Es septiembre de 2021... En la ciudad de Viacha, a unos kilómetros de la sede de gobierno, una madre adolescente de 17 años le deja su bebé a una señora que habita en el lugar por la suma de 430 dólares americanos como garantía de préstamo, por el plazo de dos años. Unos días después, en la localidad de Guanay, al norte del departamento de La Paz, una joven de 18 años ofrece en redes sociales por Bs 2000 a su bebé recién nacido.
Recientemente, en julio del año en curso, nos enteramos de la tentativa de comercialización de un recién nacido por parte de su padre en pleno mercado de La Ramada en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Supuestamente su progenitor tenía la intención de comprarse un celular con el producto de la transacción.
En los primeros días de agosto fue difundida la noticia de que la Policía Boliviana había rescatado a un bebé de seis meses, quien había sido entregado por sus padres a una persona por la suma de 14 mil bolivianos, quien había pagado los gastos médicos y ya había cancelado el dinero a la madre; pero al ser descubierto, intentó hacerse pasar por el padre y pretendió huir.
Nótese que en varios de estos casos conocidos por los medios de comunicación social, las madres y padres son adolescentes o jóvenes. No olvidemos que según datos del Servicio Nacional de Información en Salud (SNIS), en la gestión 2021 se registraron en el país más de 38 mil embarazos en niñas y adolescentes, lo que equivale a un promedio de 105 por día; en tanto, en menores de 15 años, hubo 2.329 gestaciones, un promedio de seis por día. Estas cifra incluyen solo a aquellas adolescentes que registraron sus consultas prenatales en los centros de salud. Muchos de los embarazos en adolescentes, especialmente en menores de 15, suelen ser resultado de la violencia sexual.
Según el Fondo de Población de Naciones Unidas, el embarazo adolescente es una de las cinco amenazas para el desarrollo de las niñas y adolescentes en nuestro país y es triste observar que cuando una adolescente se convierte en madre no solo sus derechos sexuales y reproductivos han sido vulnerados, sino que todo su proyecto de vida se cae, sus oportunidades de mejor educación, trabajo y oportunidades se reducen al mínimo, por lo que su futuro y por supuesto el de su hijo/a se encuentran en la gigante posibilidad de que se mantengan en un círculo de pobreza y exclusión sinfín.
En ese entendido, para la mayoría de la sociedad, cuando escuchamos las noticias de una madre que abandona o entrega a su hijo/a, lo primero que se nos pasa por la mente, de una manera muy conservadora, es que esa mujer es “desnaturalizada”, “mala”, “perversa” y no merece ni una gota de comprensión, ayuda o siquiera muestra de solidaridad, sin observar más allá el porqué de esa determinación y, en consecuencia, queremos que todo el peso de la ley le caiga, con el castigo más severo posible.
Sin embargo, deberíamos detenernos a analizar en cada caso las causas, al margen de que en todo contexto convertirse en progenitores es una tarea complicada para la cual incluso, aunque pensemos que estamos preparados y con las armas suficientes, realmente nos causa temor y zozobra, pero imagínese en los zapatos de alguien que no tiene la madurez suficiente, los medios materiales necesarios ni las condiciones para recibir una responsabilidad tan grande.
Obviamente muchos conservadores dirán: “Ellos se lo buscaron”, “por qué no se cuidan habiendo tantos métodos hoy en día”, “el hombre va hasta donde la mujer le deja”, etc. Opiniones vertidas siempre desde su lugar de confort, sin meditar que esa niña, adolescente o joven apenas ha tenido alguna información sobre anticonceptivos o en su unidad educativa por presión de los mismos padres y madres, iglesias, etc., se omitió la información sobre derechos sexuales y reproductivos. Para nadie es ajeno que entre los adolescentes su poca orientación sexual viene de páginas pornográficas y para las adolescentes de escasa información entre compañeras.
Por otra parte, se deberá pensar que una adolescente no está preparada para convertirse en madre. Será un shock asumir esa responsabilidad y por ello probablemente optará por el abandono, quizá porque quiere lo mejor para ese niño o niña o porque la carga la abruma y naturalmente desea escapar de la misma, que también es parte de la naturaleza humana; aunque en su interior intuya que una o un bebé abandonado crecerá con déficit de afecto, inseguridad, baja autoestima, falta de empatía, odio o rencor hacia sus progenitores y otros tantos problemas psicológicos.
Como sociedad solemos juzgar sin conocer la historia que hay tras cada caso, la que puede estar cargada de soledad, violencia física, violencia sexual, falta de apoyo, incluso repudio familiar y del entorno, ausencia de programas y políticas estatales de apoyo. Entonces, es en estos momentos que la mente juega malas pasadas, el ser humano se desestabiliza y actúa de forma errónea, procediendo al abandono, que es un acto tremendo contra el bienestar de la infancia. Sin embargo, no crucifiquemos a la madre que seguramente la ha pasado muy mal o incluso se encuentra con una depresión (posparto) tan profunda que no meditará sus acciones de forma clara y objetiva.
Seamos empáticos y esto también va para nuestras autoridades policiales y del Ministerio Público, quienes obran bajo procedimientos que olvidan el lado humano. Cuántas de las historias que contamos al principio de esta columna tendrán relatos terribles detrás de la decisión adoptada y las mujeres involucradas deberían pasar de imputadas a víctimas y estas entidades deberían optar por este camino conociendo primero las historias de estas mujeres antes de pensar primero solo en promover su castigo.
Debería mostrarse a partir del apoyo necesario que hay salidas, que a pesar de su desventura, de haber pasado un embarazo no deseado e infeliz, pueden continuar, pero eso solo se logrará con la asistencia seria y oportuna de mecanismos estatales que les aseguren un futuro para ellas y para sus hijos o hijas o, en su caso, se les ayudará con programas de adopción. Ese debería ser el camino y no otro que solo trae castigo, repudio y tristeza.
Comentarios