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¿Qué pasa ahora en Bolivia? ¿Cuál es el estado de ánimo de los nuevos establecidos, es decir, los que al ganar las últimas elecciones, sienten que son superiores, que son los únicos que merecen tener el poder y el control del Estado?

He tratado de responder a estas y otras interrogantes en un artículo reciente, presentado al XVIII Simposio Internacional Procesos Civilizadores 2020, organizado en Colombia por la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de la Alcaldía Mayor de Bogotá D. C, gracias al trabajo fundamental de David Sierra y Diego Barragán, además de contar con el apoyo de la Norbert Elias Fundation y la Universidad del Rosario. A todos ellos envío mis más sentidos agradecimientos por haber llevado adelante un magnífico simposio, y por permitirme participar en él.

Lo que sigue es una versión libre de un fragmento de mi ponencia: “La violencia política en Bolivia, 2019-2020: un indicador del proceso de civilización boliviano”, ensayo elaborado a partir de las esclarecedoras nociones eliasianas de la relación entre establecidos y marginados, y del proceso de civilización.

Lo que está ocurriendo en Bolivia es una exaltación amenazadora del ideal del nosotros, porque, como dice Norbert Elias, “los sueños de las naciones (como de otros grupos), son peligrosos. Un ideal del nosotros aumentado, es un síntoma de una enfermedad colectiva”.

Yo diría que, claramente, hay un ideal del nosotros (los indígenas, el pueblo, en fin: todo aquello que se agrupa como los nuevos establecidos del MAS) que es síntoma de un miedo, un síntoma de un cada vez más creciente autoritarismo e intolerancia contra todo aquel que no se corresponda a ese ideal del nosotros.

Se está construyendo una imagen cada vez más desvalorada del “ellos”, considerados como los “extranjeros”, aunque irónicamente también sean bolivianos; considerados como los “vendepatria”, los “antipatria”, los “de la derecha”, los inferiores, los “malos”, los que están “en el lado incorrecto de la historia”: los apestados, en otras palabras.

Y claro, esto está generando, en muchos niveles sociales que se enfrentaron directa o indirectamente al MAS, una tremenda sensación no solo de derrota partidaria, democrática (lo cual sería normal en una democracia: a veces se ganan, a veces se pierden elecciones), sino una tremenda sensación de derrota moral, y de aplastamiento moral.

Entonces, puedo decir que por todo esto se trata de un proceso descivilizador, porque no está pacificando las sociedades, pero además no está creando una sociedad donde las personas, en general, puedan vivir en paz, y con bastante tolerancia en relación a las diferencias.

Parecería que lo que está haciendo el MAS es cerrar sus filas contra los nuevos marginados, como una fiera herida ante un supuesto “triple ataque”, mediante su exclusión y humillación, tal cual concluye Elias para el caso de los establecidos y marginados de Winston Parva: porque han sentido una amenaza contra sus recursos de poder monopolizados; porque han sentido ofendido su carisma grupal, y porque han sentido lesionadas sus propias normas. Entonces, contraatacan humillando a los nuevos marginados, todos aquellos que se enfrentaron a ellos de una u otra manera, y que ahora no son (como suele enfatizar el politólogo Diego Ayo), sus adversarios políticos, sino que se han convertido en sus enemigos, sus enemigos a muerte.

Esto no se sentía antes. Es fruto de un trabajo de muchos años de inculcación ideológica. No habría mayor motivo para estigmatizar y perseguir tanto a los “enemigos”, porque en realidad, muchos de los antiguos marginados y ahora establecidos: los pueblos indígenas, han logrado, a través de los siglos y las décadas, muchas expectativas de ascenso social, y muchos derechos. Sin embargo, tienen esta sensación de amenaza, y esta sensación imaginaria ha hecho que su reacción sea tan fuerte.

La mayoría absoluta con la que ha ganado las elecciones recientes el MAS, sin embargo, es muy frágil, porque no es como la mayoría absoluta del año 2005, cuando se sentía que realmente se necesitaba un cambio social a favor de los marginados. En este caso, lo que está ocurriendo es una lógica política de violencia, según la cual no existe otro futuro para Bolivia, que no sea el poder del pueblo corporativamente organizado, representado por el MAS y por Evo Morales, y que los “pititas”, “la derecha” (o como quieran llamar los seguidores del MAS a un conglomerado de personas que en absoluto tienen esa cohesión, ni son de derecha, ni tendieron “pititas”, etc.), jamás puedan volver al poder.

Y esto me deja con una sensación de interrogación, hacia un futuro próximo que no considero que abra perspectivas promisorias de convivencia. Induzco que es el inicio de un proceso descivilizador, en la medida en que se insista y se profundice esta humillación, esta inferiorización de los otros, aquellos que, se imagina, siempre fueron los discriminadores, los dueños, los derechistas, etcétera.

Pero esto es una reducción extrema de los otros, los nuevos marginados (porque si bien hay grupos y personas racistas y discriminadoras “de derecha”, no son la gran mayoría de la oposición al MAS); la gran mayoría de esta oposición busca más bien una sociedad con mayor respeto del Estado de derecho, de los derechos humanos, de la tolerancia, de las libertades, una seguridad jurídica mayor, incluso una seguridad física mayor, y además y no menos importante, es una oposición que está a favor de la defensa de la naturaleza.

Pero, desde la perspectiva de muchos seguidores del MAS, son simplemente personas que no merecen nada, que no son nada, que solo son “golpistas” o “pititas” (extrema estigmatización del otro) y que tienen que ser no solo excluidas y humilladas, sino también, de ser posible, extinguidas de la faz de la Tierra. Sueñan con una sociedad donde ellos tengan el poder total.

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