciones más igualitarias que rechazaban la servidumbre, las relaciones de comercio y que transcendió en su rechazo al feudalismo para ser formas fuertes de transgresión social frente al orden capitalista que desplazaba al feudalismo. Estas luchas pregonaban que otro mundo era posible.

Según Pierres Dockes, citado por Federici, la autonomía de los siervos feudales mejoró sus condiciones de vida porque podían dedicar más tiempo a la reproducción y a negociar sus cargas de obligaciones en lugar de la autoridad ilimitada que se ejercía sobre ellos. Como apuntaba Marx, el poder feudal de la explotación del trabajo tuvo que asentarse en la base del uso de la fuerza.

El uso de la tierra y sus productos daba fuerza a los campesinos. Significaba que ejercían poder sobre su medio de producción: el acceso a la tierra les dio una “experiencia de autonomía” de la que se decantó su potencial ideológico y político. Fue parte de la autonomía que ganaron, que sintieron como suya la tierra que trabajaban y sintieron insostenibles las constricciones impuestas por la aristocracia a su libertad.

Para las mujeres, se establecía la dependencia de los hombres mediante la posesión de la persona y la propiedad sobre los aspectos de sus vidas en trabajo, matrimonio y conducta sexual.

Federici narra que al término del siglo XIV, los campesinos sublevados contra los terratenientes tenían escaramuzas constantes e incluso armadas. La fortaleza organizativa de los campesinos perduró durante toda la Edad Media.

Los campesinos o siervos buscaban preservar el trabajo y sus productos. Pugnaban por ampliar sus derechos jurídicos y económicos. La alianza de la aristocracia, señores feudales y el clero les impuso obligaciones, servicios laborales (la corvée), servicios militares, impuestos de los señores feudales. Pero, al hallar inefectivas esas medidas, pasaron al uso de la violencia y la fuerza para doblegar las actitudes insubordinadas. En consecuencia, la deserción y la insubordinación surgieron como formas políticas.

Las formas políticas se acompañaban de formas de resistencia que se destacan en “la desgana, disimulo, falsa docilidad, ignorancia fingida, deserción, hurtos, contrabando, rateo”, describe Federici. Fueron formas de resistencia en la vida cotidiana, que develan las relaciones de clase.

Para frenar estas formas de resistencia, los señores feudales trataban de imponer reglas y mandatos con el propósito de normar cada detalle de la vida de los campesinos.  En los relatos de las crónicas se llega al detalle absurdo en el que caían los señores en su afán de controlar la vida de los sujetos. No resulta, por tanto, inusual que se haya pretendido dar consistencia a las exigencias en tradiciones y, principalmente, en la escritura que se sabe normativiza en la imposición de su letra.

La invención de tradiciones fue importante en el intento de regularizar el contrato social medieval. Se inventaron e impusieron derechos y obligaciones reguladas por costumbres. Esta invención de tradiciones era motivo de enfrentamientos entre siervos y señores. La pugna se producía por la redifinición u olvido de los términos, hasta que se impuso la escritura de estos.

El saber que se impuso sobre los cuerpos arribó con la invención de tradiciones, acompañada de la imposición de nociones y definiciones sobre la vida y fundamentalmente sobre la sexualidad.

Aunque los señores feudales a veces otorgaron más libertades a los campesinos, como en la venta o compra de propiedades, el principal cambio vino con la resolución del conflicto entre siervos y señores en la sustitución de los servicios laborales por el pago en dinero.

Se “estableció una nueva relación contractual y con ella una nueva forma de servidumbre que permitió un medio de división social y contribuyó a la desintegración de la aldea feudal”, según Federici. Los campesinos más ricos encontraron independencia económica, pero los más pobres contrajeron deudas y perdieron sus tierras.

Así, el capitalismo carcomió las bases en las que se asentaban las relaciones contractuales del feudalismo, para replantear las formas de relacionamiento entre la organización social y económica con respecto a los sujetos. Las divisiones sociales se profundizaron y el campesinado se proletarizó.

Los movimientos heréticos

El proletariado sin tierra, empobrecido y condenado por la sociedad, sumado a las prostitutas, los curas relegados del sacerdocio, obreros rurales y urbanos, todos se unieron bajo el impulso o aspiración de un cambio total entre los llamados mileranistas y herejes.

La herejía fue un movimiento popular que dio expresión a la búsqueda de formas concretas de relaciones alternativas a las establecidas en el feudalismo. De igual manera, unificó a partes de los sujetos en el proletariado y su resistencia a la monetización de la economía.

Los movimientos herejes fueron un intento consciente de crear una sociedad nueva. Las principales sectas herejes tenían un programa social que reinterpretaba la tradición religiosa. Al mismo tiempo, estaban bien organizadas desde el punto de vista de su sostenimiento, la difusión de sus ideas e incluso su autodefensa. No fue casual que, a pesar de la persecución extrema que sufrieron, persistieran durante mucho tiempo y jugasen un papel fundamental en la lucha antifeudal (Federici).

Dan cuerpo a un largo catálogo: cátaros, valdenses, pobres de Lyon, espirituales, apostólicos, entre otros con presencia en Francia, Alemania, Italia, Flandes. 

Los movimientos herejes constituyeron fuertes movimientos de resistencia en la transición al capitalismo. Luchaban por la democratización de la vida social. Es evidente el parangón entre la herejía y la “teología de la liberación” para los proletarios del medioevo, con demandas de cambio espiritual y de justicia.

Entre el pueblo, la herejía se difundió en el planteamiento revolucionario de una sociedad nueva que buscaba redefinir el trabajo, la propiedad, la sexualidad y la situación de las mujeres. La herejía denunciaba las divisiones sociales, la propiedad privada y la acumulación de riquezas. Se mostró realmente en una emancipación de cariz universal.

La resistencia de los herejes se centraba en la lucha por recuperar el control del cuerpo y de la producción, fruto de su trabajo. Ideológicamente se enfrentaban a la entonces poderosa Iglesia. Ir en contra de ella suponía encarar a la institución que más promovía la explotación de los sujetos.

Este cuestionamiento de la ideología eclesial se oponía a la acumulación de riquezas y se centraba en la frugalidad y la producción para beneficiar a todos.

No sorprende que haya un planteamiento económico propio de parte de los movimientos herejes. El trabajo era cuestionado como fuente de castigo y displacer, al igual que la “acumulación originaria” en la que incurría el capitalismo en este periodo transicional del feudalismo. Vivir en pobreza o en la autosustentabilidad era una alternativa de vida frente al frenesí de producir más de los señores.

Federici nos provee el relato de los ideales de los herejes en la pobreza apostólica, el deseo de la simpleza de la vida comunal y el retorno a la iglesia primitiva, por ejemplificar. 

Cuenta Federici que “algunos, como los Pobres de Lyon y la Hermandad del Espíritu Libre, vivían de limosnas donadas. Otros se sustentaban a partir del trabajo manual. Otros experimentaron el ‘comunismo’, como los primeros taboritas en Bohemia, para quienes el establecimiento de la igualdad y la propiedad comunal eran tan importantes como la reforma religiosa”.

La defensa de la materialidad del trabajo se concebía en el uso de saberes propios que les permitían desarrollar formas de organización basadas en el igualitarismo. La mendicidad muestra la radicalidad de su discurso frente al trabajo. El cuestionamiento del trabajo y el sentido de la producción eran esenciales para la vida de los herejes, siendo la mendicidad voluntaria la forma más evidente de desprecio al fetiche de la moneda y del comercio, por ende, de las relaciones laborales.

Pero la resistencia de los movimientos herejes se vigoriza cuando adopta la defensa del cuerpo. Se trata de las doctrinas sexuales que tenían los herejes. Es, en concreto, la recuperación del gobierno del cuerpo a través de la desarticulación de la idea hegemónica de sexualidad.

Los herejes resistieron la supervisión sexual de la Iglesia contra la sodomía, el sexo placentero e, inclusive, la homosexualidad. El sexo se volvió cuestión de Estado y surgieron legislaciones represivas. Pero los herejes encontraron formas de contrarrestar este poder abusivo con el uso de controles de natalidad, la negación a tener hijos, cuestionando la necesidad de la procreación.

A algunos grupos herejes se les dio el apelativo de antinatalistas. Para las mujeres significó que podían tener control y autonomía sobre sus cuerpos, del que devino otras formas de poder como el de poder decidir cuándo tener o no relaciones sexuales con sus parejas. Las comprensiones herejes sobre la sexualidad otorgaban poder a las mujeres.

Estas narraciones sobre las resistencias de los herejes ilustran la diversidad de pensamiento respecto a la sexualidad y las alternativas que se generaban en los movimientos:

En cuanto a la actitud de los cátaros hacia la sexualidad, pareciera que mientras los «perfectos» se abstenían del coito, no se esperaba de los otros miembros la práctica de la abstinencia sexual. Algunos desdeñaban la importancia que la Iglesia le asignaba a la castidad, argumentando que implicaba una sobrevaloración del cuerpo.

Otros herejes atribuían un valor místico al acto sexual, tratándolo incluso como un sacramento (Christeria) y predicando que practicar sexo, en lugar de abstenerse, era la mejor forma de alcanzar un estado de inocencia. Así, irónicamente, los herejes eran perseguidos tanto por libertinos como por ser ascetas extremos (Federici).

Pero el capitalismo necesitaba mano de obra y para esto una población creciente y estable. En Europa se condenó la anticoncepción y se la consideró herejía, era castigada. Sucedió entonces la politización de la sexualidad, de acuerdo a Federici, que iba desde códigos sexuales y reproductivos hasta formas más profundas de control que permearon a varias clases sociales.

Bajo la amenaza de las doctrinas sexuales de los herejes, la Iglesia impuso un control disciplinario sobre la sexualidad y el matrimonio, que trascendía clases, pues iba “desde el Emperador hasta el más pobre campesino”.

Los movimientos herejes disponían de una idea amplia y abierta de que las decisiones sobre el cuerpo partían de una revalorización del cuerpo. El cuerpo abordado desde la sexualidad muestra una faceta política desde el momento en que la Iglesia y el Estado deciden hacer ejercer control sobre el cuerpo en la sacralización de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres, en la mistificación de la capacidad de dar vida, y al imponer al sexo un halo de vergüenza y pudor. 

Reflexión sobre las subjetividades políticas de los herejes en la transición al capitalismo

Los herejes dejaron los campos por el bosque y desertaron del ejército por una vida ambulante. La resistencia se vincula a la libertad alcanzada en la desobediencia. La Boétie lo tenía presente. La autoridad pierde su poder en cuanto se le niega el medio de su autoridad. El costo se mide, desde luego, en términos de lo que el sujeto concede a una pérdida. En bosques, lagos, fuera del poder de los señores, los herejes hicieron su hogar en la desobediencia.

Tocar la cuestión del cuerpo y del trabajo opacada en la explotación permite entender la vocación política de los movimientos herejes. Tal vocación se consolida en la resistencia a formas de poder que se reúnen en la opresión sobre un discurso de la sexualidad y la producción de bienes (alimentos y capital).

La herejía condice con una forma de lucha que, a criterio epocal, es singular en tanto fue ocultada por la fuerza universalizante del capitalismo. El dominio sobre el cuerpo y el alimento en el feudalismo era más gentil hasta la llegada del capitalismo, y se opuso a las nuevas maneras de controlar la sexualidad y la procreación.

No hubo un desarrollo evolutivo del feudalismo al capitalismo. Los saberes del capitalismo cambiaron las relaciones establecidas en el feudalismo. Nacieron del cambio nuevos sujetos que enfrentaron las nuevas disposiciones sociales: claves para el entender los cambios en el sexo y la producción que cayeron con más brutalidad sobre las mujeres.

Los herejes articularon su lucha en la resistencia al control del sexo y de la producción, frente a la transición caracterizada por el despojo y la pérdida. Existe una resistencia, pero también un sentido dominante que se busca subvertir, es aquel de romper los saberes impuestos en la costumbre y la tradición. Esta, si se permite llamarla así, revolución sexual vincula al cuerpo (en el sexo y su discurso cambiante), con una forma específica de resistencia a la explotación de los cuerpos (en el capital y la desposesión de sus productos), que sucede en la transición al capitalismo.

La reproducción de relaciones de explotación y la acumulación de capital son los enemigos que trascienden de una época. El feudalismo tuvo sus propias formas de explotación.

En la transición al capitalismo se cambiaron las reglas del feudalismo para intensificar la explotación, lo que convino con la anulación de las formas de alternativas de vida y sus expresiones de resistencia en los movimientos herejes. Los movimientos herejes fueron los primeros en intentar contrarrestar esta entrada del capitalismo y más aún pusieron las bases de un movimiento de resistencia.  

Los herejes fueron un movimiento de resistencia, la presencia de una alternativa ante el desarrollo capitalista.  El capitalismo buscó reducir a los cuerpos a máquinas de producción y reproducción; pero encontró resistencia en los herejes, quienes no son simplemente protoanarquistas o comunistas, sino luchadores de una propia visión de mundo igualitaria donde las mujeres tenían poder y autonomía, y las relaciones con el mundo se pensaban en el principio de libertad e igualdad.

  • Sergio Burgoa es cientista político, consultor de IDEA Internacional y de la Coordinadora de la Mujer.

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