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Vivimos en la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, sociedad líquida o amor líquido para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador. Para Bauman, la modernidad líquida es el escenario en el cual la sociedad se basa en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad y adaptación, entre otros.

En una sociedad donde reina lo efímero y fugaz, se pierden las fronteras entre lo bueno y malo, las reglas y el caos. “Todo vale” para lograr mis propósitos. Imagino que si Maquiavelo reviviera estaría orgulloso de su planteamiento hecho práctica cotidiana: “El fin justifica los medios”.

Nos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente.

Para Bauman todo cambia de un momento a otro, ahora estamos llamados a ser flexibles. Significa que no estemos comprometidos con nada para siempre, sino que estemos listos para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida, como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua.

Hoy, la política es el principal espacio social y cultural donde convergen intereses económicos disfrazados de convicciones políticas. La noción de patria o norma no aparece. El villano acusa a la víctima, se hace víctima y sale airoso por la falta de un sistema de justicia probo. Existen muchas “medias verdades”, mucho texto que interpretar en lo simple como en lo complejo, en los casos más cotidianos como en las altas esferas del poder.

El “vivo” se aprovecha del buen ciudadano, le roba, le miente, lo utiliza para alcanzar sus fines. Así nos sentimos muchas bolivianas y bolivianos que no hemos participado de la vida política, pero se utiliza nuestro voto y nuestro nombre para beneficiar o atacar a algún partido o representante político.

Actualmente, dos facciones de un mismo partido se disputan la “legitimidad” de su poder, ese poder simbólico ante las masas que les da credibilidad y el supuesto “derecho” a gobernar. ¿Cuánto tiempo y dinero se invierte en ello?, ¿por qué los líderes de oposición u otros actores sociales no hacen mucho más? Prevalece la inercia por el miedo a verse perseguido o excluido de los espacios de decisión que siempre terminan siendo políticos.

También se hace política desde la participación, pero qué poco se estimula el derecho a disentir, a dialogar con respeto, a construir país con el aporte de unos y otros, desde los niños, niñas, adolescentes, adultos y adultos mayores, desde las personas con discapacidad, desde los sectores obreros, desde los albañiles, los panaderos, los artesanos, los maestros, los médicos, los gremiales o las organizaciones comunitarias y sociales. ¿Por qué todo el mundo teme demandar activamente mejores condiciones de respeto y tolerancia a las distintas formas de ver el mundo?

Mientras tanto, nuestro país se desmorona, nuestra economía depende de la subvención irracional de la gasolina, importamos casi todo lo que consumimos, la importación de fruta y alimentos alcanza volúmenes nunca antes imaginados, producimos muy poco para el consumo interno de alimentos. Dependemos cada día más de los productos chilenos, peruanos, argentinos, chinos o brasileros. La moneda americana que condicionaba el equilibrio económico y las más grandes transacciones económicas es muy escasa.

La riqueza natural de la que las y los bolivianos se sentían orgullosos de poseer se está esfumando en los cientos de incendios en todo el país, perdimos flora y fauna. Cientos de familias de comunidades indígenas claman ayuda humanitaria por la pérdida de sus viviendas, problemas de salud y la destrucción de los recursos naturales que les permitían coexistir con la naturaleza.

Quienes intentan mitigar los incendios afirman que se apagan algunos y aparecen nuevos incendios. La salvaje depredación de nuestro país a manos de empresas mineras, madereras, agroindustriales y grupos que se autodenominan interculturales está destruyendo el territorio que es de todos; pero también dañando el pulmón del mundo, la calidad del aire que respiramos, las miles de especies de animales y el equilibrio ecológico de nuestro planeta.

Ésta es la única casa que tenemos, muy pocos pueden escapar a otros países en busca de mejores días (que no siempre son mejores), la mayoría permaneceremos aquí y moriremos viendo destruirse el país que conocimos. Profunda tristeza causa el dolor e impotencia de no poder hacer más; rabia al ver que quienes tienen el poder de hacerlo prefieren pelear por sus intereses antes que organizarnos para abrogar leyes incendiarias, promover solidaridad, diseñar políticas públicas o acciones ciudadanas para plantar árboles, reciclar la basura, aprender a cuidar a los animales y a cuidar de la humanidad.

Me permito ahora recordar a quienes leen el concepto “Ubuntu” que significa “cuidar de todos” porque el destino de uno influye en el destino del resto. Se basa en la creencia de que hay un vínculo humano universal que hace que los seres humanos sean capaces de superar retos porque están conectados. Desmond Tutu (clérigo y pacifista sudafricano que luchó contra el apartheid en los años 80) dijo que "Ubuntu" es uno de los mejores regalos que le ha dado África a la humanidad. Sería bueno aplicarlo en Bolivia en medio de la guerra fratricida que se vive, mejor dicho, que nos mata.

Pensemos en el hoy para mañana, no sólo en el hoy egoísta e individualista, porque el camino es cuidar y avanzar juntos; así tendremos un mañana.

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