Hoy existe una realidad en el ciberespacio generada por los movimientos de indignación y el ciberactivismo a través de redes sociales e Internet donde fluyen ideas y discursos sociales que reflejan la intensa participación y acción política de diversos colectivos digitales en Facebook, Instagram, Telegram, WhatsApp, Tik Tok y Twitter.
No obstante, en esos escenarios virtuales circulan: a) discursos de odio, racismo, discriminación; b) colectivos de indignación digital de grupos medioambientalistas como Fridaysforfuture, grupos de feministas o animalistas; y c) grupos de fanáticos de grupos musicales de K-pop, animé, equipos de fútbol, películas, miniseries, cantantes, actores o protagonistas del mundo de la farándula. Un universo nutrido de productos culturales híbridos y fluctuantes que desatan pasiones y mueven una inimaginable cantidad de recursos económicos.
Byun Chul Han (2014) en su libro “El enjambre” explica su teoría de la indignación digital a través de la participación de los individuos y colectividades mediante las olas de rechazo ante problemas sociales (shitstorms). Por otro lado, Castells (2012) propuso usar conceptos como la autocomunicación de masas, indignación y construcción de significados simbólicos en la sociedad red, conceptos que sirven para comprender las razones por las cuales los movimientos se manifiestan de manera presencial y digital.
A nivel internacional, las revueltas de la llamada Primavera Árabe (2010 y 2013) o el movimiento Me Too (2017) son ejemplos de activismo con fines políticos, sociales o culturales que se han instalado en la red gracias a los dispositivos móviles, la mensajería instantánea y las redes sociales.
El ciberactivismo utiliza internet como un espacio de participación política y guerra narrativa cuyas tácticas discursivas clásicas pasan por la resignificación de palabras y marcos conceptuales (framing), la creación de pseudoeventos (acontecimientos reales basados en informaciones falsas), las noticias falsas, la desinformación y el camuflaje (enmascaramiento del discurso propio e imitación del discurso del antagonista), sin descartar las parodias y el humor (exagerando de modo grotesco las posiciones del adversario) (Orihuela, 2019).
Ese panorama global que afecta la realidad local nos interpela a pensar qué ocurre en Bolivia. ¿Por qué no se apoyan más a los movimientos en defensa de los animales o la protección de áreas protegidas afectadas por incendios? o ¿por qué no se genera mayor indignación cuanto agreden o matan a una niña, niño, adolescente o a una mujer?
Al parecer la sociedad ha naturalizado la violencia, ya no le conmueve. Cuando un padre que violó a sus tres hijas recibe detención domiciliaria para volver a convivir con ellas, ¿por qué no se cuestiona a las autoridades judiciales que dictaron esa medida? ¿Los derechos de las víctimas y nuestras leyes no valen?
Ante ese cúmulo de preguntas, urge organizar la participación digital de la ciudadanía para viralizar la indignación ante la injusticia social antes que visibilizar las ideas de algunos influencers o la tradicional propaganda política cada vez menos creíble.
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