Conocí la Argentina en octubre de 1988, gracias a Oscar Guiñazú Álvarez, admirado poeta y benefactor de la poesía y el arte, quien, a su vez, había invitado a los integrantes de Pro Arte de La Paz a participar en su notable Encuentro Internacional de Poetas Tardes de la Biblioteca Sarmiento, realizado desde 1962, en Villa Dolores, “Capital de la Poesía”. Don Oscar decía en una entrevista que le realizó el también poeta Hernán Narbona Véliz en Viña del Mar, que el encuentro de la ciudad transerrana era consecuencia “de un largo acariciar del deseo de juntarse con poetas”. Se trata del encuentro de poetas más antiguo del mundo, como reconoció el Concejo Deliberante de dicho municipio, al declararlo “de interés municipal, histórico y cultural” en 2016. Yo supe que para el 11 de octubre de ese 1988 se llevaría a cabo el XXVII Encuentro y, sin que los miembros de Pro Arte de La Paz me apoyaran, decidí viajar por mi cuenta a Villa Dolores, en el Valle de Traslasierra, Córdoba, región que hasta el día de hoy me emociona en el corazón.
Eso era posible por tener 22 años. Lanzarse a un viaje así, por tierra, sin tener una invitación formal ni saber dónde iba a llegar, era una aventura que estaba dispuesto a correr. Según yo, Villa Dolores era sólo un barrio de Córdoba; pero al llegar allá, supe que no era así. Al amanecer de mi llegada a Córdoba, llamé de una cabina telefónica de la terminal de buses a don Óscar, quien me atendió con amabilidad y me dijo que me tome el bus X (no recuerdo ahora el nombre), y que en unas tres horas llegaría a Villa Dolores. Claro, no lo hice así: compré pasaje en el bus Y, que era tren lechero, y entonces me pasé el día conociendo muchos pueblos de Córdoba: Villa Carlos Paz, Cosquín, La Falda, La Cumbre, Cruz del Eje, Villa de Soto, La Higuera, Salsacate y quizás varios más: di un paseo de pueblo en pueblo porque mi bus no era expreso a Villa Dolores. Lo cierto es al pasarme todo el día en ese periplo, pude conocer el campo cordobés, parte de su pampa y de su sierra, disfrutando el paisaje y sorprendido de ver a unos niños rubios, de ojos azules, con sus guardapolvos blancos, subir al bus en algún punto para que el chofer los lleve a otro punto donde seguramente estarían sus casas o sus escuelas.
Al fin de la tarde, había por fin llegado a Villa Dolores. Me recibieron muy atentos unos chicos de la organización, y me llevaron a alojarme en una casa de alguno de los poetas del pueblo. Toda Villa Dolores y los pueblos vecinos de Traslasierra estaban entusiasmados con el encuentro de poetas: era su gran evento, su momento de alegría, de renombre, de notoriedad internacional. Yo contento de haber llegado allí: a Traslasierra, a Córdoba, a la Argentina, gracias a la poesía.
El Secretario de Gobierno de Villa Dolores, Dr. Guillermo Boiero (“en ausencia del Intendente Municipal”), nos recibió en sus oficinas, con estas palabras: “El aporte que ustedes hacen a este Encuentro, contribuye sobremanera para mejorar el nivel de vida, para el intercambio cultural y con humildad les ofrecemos todo lo que poseemos. Deseo que lleguen a percibir una de las más valiosas fuentes de inspiración de la ciudad, que es el valor humano, la calidad de la gente”. Y tenía razón: eran unas personas hermosas, llenas de receptividad a los poetas “internacionales” (la mayoría claro, argentinos de otras regiones), cuya bonhomía conservo en mi memoria y en el corazón.
Aquellos días fueron magníficos. Conocí a inolvidables amigos poetas, como Julio Leite y Raquel Escudero. El Encuentro consistía en viajar, en buses especialmente contratados para los poetas, a varios pueblitos cercanos: Villa Cura Brochero, San Javier, La Paz (sí, el La Paz cordobés, donde todavía eran comunes los sulkys como medios de transporte), y así otros. En cada pueblo se convocaba a un grupo de poetas para que pasen a leer o declamar sus poemas, en algún lugar acondicionado por los del pueblo, especialmente escuelitas públicas, para estos actos líricos de la gaya ciencia.
Ahí pude contemplar algo que me dejó marcado hasta hoy. A las lecturas de poemas asistían niños pequeños, todos, o casi todos rubios, bien uniformados con guardapolvos blancos gastados, pero muy pulcros. De repente en mitad de un poema se suscitaba un alboroto, y corrían algunos de los asistentes. Luego, otro alboroto. Me fijé que estaban sacando cargados a varios niños que se iban desmayando. Le pregunté a alguien que estaba cerca de mí, ¿qué está pasando?, y me respondió: “Es que no han desayunado… se desmayan de hambre”. Ahí supe que la pobreza no sabe de razas ni de colores de piel. Los niños rubios también pueden ser pobres y pasar dolorosas hambres.
A mí me tocó leer mi poema en una discoteca. El pueblo: Mina Clavero, al que, una chica joven que nos recibió, le había compuesto un poema que recitó: “Mina Clavero, mi pueblito”, pronunciando las vocales alargadas del tan típico acento cordobés. Por si acaso, yo había copiado un poema en máquina de escribir, y llevaba la hoja de papel, bien doblada, en el bolsillo de mi camisa. Me llamaron para leerlo en el acto de esa discoteca convertida en salón poético. Y bueno, subí al escenario a recitar el poema, que se llamaba “Poema de amor en junio”. El éxito fue inmediato: la poeta joven y varios de sus amigos me llevaron a una radio para hacerme una entrevista, y me pidieron el poema, al que rápidamente fueron no a fotocopiar (porque para 1988 las fotocopias no eran muy comunes, y menos en los pueblos chicos), si no a copiar tecla por tecla en una máquina de escribir. Conservo entonces en el alma ese día de octubre de 1988, en Mina Clavero, “mi pueblito”, como si también fuera el mío.
Luego el tiempo pasaría y le habría de deber a la Argentina tantas cosas y personas maravillosas: mis dos sobrinos, mis entrañables amigos y familiares políticos, mi maestría en Mendoza, mi doctorado en Buenos Aires… conversaciones, mates, tortitas mendocinas, vinos donde Roberto Rosas, tardes y atardeceres, clases, aprendizajes, futuro y sueños argentinos. Pero todo empezó allí, gracias a la generosidad de don Óscar Guiñazú Álvarez, a quien, junto con todas aquellas personas inolvidables, llevo en el alma, y en la poesía.
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