El misterioso entramado de “intereses latentes y manifiestos”, aquello que se muestra superficialmente y no se ve detrás de una hoja de parra, alcanza también a los intelectuales de la gobernabilidad, a los analistas políticos ubicuos y a las acciones de transfuguismo del viejo modelo, llámese neoliberal o Estado plurinacional fallido. Debemos desterrar y combatir valientemente las conductas desaprensivas de apoyo acrítico y pragmático hacia quienes tienen el poder. Hoy, varios analistas y políticos tránsfugas transmiten por doquier falsas ideas y escenarios apocalípticos, sin un mínimo de ética e introspección para enfrentar, honestamente, la verdad objetiva de los hechos.
Algunos intelectuales han propuesto opiniones globales sobre una hipotética ingeniería del pacto y sobre el agotamiento del Movimiento Al Socialismo (MAS). Estos analistas no se autocritican para nada en sus viejas concepciones, ni tampoco en sus añejas teorías de la gobernabilidad, ni tampoco en el apoyo al gobierno de Jeanine Áñez, que terminó siendo un rotundo fracaso e influencia destructiva en el sistema democrático. Los analistas alarmistas ahora muestran muchas incoherencias. No sacan a la luz lecciones guardadas que pueden haber surgido de una mirada fiel al análisis histórico y al sentido común para la objetividad. ¿Son viables las ideas que proponen? ¿Qué hay de nuestra cultura política que habita en dos mundos: uno autoritario y otro democrático cuando conviene? Muchos analistas juegan a dos cartas y no son figuras de inspiración moral. ¿Están dadas las condiciones para llegar al éxito si se realiza un pacto social y político, o éste quedará también inmovilizado en una profunda incertidumbre, donde las políticas públicas no resuelven problemas concretos? La mala fe de muchos líderes políticos puede, tranquilamente, utilizar aquella dialéctica de intereses latentes y manifiestos para entenebrecer cualquier pacto.
Varios intelectuales y analistas de la ambigüedad gobernable fueron asesores durante procesos políticos, cuyos resultados hoy sufren una crisis de credibilidad. La hoja de parra se ha caído para muchos moldes teóricos. Ahora sólo hay desnudez, frío y desconcierto, ¿por qué no, entonces, dejar de lado la vanidad y enfrentar una autocrítica necesaria, antes de plantear soluciones que, probablemente, no funcionen? Las exigencias urgentes son muy claras: es fundamental dar luces operativas sobre la reforma judicial desde las aulas de derecho, la práctica de los juzgados, la protección de los derechos humanos, la reforma institucional de la policía y una auténtica ingeniería de planteamientos realizables, comparados con soluciones en otros países, enfoques renovados, agendas y disposiciones éticas para inspirar a las nuevas generaciones porque se requiere cambiar, no por dinero, sino por amor al país y a un futuro promisorio para todos.
En el campo intelectual, ¿dónde está el compromiso y la responsabilidad que muchos tienen cuando ensalzaban vivamente la llegada de alianzas partidarias como inéditos mecanismos de estabilidad política? De un momento a otro todo se está desbaratando. La hoja de parra se desliza, vuelve a su lugar, surge el pudor y, al parecer, lo no dicho es más importante que un montón de palabras.
Múltiples intelectuales, tecnócratas y analistas, además de jugar igualmente con lo latente y manifiesto, tienen miedo a perder su hoja de parra o taparrabos e incurren en errores que, para ellos, son solamente detalles. Esta actitud es igual a la de un divertido cuento infantil narrado por el profesor Edgar Lora Gumiel.
Cierto día, un ciempiés consultó a una lechuza acerca de un dolor que atormentaba sus patas. La lechuza, desde su supuesta sabiduría, sentenció: "¡Tienes demasiadas patas ciempiés! Si te convirtieras en un ratón sólo tendrías cuatro patas y un mínimo dolor, casi nada". En su ingenuidad, el ciempiés dijo que aquella sugerencia era una gran idea, pero, naturalmente, preguntó: "¿Ahora dime cómo puedo convertirme en un ratón?".
La gran lechuza replicó: "¡Hombre, no me molestes con 'detalles' de simple ejecución! Yo sólo estoy aquí para establecer la política a seguir". Orgullosa de sus ideas porque mucha gente le pedía consejo, la lechuza, prototipo de analista calculador, se alejó sin el más mínimo empacho. El ciempiés nunca supo cuál era el verdadero interés de aquella inútil política o ingeniería genética para transformarse en ratón. Es por esto que muchos intelectuales y viejos consultores de organizaciones no gubernamentales que trabajaron muy bien con USAID y alentaron las falacias del Estado plurinacional, en el análisis de la crisis presente, no son creíbles y son, más bien, parte de la ciénega pestífera para las nuevas generaciones.
Varias organizaciones, cuando recibían mucho dinero de la cooperación, no fomentaron una campaña para la reforma judicial con mayor eficiencia y honestidad, ni tampoco plantearon críticas oportunas al modelo económico y político del MAS, que ahora está llevándonos al despeñadero como país. El agotamiento de la economía del gas, la incontrolable corrupción y los problemas en la administración de justicia no son nuevos, pues se arrastran desde hace 18 años, por lo menos, de manera que ahora se requiere el liderazgo de profesionales jóvenes, creíbles y con ganas de impulsar cambios verdaderamente efectivos. El ejecutar un supuesto referéndum o plantear reformas a la Constitución Política no es un buen comienzo, porque todo parece estar sujeto a los viejos caudillos, lo cual anula las exigencias de una mayor transparencia y efectividad. Existe una profunda crisis de liderazgos, lo cual expresa que la luz al final del túnel parece ser imposible de alcanzar.
Las discusiones sobre un nuevo “pacto social” son presa fácil de mucha oscuridad e intereses escondidos. Los detalles importan mucho porque son profundamente importantes: a) autocrítica imprescindible; b) honestidad más allá de colores políticos y jugosas consultorías; c) sacrificio en función de un verdadero espíritu de patriotismo, sin esperar beneficios inmediatos. Sacarse la hoja de parra no es algo vergonzoso, sino simplemente reconocernos como tal, falibles y autocríticos. Más que nunca, ahora necesitamos una oportunidad porque el país es de todas y todos. Desnudarse para mirar de frente la verdad y desechar el oportunismo, no es el fin de mundo, sino una metáfora para lo que es urgente: un cambio político de largo plazo, más transparencia, nuevos liderazgos y, sobre todo, una renovación moral que vomite las conductas oportunistas.
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