“La gente tiene fe en la democracia. El 86 por ciento de los encuestados dicen que quieren vivir en una democracia. Sólo el 20 por ciento cree que los países autoritarios pueden ofrecer lo que los ciudadanos quieren”, esto nos dice Open Society Fundation, en su barómetro sobre democracia lanzado este mes.
¿Realmente sólo será un 20 por ciento que no cree en los valores democráticos? Podría dar la impresión de que esta cifra podría ser engañosa en esta importante encuesta mundial que abarcó a 30 países y más de 35 mil encuestados en varias regiones, de diversas culturas y realidades.
Si bien este ejercicio no se hizo en Bolivia, seguramente se producirían resultados interesantes, pero también muy preocupantes.
Puede existir la seguridad de que una parte de los ciudadanos y ciudadanas de este nuestro vasto territorio sin duda son demócratas, creen en valores como el diálogo, el consenso, la pluralidad de pensamientos, el disenso, la diversidad, la interculturalidad, etc. y los practican en cada momento de su vida, porque algo que es real es que no puedes ser demócrata sólo en algunos espacios o tiempos.
No es que seamos extremistas, para nada, sino que se quiera o no, la democracia es el mejor diseño hasta ahora de una forma de vida y gobierno de una sociedad. Nos podemos devanar los sesos como los filósofos de antes y ahora para criticarla, verle sus defectos, encontrar otras maneras, pero es más que seguro que no lograremos nada. Se ha demostrado fehacientemente y con incluso horrores que otras formas, en su generalidad extremistas, sólo trajeron dolor, muerte y sufrimiento, demasiados ejemplos en el antes y desgraciadamente otros muy actuales.
Es por eso que la democracia tiene una relación inherente con los derechos humanos, donde está presente la primera es seguro que se garantizan los segundos, a contrario sensu, los sistemas autoritarios, tiránicos o “hipócritas democráticos”, inmediatamente lastiman esas prerrogativas básicas de los seres humanos.
Y sí, hay muchos Estados en la historia de la humanidad que ingresan en esa hipocresía democrática y en esa categoría pondría a Bolivia y desde siempre, no sólo durante nuestras varias dictaduras civiles y militares, sino también desde 1982 que vivimos una débil democracia, pero que no se la refuerza, por el contrario, se la viene debilitando cada vez más. Si bien la gran oportunidad devino con la Constitución de 2009, quedó tristemente en el papel, tanto que aparecen varios grupos políticos, conservadores en su mayoría, que ya piensan que ese fue el problema y no la solución, sin darse cuenta de que el gran inconveniente son ellos, la clase política falsamente democrática.
Lo anterior se demuestra en el comportamiento no sólo de los gobernantes, que usaron la democracia para llegar a tomar las riendas, y comenzaron “maniobras envolventes”, “metiéndole nomás”, desinstitucionalizando todo y en cada lugar que metieron sus narices, mirándose el ombligo, amando el poder por el poder y llevaron a la sociedad a momentos de violencia extrema, donde se mostró por otro lado la verdadera faz de muchos grupos sociales, que también a nombre de democracia, incluso pedían de rodillas el retorno de la bota militar y todavía sueñan con una paliza cívico-castrense a las clases populares e indígenas, para dizque recuperar la democracia.
Y tampoco se crea que los sectores más desaventajados de la sociedad son defensores de la democracia, para nada, y muestras varias las tenemos en nuestra historia. Recién una organización campesina amenazaba con “democráticos chicotazos” a diputados que llevaban a cabo una medida de protesta; y hace poco diversas organizaciones matrices mostraron a sillazos su espíritu democrático.
Algo que llama la atención del informe con el que iniciamos, es que casi 5 de cada 10 personas de 18 a 35 años de edad, no creen en la democracia, a diferencia de mayores de ese rango donde 7 de cada 10 entrevistados muestran mayor favorabilidad en el tan vapuleado sistema de vida. Mark Malloch-Brown, presidente del Open Society Foundations, señalaba al respecto: “La gente alrededor del mundo aún desea creer en la democracia. Pero generación por generación, esa fe se está desvaneciendo al crecer las dudas sobre su capacidad de entregar mejoras concretas a sus vidas. Eso tiene que cambiar” y agrega: “...resulta alarmante que un 35 por ciento de los jóvenes consideran que un “líder fuerte” que no haya sido elegido democráticamente o que no consulte al Parlamento podría ser una forma eficaz de gobernar un país”.
El dato anterior y trabajar con ese grupo etario dan las herramientas para corroborar que a pesar de que siempre se afirma tener fe en el futuro de los adolescentes y jóvenes, en cuyas manos estarán los destinos del país y mundo, resultaría un pensamiento erróneo y alejado de la realidad, lo que es triste y preocupante, porque si nuestras generaciones fallaron en fortalecer y acrecentar la democracia, ¿qué podemos esperar de las siguientes si perdieron la fe en la misma? y más grave aún, no les interesa en lo más mínimo.
El 15 de septiembre pasado se celebró el Día Internacional de la Democracia, pero pasó como un día más. No estamos viendo la importancia de preocuparnos por ella, no sólo por una democracia formal, sino porque sus valores, principios y regulaciones sean sustanciales y de calidad. Deberíamos practicarla, vivirla, asimilarla, por último amarla o ¿seremos “hipócritas democráticos”?
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