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Por Rafael Sagárnaga //

¿En qué se parecen Luis Arce Catacora, David Choquehuanca, Evo Morales, Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina, Luis Fernando Camacho, Manfred Reyes Villa y Andrónico Rodríguez? Eso para empezar la lista de acusados. ¿En qué se parecen todos los precandidatos presidenciales que salieron a la pasarela politiquera boliviana en los últimos meses? ¿En qué se parecen los gobernadores departamentales y los alcaldes de las principales capitales bolivianas tantas veces elocuentes?

¿En qué se parecen entre ellos y, a su vez, a los anteriormente citados líderes empresariales? La misma pregunta se aplica para líderes sindicales, dirigentes cívicos, no pocos analistas renombrados y hasta las cabezas de las religiones que cuentan con más feligreses en Bolivia. ¿En qué se parecen? ¿De qué han hecho coincidente gala en este segundo semestre del ya trágico 2024?

La lista, sin duda, podría ser más larga, pero hasta este punto ya marca un tan histórico como indignante precedente. Todos ellos se parecen en la comisión, en mayor o mediano grado, de un pecado mortal: la indiferencia.

“La indiferencia mata”, dice el adagio. Pero en este caso se cumple bajo su peor aplicación: la indiferencia frente a la tragedia de los incendios mata la vida del Amazonas y mucho más. Varios de los citados personajes actuaron peor que las avestruces, peor que las ratas.

La mayoría selló su boca. Claro, suelen ser muy elocuentes para cuestionar la escasez de dólares, la inflación, la falta carburantes y todas las aristas de la crisis económica. Critican el pleito Evo versus Lucho. Salen orondos y desafiantes a denunciar la corrupción, alertar sobre la venezolanización y hasta denunciar al narcotráfico. Pero ni una mención, ni unita, de los colosales incendios que están quemando el futuro de los bolivianos y hasta de los sudamericanos.

¿Dónde están los candidatos eternos que hablan de una Bolivia diferente y hasta amigable con el medioambiente? ¿Dónde está la voz de la aspirante a “dama de hierro” boliviana? ¿Y los líderes indígenas pasaron de ser supuestos “mallkus” a mosquitas muertas? ¿Y los discursos sobre la Pachamama que los presidentes Evo y Lucho se mandaron en la ONU? ¿Y la mística casi esotérica del Vice cuándo se petrificó?

¿Dónde quedó el grandilocuente “amor a mi tierra” de los cívicos cruceños? ¿Por qué no opina sobre el tema don Luis Fernando como lo hace, desde Chonchocoro, sobre otros tópicos? ¿Se consagró nomás como ecologista de conveniencia cuando en 2019 se subió a la ola de protestas anti incendios? ¿Ya no le sirven…?

¿En qué consiste el cuidado de “la obra de Dios” pregonada por curas y pastores? ¿Será que también bendicen soya transgénica, palma africana, pastizales de la deforestación y hasta el glifosato como algunos de sus homólogos bendicen armas de guerra?     

Claro, algunos de todos los ya mencionados hablaron del tema, sí, hablaron. Lo hicieron como quien comenta un hecho de tránsito o una derrota futbolera. Como si este desastre fuera una cosa menor, un problema pasajero del que algo habrá que decir. Alguien recordaría que normalmente, si no hay muertos, no aparecen las aves de rapiña.

¿Será está crítica exagerada? ¿Estará tal vez demasiado influenciada por la tragedia que se respira y ve allí en la Amazonía boliviana? Pero cifras y hechos deberían llamar a una reacción gigantesca. ¿A qué si no?

Se prevé que seis o más millones de hectáreas de bosque ya fueron devastadas. Extensión superior a Costa Rica, que vive del cuidado de su naturaleza. El biólogo Vincent Vos calcula que ya murieron 10 millones de animales grandes con toda la catastrófica ruptura de cadenas ecológicas que ello implica. Añade la desaparición de 400 millones de árboles. Si cada árbol amazónico produce 1.000 litros de agua al día, son 400 mil millones de litros de agua menos cada día. O sea, se agrava el ya increíble estrés hídrico que afecta a Santa Cruz.

Los números del ecocidio ya han marcado récords mundiales. Récords como aquel del 12 de septiembre cuando Bolivia llegó a ser el país con más incendios activos del mundo, según el registro satelital Windy. Y hay muchas cifras de espanto más.

Pero si no bastasen los cálculos, debía hacerlo el dolor humano que ya se ha sembrado. Basta considerar la vida de los pobladores de Monte Verde, de Urubichá, del Bajo Paraguá, San Matías o Riberalta. Niños que hoy respiran humo, ceniza y fuego, y lo hacen desde hace meses. Familias que han visto quemarse sus tierras de sustento y sus casas. Nubes tóxicas que han copado hasta la propia capital oriental, donde se han multiplicado las advertencias de médicos especialistas sobre lo que se viene como consecuencia de los incendios.

¿Es que tan pocos vieron la conmovedora marcha de los pobladores de Monte Verde decididos a apagar el fuego “aunque sea con nuestras manos”? Desde varones extenuados por días y días de pelea con el fuego hasta ancianos y niños descalzos decepcionados del mundo. Todos, con la indiferencia atravesándoles el pecho mezclada con la asfixia y toses causadas por tanta ceniza y hollín. Marcharon el 23 de septiembre e impulsaron otra marcha, la marcha del duelo, para el 24 en Concepción.

Mientras tanto, en Santa Cruz, el Alcalde celebraba el aniversario cívico con juegos pirotécnicos en medio de la nube tóxica. No lejos quedó el gobernador Mario Aguilera que reaccionó hace algo más de dos semanas, tarde y hablando de plantar árboles en vez de demandar el apagado de los fuegos. No como hace un año, cuando aspiraba a ser Gobernador. ¿Otro ecologista de conveniencia? Y claro, hizo más por la celebración del 24 que por los incendios. Alguien justificó a ambas autoridades diciendo: “El camba siempre es alegre”. ¿Hasta en los funerales de su madre… naturaleza?

¿La música la financiaban Bayer–Monsanto, Singenta y Carhill, como financian ciertas donairosas instituciones empresariales?         

¿Excepciones? Sí, contadísimas. El Alcalde de San Rafael, el Presidente de Concejo Municipal de Montero y un par de diputadas. ¿Alguien más? También contadas agrupaciones ambientalistas que hicieron filigranas para protestar y denunciar el ecocidio. Y claro, valerosos bomberos voluntarios a quienes no les llegan las donaciones que desaparecen en la bruma de la criminal indiferencia o indolencia oficial. 

Del resto ni hablar, ni mencionarlos para que sus nombres no irriten los ojos de los lectores o les causen problemas estomacales. Las élites bolivianas se están quemando también, pero haciendo gala de su indiferencia cómplice o cobarde. Indiferencia oportunista para no incomodar a los poderosos que decidieron matar la Amazonía, indiferentes a que con ello se queme nuestro futuro. Y no sería raro que más de uno de los indiferentes un día arda en el infierno de los juicios de responsabilidades. Semejante tragedia tiene sobradas causales para que así deba suceder.  

Los incendios están quemando al poder boliviano en su conjunto. Su putrefacción huele a quemado, a cremación. La indiferencia mata y los peores crímenes merecen las mayores condenas y sentencias.   

(Dedicado a mi amigo Juan Santa Cruz T. que explicó el más duro significado de la frase “la indiferencia mata”).

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