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Nuestra interacción cotidiana tiene violencias que hemos naturalizado con frecuencia. En la escuela cuando los niños se pegan, algunos maestros afirman que es ”normal”. Si un niño molesta a una niña o viceversa se suele comentar que debe ser por llamar su atención, aunque le haga daño. De hecho, conocí alguna mamá cuyo hijo mordió al mío y justificó el comportamiento de su vástago aludiendo a que no era su culpa, sino de sus abuelos que lo consentían mucho. Jamás mencionó que ella también lo malcriaba para compensar el abandono paterno.

El desarrollo de nuestro país depende hoy más que nunca de la calidad de la educación. El modelo educativo boliviano aún posee muchas falencias y considero que una de ellas es que se normaliza la interacción violenta entre estudiantes o por parte de educadores y personal administrativo en las escuelas y luego en las universidades.

Falta concientización sobre los derechos humanos para prevenir la violencia física, sicológica, sexual, simbólica y mediática, entre otras. No se trata de consentir el mal comportamiento o malos hábitos sin promover el respeto, la responsabilidad y la disciplina, sino de aprender a educar en esos principios de modo significativo, desde una visión intercultural amplia, la cultura de paz, la tolerancia y la inclusión.

En las aulas escolares y universitarias no se percibe la interacción violenta como un problema sino como factores relacionados al carácter individual de cada persona, la violencia en las familias y/o al crecimiento de estudiantes varones y mujeres.

Un estudio de Fe y Alegría (2015) encuestó a 2.202 estudiantes de 28 colegios en La Paz, Cochabamba y Sucre. El 31% afirmó que la violencia más común es la verbal; el 30% opinó que la violencia física ocupa el segundo lugar y el 21% ubicó a la violencia psicológica en el tercer lugar. La violencia a través de celulares o redes sociales significó el 10% y otras formas de violencia alcanzaron al 8%.

Las formas de violencia física más comunes son los empujones (26% de ese total), los golpes (23%) y las patadas (19%). En la violencia verbal son más frecuentes los insultos y apodos (27% en cada caso). Y entre las formas de violencia psicológica se incluyen mirar feo (31%), hacer que se pierdan las cosas de la persona a la que se acosa (25%) e ignorar a propósito (14%). Por otro lado, la violencia a través de tecnologías como el celular y redes sociales se manifiesta mediante fotos burlonas al celular (28%), mensajes ofensivos (25%), mensajes y fotos denigrantes en redes sociales (24% en cada caso). Finalmente, entre otras formas de violencia se mencionó los mensajes y dibujos en los baños; sin embargo, los estudiantes en La Paz (4% del total en esa ciudad) expresaron que la violencia hacia las chicas también se traduce en manosear, arrinconar, robar besos y embriagar.

El aspecto físico siempre es la excusa cotidiana para molestar al otro u otra. A ello se suma que la etapa evolutiva (10-14 años) por la que los y las estudiantes encuestados atraviesan coincida con el enamoramiento y la formación temprana de parejas que, en ocasiones, generan rencillas, celos y envidias que provocan situaciones de violencia física, psicológica y verbal, principalmente.

Prejuicios sociales como “por el color de piel” (más intenso entre encuestados en Cochabamba y Sucre), “por origen (rural u otro departamento en Cochabamba y Sucre)”, “por la ropa que viste” (en Sucre) y “porque no tiene plata” (en Sucre) ponen en evidencia el complejo entramado social que sustenta la violencia hacia las niñas y adolescentes en la escuela.

Hace poco, un equipo de docentes de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno realizó un estudio titulado “Violencia en las interacciones sociales de los universitarios de Santa Cruz” (2024). Esa investigación encuestó a 3.557 estudiantes de la universidad pública y otras privadas para determinar los tipos de violencia que enfrentan los estudiantes de educación superior. Entre los datos llamativos destaca que 1.499 estudiantes (42% del total) expresaron haber sufrido alguna forma de acoso o violencia sexual; de esa última cifra, el 67% fueron mujeres y un 33% de las víctimas fueron varones. El 66% de los incidentes violentos fueron cometidos por otros estudiantes y un 16% fue causado por los docentes.

Entre los tipos de acoso sexual identificados se mencionó: llamadas o mensajes con contenido sexual por cualquier medio; comentarios intimidatorios sobre vestimenta, cuerpo o sexualidad; insinuaciones de índole sexual; bromas, preguntas y comentarios de contenido sexual ofensivo; miradas morbosas insistentes; señales o gestos de índole sexual; ataque de exhibicionista; espiado en baños, camerinos o lugares similares; forzar a ver pornografía; tocamientos; persecución o acercamiento excesivo, entre otros.

Ambos estudios plantean la necesidad de que:

  • Las autoridades educativas a nivel escolar y universitario deben aplicar la normativa existente.
  • Hay que comprometer el apoyo de personal especializado (Defensorías de la Niñez y Adolescencia, entre otras).
  • Es necesario capacitar a las y los actores en el ámbito educativo (maestros, maestras, docentes universitarios, directores/as y personal administrativo).
  • Importante involucrar la participación activa de estudiantes, padres y madres de familia.
  • Y urge convocar a las organizaciones de la sociedad civil en la concientización y capacitación de todos los actores antes citados.  

La educación de calidad a nivel escolar y universitario puede ser una de las respuestas que Bolivia necesita para promover su desarrollo humano y económico. Es vital reflexionar sobre este tema y brindar soluciones a corto plazo si se quiere honrar la educación como derecho humano fundamental y una de las principales tareas de todo Estado que se precie de democrático.

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