Están en todas partes y aún así, no las ves.
Al ingreso de los supermercados, en las gradas de los edificios, al borde de las veredas, en los pasillos de los hospitales, inclusive en tu casa.
Se despiertan cuando tú todavía duermes, realizan cada día largos viajes para llegar a donde tú y otros como tú están. No descansan nunca. Pasas por su lado todos los días, muchas veces, pero no sabes su nombre. Te encuentras con ellas en el baño de tu oficina, limpiando lo que tú ensucias. Las pasas a toda velocidad cuando vas en tu coche con música a todo volumen y ellas están al borde de la calzada, en una acción casi suicida, barriendo los papeles que tú botaste por la ventana.
Son las que se cortan las manos con la copa de vino rota que tiraste a la bolsa de basura. Son las que limpian las heces que deja tu perro en la calle porque a ti te da pereza recogerlas. Son las que barren el reguero que dejas debajo de tu butaca, cada vez que vas al cine. Son las que limpian las mesas, lavan la vajilla y planchan los manteles blancos del restaurante donde celebraste tu último aniversario.
Están en todas partes, siempre han estado, como hormiguitas haciendo su trabajo sin descanso, pero tú, como muchas y muchos, simplemente has decidido no verlas y pasar de largo.
En la hiperrealidad que vivimos hoy, ellas son parte del personal de primera línea; aunque se nos haya olvidado reconocerlas como tal. No son médicos, ni son enfermeras, pero simplemente los hospitales no funcionarían sin ellas. No cuentan con trajes de bioseguridad adecuados ni tienen acceso a pruebas rápidas porque no se las considera parte del personal sanitario, pero aún así, tocan, limpian y desinfectan todo lo que tú ni nadie quiere tocar para mantener al Covid-19 a raya.
Son mujeres que realizan un trabajo indispensable y aún así reciben las peores condiciones laborales. Trabajan sin contrato; reciben el salario mínimo; no reciben pago por horas extras ni tienen vacaciones; no tienen seguro médico ni la posibilidad de crecer en su área de trabajo.
Hoy están arriesgando sus vidas por cuidar las nuestras. No son súpermujeres ni heroínas sin capa. Son mujeres que no han tenido mejores oportunidades; mujeres que no han tenido acceso a la educación; mujeres migrantes e hijas de migrantes que llegaron del campo a la ciudad tras un imaginario nunca inalcanzado, madres solteras, mujeres, madres e hijas que repiten los ciclos de pobreza y violencia. Mujeres que hoy tienen que decidir entre morir a manos de un enemigo invisible o morir de hambre.
Nos toca como sociedad abrir los ojos, mirar donde hemos preferido no hacerlo y empezar a verlas. Urge que este sector de trabajadoras pueda gozar plenamente de sus derechos laborales y de seguridad social.
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