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Hace unos días llegó por las redes sociales un recordatorio de uno de los debates políticos más interesantes que cambiaron la forma de hacer campañas políticas: el 26 de septiembre de 1960 se enfrentaban por primera vez en televisión Richard Nixon, por entonces vicepresidente estadounidense, y John F.  Kennedy, candidato demócrata a la Presidencia de ese país.

Existe un sinfín de literatura sobre ese momento histórico y todo lo que significó, desde la forma de vestir de los candidatos, su imagen ante las cámaras, el “bronceado” de JFK que supo aprovechar perfectamente la tecnología de entonces a su favor, la poca prestancia de Nixon ante las cámaras, su excesiva sudoración, etc. Pero también se discutieron temas muy serios para la política interna y mundial como la Guerra Fría con la Unión Soviética a la que se había sumado el inverosímil acontecimiento de una revolución a unos 180 kilómetros de la Florida, en Cuba; la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, el activismo contra la guerra y las armas nucleares; incluso el feminismo y las minorías sexuales habían puesto en entredicho el estado de la democracia estadounidense. Kennedy dedicó un pensamiento a los hispanos que estaban comenzando a llegar al norte en busca del sueño americano. Algo que destacan todas y todos los historiadores es el comportamiento y el nivel de conocimiento de ambos candidatos.

El 28 de octubre pasado se desarrolló el último debate televisivo entre Lula da Silva y Jair Bolsonaro. Si bien las crónicas periodísticas dijeron que fue más una “riña callejera” que una lucha de ideas y propuestas, fue una elección de infarto en que los candidatos a la Presidencia de la mayor potencia sudamericana pelearon palmo a palmo cada voto. Y ahora que usted está leyendo esta columna ya conoce el resultado y el futuro de los siguientes cuatro años de nuestro gran vecino.

Desgraciadamente las y los bolivianos hace muchos años perdimos los debates políticos para presidentes, gobernadores y alcaldes, pero quizá sea tiempo de ir pensando en crear una Ley de Debates por lo menos Presidenciales como en la Argentina, donde se obliga a quienes son candidatos/as con cierta intención de votos a presentarse ante las y los electores dos veces durante la campaña por los medios públicos de comunicación.

Pero volviendo a lo anterior, si bien ambos encuentros (Kennedy vs Nixon y Lula vs Bolsonaro) distan en el tiempo, coyunturas, contextos y “neuronas”, en ambos hubo choque de ideas y posiciones que nos permiten darnos cuenta de que eso nos otorga la democracia, con todas sus fallas y, muchas veces, contradicciones. Hasta ahora no hay otra forma racional de que los seres humanos nos pongamos de acuerdo en algo si no es dialogando, fundamentando, pensando conjuntamente, acordando bajo principios y lineamientos democráticos y de derechos humanos.

No debería haber otra forma. La imposición siempre resulta contraproducente, desde los círculos más íntimos de la familia hasta los grandes problemas nacionales que los tenemos muchos. El diálogo horizontal y democrático debería ser la fórmula necesaria para lograr los objetivos comunes.

En estos días estamos sufriendo diversos conflictos sociales, algunos con alcance nacional y otros sectorial. Los mineros cooperativistas auríferos en dos días consiguieron sus objetivos sin debatir, sino a punta de dinamitazo y amenaza de quitar su apoyo al gobierno de turno, y haciéndose la burla de toda la población boliviana, pagando un impuesto irrisorio, condenando a la destrucción áreas protegidas, contaminando con mercurio nuestros ríos, y lo más grave, convirtiéndose en verdugos de muchos pueblos indígenas que seguirán por el camino de una lenta y terrible desaparición.

Resulta paradójico analizar el hecho de que los colonizadores españoles mermaron a las poblaciones indígenas mediante enfermedades como la viruela y ahora se sigue el mismo camino mediante el mercurio y otros metales, pero hasta resulta peor porque los ibéricos no lo sabían, pero los mineros lo hacen con dolo y premeditación; y ahora siguen contando que estamos en un país donde el capitalismo no es duro y puro, sino social y comunitario. Permítanos mofarnos.

Para qué vamos a referirnos al conflicto por el Censo, donde obviamente ninguna de las partes quiere debatir y consensuar realmente, cada una con sus intereses, los unos seguramente intentando tapar sus vergüenzas de cara a las siguientes elecciones, y los otros  solo pensando en su feudo con esa mirada “provinciana” que los caracteriza.

Es triste observar que el debate para transformar los conflictos cada vez está más lejos de nuestra realidad cotidiana, que los valores democráticos y de derechos humanos resultan día a día más una utopía que una realidad. Necesitamos urgente más quijotes y menos políticos que ante sus metidas de pata nos digan ¡y qué!

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