En una década, entre enero de 2011 y abril de 2021, el machismo y el patriarcado nos han arrebatado 1.121 mujeres que fueron víctimas de feminicidio. ¡Nos están matando!
Cada año las cifras de la violencia se mantienen o tienden al ascenso. Solo entre marzo de 2013 en que se aprobó la Ley 348 y fines de diciembre de 2019, los feminicidios subieron en 450 por ciento. Y los hechos son cada vez más horrendos y las víctimas no sólo son esas 1.121 mujeres asesinadas, sino también sus hijos e hijas, sus madres y padres, hermanas y hermanos, amigas y amigos, a quienes también el feminicida les ha quitado parte de su vida.
¿Qué estamos haciendo mal como sociedad a pesar de los esfuerzos institucionales, en especial de la sociedad civil, de las normas vigentes y de lo que parecen ser tibios avances? ¿Qué tenemos que cambiar para revertir esta masacre sostenida?
Es necesario entender que la violencia no viene sola, está permeada por una forma de ser, entender y actuar: esto es la cultura de la violencia, que es “cultura” en la medida en que a lo largo del tiempo ha sido interiorizada e incluso sacralizada por amplios sectores de muchas sociedades a través de mitos, simbolismos, políticas, comportamientos e instituciones, a pesar de haber causado dolor, sufrimiento y muerte a millones de seres.
Así mujeres, niñas y niños están en el centro de la espiral de las violencias. Johan Galtung evidencia que el concepto de violencia tiene una triple dimensión: directa, estructural y cultural. Cuando surgen estas tres dimensiones se llama violencia a la afrenta evitable a las necesidades humanas. Siguiendo al noruego Galtung, sin duda son las mujeres las principales receptoras de esta escala de “afrenta evitable”. Cada día sufrimos mayor discriminación, tenemos menores oportunidades y nos hieren o matan más.
Vicenç Fisas, en 2007, señalaba algunos de los fundamentos esenciales de la cultura de la violencia, como el patriarcado y la mística de la masculinidad (hegemónica); la búsqueda del poder (con fin) y el dominio (de quienes se consideran que es un privilegio en natura); la incapacidad para gestionar pacíficamente los conflictos; el economicismo generador de desintegración social y su principio de competitividad; el militarismo y el monopolio de la violencia por parte de los Estados; los intereses de las grandes potencias; las interpretaciones religiosas, que permiten matar a otras personas; las ideologías excluyentes (y negadoras de derechos); la deshumanización (que considera a los otros diferentes humanos como “objetos”); el mantenimiento de estructuras que perpetúan la injusticia y la falta de oportunidades y de participación ciudadana.
En este 2021, más de dos mujeres por semana han sido asesinadas producto de feminicidios; 35 mujeres, madres, amigas, hermanas hoy nos faltan, así como 8 infanticidios nos han eliminado alientos de humanidad. Estas vidas han sido arrebatadas por la violencia patriarcal y el adultocentrismo, sustentadas en relaciones de poder profundamente inequitativas, en valores de superioridad que sus agresores los llevan y que anulan a quien consideran un ser inferior y vulnerable, por ser mujer o por ser niño o niña, considerándole como un objeto en el caso de las mujeres -de placer, de reproducción, entre otros roles- antes que como sujeto de derechos, con autodeterminación sobre su cuerpo y su destino.
Pero estas cifras no sólo dejan ausencias que nada ni nadie podrá cubrir. Sólo el paño de la justicia logrará aliviar un instante el dolor eterno producido por haber sido arrebatadas por la violencia no sólo de sus agresores y asesinos, sino por un Estado que tiene como lógica a la inacción y una sociedad que tiene como marca a la indolencia.
Bruno Betelheim señalaba que "la violencia es el comportamiento de alguien incapaz de imaginar otra solución a un problema que le atormenta". No dejemos que esa incapacidad nos cubra a medios, ciudadanía, sociedad toda y que la indolencia o la indiferencia sea la que determine nuestro futuro, nuestro fracaso.
Comentarios